"Todo esto es sobre lavado de dinero”,
confesó Steve Bannon, el ideólogo y confidente de Trump, a Michael Wolff
en la entrevista que le hizo para su explosivo libro Fuego y furia. Y
añadió que los contactos que tuvieron lugar entre agentes rusos y el
hijo y el yerno de Trump fueron “traicioneros”.
Una declaración tan
directa motivó la ruptura definitiva de Trump con el estratega que le
condujo al poder. Y atrajo la atención del fiscal especial Robert
Mueller, que convocó inmediatamente a Bannon para interrogarle sobre el
tema. Algo que Bannon se barruntaba porque detectó que Mueller había
nombrado como su segundo a Andrew Weissman, el mejor especialista legal
en lavado de dinero.
Y como Bannon es un nacionalista, enfrentado a la
familia Trump que él considera corrupta, prefirió destapar las cloacas
para salvarse de su inmundicia. Pero en realidad, no hay una sola
conexión, sino múltiples, con el oscuro mundo de las oligarquías
ruso-ucranianas que conforman una trama que podría incendiar la Casa
Blanca y de paso el Kremlin.
Antes de proseguir, permítame, querido
lector, una doble advertencia. Todas las informaciones a las que haré
referencia han sido publicadas por fuentes que, en mi opinión
profesional, considero creíbles, al menos como hipótesis.
Por otra
parte, dada la complejidad e importancia del tema, aunque lo resuma en
estilo periodístico, me propongo contarle la historia por entregas,
aunque limitadas en el tiempo. Entre otras cosas porque los
subsiguientes episodios se están escribiendo en el FBI, en el Congreso
de Estados Unidos, en la Casa Blanca y probablemente en el Kremlin.
La primera constatación es la más sencilla.
Trump es, sobre todo, un hombre de negocios que siempre supo ganar
dinero de formas poco ortodoxas, según ha documentado un colectivo de
periodistas bajo la dirección de Yvonnick Denoël, en su libro Les
dossiers noirs de Donald Trump (2017).
Su instinto político y su
capacidad mediática le hicieron ver la posibilidad de llegar a
presidente en un sistema político descompuesto y dividido como es el de
EE.UU. Y le salió por chiripa, con alguna ayudita, como veremos. Pero su
trayectoria todos estos años fue la de hacer dinero, miles de millones,
de bancarrota en bancarrota, y con ello proceder a la acumulación
primitiva de bellas mujeres, por cierto sobre todo del este de Europa.
Pero la crisis del 2008 le golpeó duramente. Necesitaba reponerse rápido
para mantener su crédito y pagar multas, deudas y silencios. La
oportunidad surgió en el 2012 cuando en su concurso de miss Universo
conectó con el oligarca azerbaiyano Agalarov, tal y como escribí hace
dos semanas en este diario.
El traslado de miss Universo a Moscú en el
2013 fue todo un éxito, incluida la presentación personal de Putin por
su amigo Agalarov a quien el presidente ruso había condecorado. Ahí
surgieron una serie de proyectos incluido el de una torre Trump junto a
la torre Agalarov, negociado por el abogado y consigliere de Trump,
Michael Cohen, personaje clave en nuestra historia. Lo significativo,
sin embargo, fue que en realidad Trump no invirtió en ningún proyecto en
Rusia. No hubo torre Trump.
Hizo algo mucho más importante. Atraer
dinero ruso hacia sus propiedades inmobiliarias en EE.UU., comprando
inmobiliario Trump en Nueva York, en Nueva Jersey, en Florida, en
proyectos que hubieran sido ruinosos si no hubiera sido por la demanda
generada por inversores rusos. Cuyo propósito era simplemente exportar
sus ganancias sin pasar por el fisco.
Pero la operación fue creciendo,
con el apoyo de personajes mediomafiosos como otro inmigrado ruso Felix
Sater, que cooperó con Michael Cohen en proyectos conjuntos de inversión
rusa en EE.UU., e incluso con la cooperación de bancos tan importantes
como el Deutsche Bank, que fue multado por EE.UU. por haber transferido
10.000 millones de dólares a EE.UU. procedentes de fuentes poco claras
en Rusia. Deutsche Bank prestó a Trump en un momento clave al menos 130
millones, gracias a las conexiones rusas de Trump.
Al mismo tiempo,
Jared Kushner, pareja de Ivanka, aprovechó también estas redes de
conexión y hizo pingües negocios inmobiliarios, conectando, por ejemplo
con el oligarca ruso, Lev Leviev, para comprar un inmueble en Times
Square con una hipoteca del Deutsche Bank.
En este clima de buen entendimiento con
Rusia y con los prorrusos ucranianos, Trump se rodeó en el 2016 de
personajes apreciados en esos medios, como Paul Manafort, lobbista a
favor de los ruso-ucranianos, su primer jefe de campaña, o Carter Page,
su asesor internacional, todos ellos conocidos por los oligarcas rusos.
E
incluso con el general Flynn, su primer asesor de Seguridad Nacional,
comentarista pagado de Russia Today, la television del Kremlin. Todos
ellos están procesados por mentir al FBI sobre sus contactos rusos.
Pero el momento clave en el que se pasa de
los negocios a la política fue el 9 de junio del 2016. Ese día hubo una
reunión en la torre Trump entre Donald Trump júnior, Jared Kushner, Paul
Manafort, Rinat Akhmetshin (lobbista en EE.UU., exagente del FSB/KGB),
Emin Agalarov, su agente Rob Galdstone y la abogada rusa Natalia
Veselnítskaya, fascinante y misterioso personaje con probable conexión
directa con el Kremlin.
La reunión fue motivada porque Veselnítskaya
ofreció, a través de Gladstone, información comprometedora (correos
electrónicos) contra Hillary a cambio de anular la Magnitsky Act,
sancionadora de líderes rusos, si Trump era presidente. Júnior dijo que
le encantaba la idea pero que dependía de la información.
Según todos
los asistentes no hubo tal información y se disolvió el trato. Pero 40
minutos después de la reunión Donald Trump, que estaba en la torre Trump
aunque no en la reunión, anunciaba en un tuit que disponía de
informaciones comprometedoras sobre Hillary." (Manuel Castells, La Vanguardia, 27/01/18)
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