"En la dieta audiovisual de los egipcios en las últimas semanas se ha
hecho hueco una producción visualmente poco notable –un hombre hablando a
la cámara–, pero de máximo interés. Un empresario refugiado en
Barcelona ha explicado en sucesivos vídeos colgados en redes sociales
algo que la mayoría de los habitantes del país conoce o sospecha. Eso no
le ha restado ningún interés.
Mohamed Ali ha contado hasta qué punto los militares se aprovechan de
la corrupción habitual en Egipto; es más, cómo generales y coroneles
utilizan los fondos públicos en su beneficio para construirse grandes
mansiones o malgastar el dinero en proyectos inmobiliarios sin más
razones económicas que los beneficios personales que ofrecen. Entre
ellos, está el presidente Sisi y su familia.
A principios de septiembre, Ali lanzó el primer vídeo, en el que se
veía a él junto a una imagen de Sisi y su mujer. La credibilidad de las
denuncias venía dada por el hecho de que procedía de un empresario de la
construcción que había recibido contratos del Ejército a lo largo de 15
años, encargos que ignoraban los procedimientos legales de contratación
y eran asignados directamente.
Ali no ofreció pruebas documentales sin que eso pareciera mermar la
credibilidad de su testimonio. Adelantándose a lo que pudieran decir los
partidarios del Gobierno, dijo que que le debían doce millones de
dólares por proyectos ya realizados.
Como explica el medio independiente egipcio Mada Masr en este artículo, los
primeros señalados fueron los generales Kamel al-Wazir, ministro de
Transporte, y Essam al-Kholy, responsable del departamento del Ejército
que adjudica las grandes obras públicas. Tras su llegada al poder, Sisi
acentuó una tendencia bien conocida en el Estado egipcio: los
privilegios con los que cuentan las Fuerzas Armadas, que controlan una
parte muy importante de la economía del país, se ampliaron con el
nombramiento en puestos de la Administración de generales o militares
retirados.
La primera acusación de Ali se refería a una inversión de 122
millones de dólares para la construcción de un hotel de lujo plagada de
irregularidades. Era además un hotel que no se iba a levantar en una
zona turística y que sería gestionado por un general al que el Gobierno
debe favores.
Ali también se refirió a la construcción de una mansión en Alejandría
para Sisi y su familia con un presupuesto de 15 millones de dólares. La
esposa de Sisi exigió después algunos cambios que costaron más de un
millón. A día de hoy, el edificio no se ha utilizado.
La primera tanda de denuncias fue ignorada o desdeñada por la mayoría
de los medios de comunicación, privados o públicos, con lo que era
posible deducir que la respuesta del régimen iba a ser ignorar a Ali.
Nadie se iba a atrever a presentar una demanda en los tribunales contra
el Ejército ni el poder debía temer que la polémica apareciera en el muy
controlado Parlamento.
De repente, ocurrió algo inesperado. Sisi en persona decidió
responder a las acusaciones en un congreso dedicado a los problemas de
la juventud, uno convocado con tanta celeridad que parecía que se iba a
celebrar para que Sisi dejara claro su mensaje. Y no fue un discurso muy
coherente: “Todos los servicios de inteligencia me dicen, por favor, no
hables de esto. Todos los servicios… ya saben, les diré algo, besan mi
mano (una señal de respeto) y me dicen, por favor, no lo hagas. Yo les
digo, lo que hay entre el pueblo y yo es confianza. La gente cree en mí.
Cuando alguien intenta quebrar eso y dice que esa persona en la que
confías no es una buena persona… eso es lo más peligroso del mundo”.
El manual básico del dictador dice que todo el pueblo confía en él, y
si alguien pone en peligro eso, está amenazando el futuro del país.
No funciona tan bien cuando la mayor parte de la población es
consciente de que la corrupción es un elemento integral del sistema.
Cuando Sisi dice que esos palacios, al igual que las demás obras
públicas, no son para él, sino para todo Egipto, está defendiendo un
argumento que poca gente creerá.
Obviamente, al hablar el presidente de toda esta polémica, los medios
oficiales se vieron obligados a ofrecer sus palabras. No importaba que
no detallaran las denuncias iniciales. Ya las conocía todo el mundo.
A partir de ahí, la historia se hace más complicada. Han aparecido
más vídeos de personas que confirman lo que ha dicho Ali o la situación
general de los contratos económicos concedidos por el Estado. Hasta han
surgido algunos vídeos de gente enmascarada con un mensaje similar que dicen ser miembros o exmiembros del Ejército o de los servicios de inteligencia.
Ali ha difundido 35 vídeos y en muchos de ellos ha pasado de hacer
denuncias concretas sobre proyectos económicos a reclamar que Sisi
abandone el poder. En un país con más teorías de la conspiración de las
que puede digerir, muchos se preguntan si este empresario no cuenta con
algún apoyo en el régimen con la intención de desembarazarse del
dictador. Lo que es seguro es que no habla como un político, lo que no
es un problema. Entre otras cosas porque eso sería imposible. Cualquier
dirigente de la oposición, por menor que sea su perfil, estaría
encarcelado en Egipto o, si hubiera huido del país, no sabría lo que
sabe Ali.
En julio, Ali dio una entrevista
a Vanity Fair en Barcelona. No para hablar de política. Explicó algunos
de sus proyectos en España y habló de su pequeña incursión en el mundo
del cine. Quedaba claro que si bien el Gobierno le debía mucho dinero, a
él le sobraba. Su tren de vida no era desde luego el de un adversario
de la dictadura que se ve obligado a malvivir en otro país.
Este fin de semana, ocurrió algo en Egipto que fue tan inesperado como la aparición de Ali. En varias ciudades,
también en El Cairo y Alejandría, se produjeron manifestaciones contra
el régimen convocadas por el empresario, que animó a los que le
escuchaban a que salieran a la calle después de un partido de fútbol que
jugaban dos de los mejores equipos de la Liga.
La asistencia no fue masiva, centenares de personas en el mejor de los
casos, pero el hecho de que ocurrieran ya era sorprendente. En Egipto,
la más pequeña muestra de disidencia pública es castigada con la
detención y una larga estancia en prisión sin derecho a juicio. Decenas
de miles de personas están encarceladas por razones políticas.
Hay que
tener mucho valor para salir a la calle para corear eslóganes contra
Sisi. El hecho de que esos manifestantes, la mayoría muy jóvenes, no
supieran hace un mes quién era Mohamed Ali no había supuesto ningún
problema." (Guerra Eterna, 22/09/19)