Hace unos días Kerviel lo confesó en una larga entrevista exclusiva a Le Parisien: "De agosto a diciembre de 2007 gano todos los días. Y esto me crea una especie de adicción. Pierdo poco a poco la noción real de las sumas que andan en juego. (...) Para mí, una jornada de un millón de euros era nada. A veces, consigo ganancias astronómicas que me procuran casi un placer orgásmico".
Empezó en el departamento de control. Ahí aprendió los mecanismos de los bancos para vigilar a sus propios empleados. Luego saltó a la arena, a comprar y vender en un torbellino de millones que acabó por engullirle. También, según cuenta, a ver el mundo entero reducido a una pantalla de números que subían y bajaban.
"El día de los atentados de Londres, en julio de 2005, yo gané 500.000 euros para el banco gracias a que había operado con acciones de una aseguradora días antes. Era el premio gordo. Y yo estaba encantado. Pero luego me di cuenta de que me estaba divirtiendo con algo que, en el fondo, había matado a personas con unas bombas. Y me fui al baño y vomité", prosigue en la entrevista.
Una de sus prácticas consistía en comprar enormes cantidades de acciones de una empresa, en Tokio o en Hong Kong, y venderlas inmediatamente después, en París o Nueva York, aprovechándose de pequeñísimas diferencias de cotización, a veces de céntimos de euro por acción. Movía enormes sumas de dinero de ida y vuelta porque si no, el beneficio sería ridículo. Los bancos permiten a sus operadores esas transacciones siempre y cuando se cubran las compras con las ventas casi al momento, para evitar riesgos astronómicos.
"Cuando dejé el control y pasé a operar se me cruzaron los cables. No existía otra cosa que el banco. Pensaba en el banco por la mañana y por la noche. No había nada más en mi vida. (...) Cambié de vida. Me separé de mi novia", añade.
También comenzó a saltarse las reglas. Compraba grandes paquetes de acciones, pero luego no las vendía inmediatamente. Las aguantaba confiando en su olfato financiero y porque sabía cómo esconderlas. No en vano conocía los controles que se efectuaban para evitarlo. Él mismo se había pasado años vigilando a los demás.
Confió en que el mercado subiera. Pero no preveía (nadie lo preveía) que la economía mundial caminaba hacia el abismo y que las Bolsas caerían durante varios meses. Cuando el mercado fluctuaba, esto es, subía y bajaba, los enjuagues de Kerviel salían adelante. Pero con las Bolsas despeñándose, empujadas por una crisis imparable, era imposible salir ileso. Él mismo lo confesó en la citada entrevista: "Mi problema es que no me di cuenta de que el periodo de las grandes ganancias había llegado a su fin".
Para tapar el inmenso agujero que tenía entre manos, emprendió la huida hacia delante: se embarcó en lo que dentro del mundo bursátil se llama mercado de futuros. Ahí te comprometes, en un plazo determinado, semanas o meses, a vender o comprar un número ingente de acciones. Es como jugar doble, como apostar sobre el ya inestable mercado de valores.
Kerviel arriesgó su mentira a un futurible. Llegó a tener comprometidos 50.000 millones de euros, más de lo que ganaba su banco en 10 años. Una suma que él manejaba en la cuerda floja cuando fue descubierto, el 18 de enero de 2008. (...)
Pero tampoco se ha transformado por completo, según afirma en la única entrevista que ha concedido: "El banco y mi actividad de operador de Bolsa me falta. La echo de menos. Sobre todo con esta crisis. A veces me sorprendo mirando las cotizaciones y diciéndome: 'hay que comprar esto o vender lo otro". (El País, ed. Galicia, Economía, 01/02/2009, p. 22)
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