"Sebastiano Strangio, cocinero de 39 años, echó el
cierre de su pizzería en Duisburgo (Alemania) pasadas las dos de la
madrugada. Corría el 15 de agosto de 2007, y decidió salir a tomar algo
junto a dos camareras y tres amigos. Cuando caminaban hacia sus coches,
dos tipos se acercaron y abrieron fuego con pistolas del calibre 9.
Cambiaron varios cargadores con toda la calma del mundo y dispararon 59
veces, incluido el tiro de gracia en la cabeza a cada víctima: todas
calabresas.
El objetivo principal era Marco Marmo, originario de San
Luca, como el propio Strangio. Un pequeño pueblo de 3.700 habitantes a
2.144 kilómetros de la fría Duisburgo, donde la Navidad anterior había
estallado una guerra de clanes en la que murió la esposa de uno de los
capos. Cinco de aquellos cadáveres eran parientes de los responsables,
la familia Pelle-Vottari.
En la trastienda de la pizzería se escondía
una armería, y en el bolsillo de una de las víctimas la policía alemana
encontró una estatuilla del arcángel san Miguel quemada. El mundo
descubrió aquel día cómo se había propagado el virus de la ‘Ndrangheta.
—¿Qué buscas?
—Busco sangre y honor.
Así se inicia un diálogo de unos 20 minutos para
entrar en una organización basada originalmente en dos estratos
—sociedad mayor y menor—, en el secreto y en las estrictas jerarquías.
Desde ese momento, si es necesario, el nuevo picciotto,
el estadio más bajo, matará a su familia a fin de proteger a la
‘Ndrangheta.
Cuando jura hay una vela encendida y una figurita de san
Miguel Arcángel, protector de la mafia calabresa. El aspirante, pariente
de otro miembro, se clava una aguja en un dedo y cada una de las gotas
cae sobre la figura que se va quemando. El resto del clan, sentado en
herradura, escucha que el nuevo arderá como la estatuilla si traiciona a
su nueva familia. Siempre es así. Centenares de sumarios documentan ya
una liturgia de la que todavía se desconoce la mayoría de detalles.
El pueblo de San Luca, conocido por los afiliados como la Mamma, ayuda a
entender esta organización. El Corleone de la ‘Ndrangheta no es un
lugar de paso. La carretera de curvas serpentea por el escarpado
Aspromonte y termina en la iglesia de la localidad. Fin del trayecto. Al
entrar en el lugar donde echa sus raíces la mafia más peligrosa de
Europa, el forastero lo hará siempre vigilado. Una escúter con un
adolescente sin camiseta, tres pendientes de aros y la cabeza rapada por
los lados le escolta dando acelerones unos metros más atrás.
En este
pueblo, donde nadie se presenta como alcalde desde hace cinco años,
prendió el fuego de Duisburgo. Los Pelle-Vottari y los Nirta-Strangio
han comandado en los últimos años desde sus búnkeres una organización
profundamente ritualística que nació con el robo de ganado, la extorsión
y los secuestros, pero terminó convertida en una multinacional del
crimen con el monopolio de la distribución de cocaína al por mayor en
Europa.
Hoy, según la Fiscalía de Catanzaro, tiene más de 30.000
afiliados solo en Calabria y factura unos 43.000 millones de euros que
le permiten alterar el sistema democrático. Esta mafia líquida, como la
define el escritor Francesco Forgione, es la cuarta empresa de Italia y,
probablemente, la que más filiales tiene por el mundo: Australia,
Canadá, Bélgica, Holanda, España… Pero la clave es que no lo parezca.
Giampaolo Salvatore mata las horas apoyado en una barandilla junto al
ayuntamiento de San Luca. Unos 50 años, piel dura, manos de agricultor y
espalda de atleta olímpico, lamenta que nadie quiera contratarle
después de comerse 25 años por secuestro de personas. Nada raro aquí.
Durante años buscaban a las víctimas en el norte, siempre de familias
ricas; las subían a un coche, cruzaban Italia por carreteras secundarias
y las escondían en alguna cueva del Aspromonte. Imposible localizarlas,
masculla un amigo de Salvatore.
Corrían los setenta y aquel negocio
—694 secuestros— funcionó hasta que un golpe de suerte sugirió cambiar
de rumbo a las ‘ndrinas (familias). El nieto del magnate del
petróleo John Paul Getty terminó en 1973 en el maletero de un coche
rumbo a Calabria. Pidieron 17 millones, desafiando así al hombre más
rico del mundo. Pero también al más tacaño. Tras cinco meses de
negociaciones y el envío de una oreja, acabó en tres millones.
Suficiente para lo que se proponían.
El histórico capo Girolamo Piromalli, jefe de la plana de Gioia
Tauro, lideró una revolucionaria —y sangrienta— iniciativa para invertir
el botín. Camiones, excavadoras y sobornos que permitieron entrar en el
sistema de concesiones públicas y participar en la construcción de
infraestructuras clave como la autopista Salerno-Reggio (440 kilómetros
de comisiones) o un puerto a medida para futuros negocios.
La
organización creó un nuevo estadio bautizado como La Santa que le dio
acceso a la habitación de los botones, como suele llamarse en
Italia al auténtico poder. La decisión costó una guerra con 800 muertos y
la instauración de Crimine, una cúpula donde tomar decisiones. Pero dio
un impulso estratosférico a la ‘Ndrangheta y sentó las bases de lo que
es hoy.
El puerto de Gioia Tauro, cuyo Ayuntamiento lleva tres años
intervenido por infiltraciones mafiosas (como otros 457 en Italia desde
1991), es la mejor expresión de cómo la ‘Ndrangheta ha parasitado una
tierra exuberante en recursos naturales e impedido su prosperidad.
Inaugurado en 1995 en una gran llanura, iba a estar acompañado de la
reconversión industrial de 700 hectáreas de suelo agrícola para
construir un centro siderúrgico. Arrasaron los campos de naranjos, se
urbanizó el terreno y decenas de empresarios recibieron alrededor de
1.200 millones de euros de ayudas con fondos europeos.
El dinero y los
hombres de negocios se esfumaron, recuerda en uno de aquellos solares
Michele Albanese, el periodista que mejor conoce la organización y que
se mueve con dos carabinieri desde que en 2014 planearon
asesinarle. Aquellos terrenos albergan hoy uno de los campamentos de
jornaleros africanos más grandes de Europa: 3.000 habitantes hacinados
entre lonas y hojalata cuya mano de obra a precio de esclavo (12 horas a
25 euros) controla la ‘Ndrangheta.
¿El puerto? Castigado internacionalmente por su mala fama (ha
despedido a unos 400 trabajadores), es uno de los nudos de distribución
de cocaína de la organización junto a Amberes y Róterdam, señalan las
fuentes jurídicas consultadas. Imposible controlar más del 2% de los
24.000 contenedores que pueden llevar las naves de hasta 260 metros que
hacen escala aquí (unas 10 a la semana).
Sus responsables muestran
durante toda una mañana las instalaciones y se desmarcan de las
acusaciones. Los controles, dicen, son superiores a los de cualquier
puerto europeo. “Nos ha perjudicado mucho esta imagen. No podemos
pintarlo todo de color de rosa, pero toda la droga de Europa no entra
por aquí”, rebate el portavoz de la compañía.
El fiscal de Catanzaro, Nicola Gratteri, de 60 años, discrepa en
algunas afirmaciones. Su despacho, al que se accede a través de una
puerta de acero dejando atrás a un grupo de escoltas, guarda los
secretos de esta organización cuyo crecimiento solo se entiende mirando
al otro lado del Atlántico. Él mismo ha cruzado decenas de veces para
dirigir operaciones conjuntas que han terminado con la incautación de
toneladas de cocaína en alta mar.
“En Sudamérica hay decenas de hombres
de la organización que viven allí de manera estable. Se han casado y
tienen familias en Colombia, en Bolivia y en Perú, y de ahí hacen llegar
a Europa toneladas de cocaína. El cartel del Golfo y los Zetas han
hecho grandes negocios con los calabreses. Esto te da una visión de su
expansión y del nivel de compenetración”.
La ‘Ndrangheta es la organización más competitiva y la que goza de
mayor confianza entre los carteles. Es la única que saca la droga fiada
de los tres países productores (Bolivia, Colombia y Perú), señala
Gratteri. Las bandas criminales normales compran la cocaína a 1.800
euros el kilo, con un principio activo del 98%. “Pero la ‘Ndrangheta lo
hace a 1.000 euros. Tiene una relación privilegiada, de confianza total,
porque nunca fallan. De hecho, las demás organizaciones de gran parte
de Europa acuden a ellos cuando necesitan un pedido. Cosa Nostra, por
ejemplo, les compra desde hace tres décadas la cocaína”, señala el
fiscal calabrés.
La relación es tan buena que, por primera vez, una organización
externa a los carteles, como documentó la Operación Decollo, dirigida
por Gratteri en 2011, logró participar como socia en la producción de
pasta de coca. Un fenómeno insólito para otros grupos criminales, que
normalmente solo son capaces de colaborar en el proceso de transporte
desde el país de origen. “Sucede desde hace 10 años. Especialmente
después de la caída de los grandes carteles.
Ahora hay muchos pequeños
grupos obligados a consorciarse cuando la ‘Ndrangheta pide cinco
toneladas de golpe. Las relaciones de esta mafia con las paramilitares
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y las FARC (la antigua guerrilla,
desmovilizada) están hoy completamente demostradas. Especialmente con
una parte de las AUC, que tras el proceso de pacificación volvieron a
cultivar cocaína como modo de vida”, señala el fiscal.
El viaje de la cocaína
El puerto de Gioia Tauro ha sido durante décadas una gran puerta de
entrada. Su colocación estratégica en el corazón del Mediterráneo, la
profundidad de sus muelles y el control sobre determinados trabajadores
lo hicieron un lugar ideal para camuflar sus envíos entre los 2,8
millones de contenedores que mueve al año. Durante mucho tiempo, las dos
familias que mandan en la zona (los Bellocco-Pesce y los
Piromalli-Molè) cobraron 1,5 dólares por cada contenedor con el pretexto
de garantizar su seguridad.
“Tienen operarios a sueldo para sacar la
coca de ahí dentro”, señala el corpulento comandante Giampiero Carrieri,
hombre fuerte de la Guardia di Finanza (la policía aduanera) en la zona
y experto en el tráfico de estupefacientes. Su equipo trabaja día y
noche revisando la mercancía que entra, y patrulla en lancha y
helicóptero los muelles. En el último decenio han interceptado 17.000
kilos de droga. Poco, admiten, comparado con lo que entra.
Pero el negocio empieza mucho antes. Los controles en Colombia han
obligado a los proveedores de la ‘Ndrangheta a transportar la coca en
camiones por la selva amazónica, llegar a Brasil y embarcarla en el
puerto de Santos (en el Estado de São Paulo, el más grande de
Sudamérica). Carrieri, que ha estado en tres países en la última semana y
lleva 24 horas sin dormir en el momento de la conversación en su
cuartel, ha visto de todo: falsos fondos, partidas en el motor del
refrigerador…
La estrategia suele ser la misma. Sociedades ficticias
panameñas organizan la carga y el transporte. Pongamos que salen 10
contenedores de caña de azúcar. Antes de cerrar el contenedor colocan
ahí cuatro bolsas de 25 kilos de coca. A eso lo llaman rip off.
Luego cierran y ponen un sello. Pero dentro han dejado otro idéntico al
oficial que servirá para precintar de nuevo el contenedor una vez
sacada la coca en Gioia Tauro.
Aquí empieza el negocio en Europa. Pasar por esa especie de aduana
cuesta el 20% de su valor. Luego, fuera del puerto, lo que la
‘Ndrangheta compró a 1.000 euros en origen ya vale 30.000 euros el kilo.
Cuanto más compren, más barato: quien solo quiere un kilo tiene que
pagar alrededor de 60.000 euros. Cuando se abre el paquete, hay quien se
hace solo con 300 gramos, lo mete en una batidora y lo mezcla con otros
300 de corte. En ese momento cada dosis vale ya 50 euros el gramo y
deja en manos de clanes pequeños el menudeo.
La infiltración en el territorio / La Iglesia
El rito de la ‘Ndrangheta se apoya sobre una perversión sesgada del
catolicismo. Las invocaciones sagradas, las figuras del arcángel Miguel o
santa Elisabetta, el Evangelio… También su gran templo, el santuario de
la Madonna de Polsi, colgado al final de una senda imposible en pleno
Aspromonte donde solo se llega atravesando torrentes y pendientes
resbaladizas en un potente 4×4. Cada 2 de septiembre se reunían en este
silencioso lugar los máximos exponentes de los tres mandamientos
(Ionico, Tirrénico y Reggio) para ratificar los nombramientos. Se sabía,
nadie lo había visto.
Pero la Fiscalía de Reggio colocó en 2009
micrófonos y cámaras que lo ratificaron. Justo delante de la estatua de
la Virgen, Domenico Oppedisano fue confirmado como capo crimine
(supervisor durante un año de la organización). La apropiación del
lugar, con la connivencia de la comunidad eclesial y del párroco del
lugar, Pino Strangio (acusado por la Fiscalía antimafia), fue total. El
capo pagaba y el cura ponía el cazo.
Las reuniones siguen celebrándose
en algún lugar del monte, confirman fuentes policiales. Pero Strangio
fue destituido, el templo protegido con cámaras y en el lugar de la
estatua de la Virgen de Polsi se colocó el busto de un cura asesinado
por la ‘Ndrangheta. El mensaje estaba claro.
El papa Francisco
se tomó la cuestión como algo personal y visitó Calabria en 2014. Tras
décadas mirando hacia otro lado, el Vaticano excomulgó a los mafiosos.
Un gancho al estómago de la organización criminal más extendida en
Italia, tan preocupada por la coartada católica. Dos meses después, tras
una rebelión de los presos de la ‘Ndrangheta que se negaron a ir a misa
en las cárceles, el Papa apuntaló el muro nombrando a Francesco Oliva
obispo de Locride.
En la sede del obispado, acompañado de dos monjas
filipinas que viven con él, recuerda cómo rechazó el “dinero sucio” de
la ‘Ndrangheta nada más aterrizar. Duro, seco y humilde. Un pastor de
esos que huelen a oveja, como le gusta definir a Francisco a sus
colaboradores. “Un mafioso no puede ser un benefactor sin renunciar al
crimen. Esa ayuda es para que crezca su consenso popular, no queremos
dinero manchado de sangre. No se puede ir del brazo de la mafia porque
siempre pedirá algo”. Hubo consecuencias. Llamadas anónimas al obispado,
amenazas. “Prefiero no hablarlo”, señala don Franco.
La respuesta fue una novedad en un territorio donde la ‘Ndrangheta ha
suplido durante décadas a un Estado ausente. Calabria tiene 1,9
millones de habitantes y uno de cada tres vive en el umbral de la
pobreza. La renta per capita (16.500 euros) es la más baja de
Italia, casi tres veces menor a la de Bolzano (41.100). Si uno nace
aquí, tiene una expectativa de vida cuatro años menor que en el norte.
“Ha habido un abandono total.
Solo se ha mantenido un perfil militar, de
control. La gente aún ve el Estado muy lejano y eso ha facilitado la
ocupación del territorio. Ellos ayudan a la gente, colaboran. Pero
cuando un mafioso ofrece trabajo, genera dependencia: es una trampa.
Sabemos que frecuentan las iglesias. Y que se han apropiado de la
simbología religiosa. Los vemos a menudo con la imagen de la Madonna de
Polsi. Pero es una religiosidad desviada. He sido muy claro con los
curas: aquí ya no es posible la omertà”.
Los lazos de sangre
El poder lleva en Calabria los mismos apellidos desde hace más de un
siglo. El pilar fundamental de la ‘Ndrangheta es la familia. Su
estructura horizontal, basada exclusivamente en los vínculos de sangre y
en rígidos procesos de aceptación a partir de los 14 años, la convierte
en un fortín donde apenas existen los arrepentidos, que dinamitaron
desde dentro la Cosa Nostra. En los pueblos, desde Locri hasta Reggio
Calabria, nadie dice una palabra sobre el tema.
La ‘Ndrangheta no
existe. “Nunca acabarán con ella. A diferencia de la Cosa Nostra o la
Camorra, esta es una mafia basada en los vínculos de sangre. Y las
familias no se rompen tan fácilmente”, señala el escolta de uno de los
fiscales más amenazados de Italia. Tiene razón, pero algo ha cambiado.
La revolución, consideran todos los expertos, llegará con las
mujeres. En el último piso del Tribunal de Menores de Reggio Calabria,
en un austero despacho, aguarda la persona más convencida de ello. El
magistrado Roberto Di Bella, un hombre enjuto y calmado de 54 años que
ha dedicado los últimos 25 a la lucha contra el crimen organizado, es el
precursor de un histórico giro de guion. “En 2011 me encontré juzgando a
los hijos de aquellos que procesaba en los años noventa.
Todos llevaban
idénticos apellidos, pertenecían a las mismas familias de la
‘Ndrangheta y cometían los mismos delitos. Y eso me hizo reflexionar. Si
las mismas familias llevan en el territorio desde hace 70 u 80 años,
significa que la cultura mafiosa se hereda. Así que pensamos que no
podíamos asistir sin hacer nada a un fenómeno según el cual los padres
educan a sus hijos en el crimen”.
Di Bella y la asociación antimafia Libera iniciaron un proyecto para
retirar la custodia de los hijos a las familias ‘ndranghetistas y
ofrecerles una vida en el norte, lejos del ambiente criminal. Ya lo han
aplicado en unos 50 casos, también con las madres que quieren colaborar,
con la base jurídica del maltrato que sufren al ser obligados a
delinquir. “Evitamos que tengan un destino escrito. Nunca intervenimos
en vía preventiva solo porque la familia sea mafiosa.
No inculcamos una
ideología de Estado. Solo cuando hay un adoctrinamiento o pruebas de ese
maltrato”. Di Bella pone como ejemplo una conversación intervenida
entre un padre y un hijo: “Yo soy el evangelio de la
‘Ndrangheta [segundo nivel de la sociedad mayor], hijo mío. Y tú debes
saber que está el Estado… y luego estamos nosotros, que es muy
distinto”. Cierto. Y desde hace más tiempo de lo que nadie pensaba.
La expansión en el norte de Italia
La noche del 26 de junio de 1983, el magistrado turinés Bruno Caccia
terminó de cenar y salió con su perro. Era domingo y su escolta tenía
permiso. Cuando enfilaba la pendiente de la calle Sommacampagna a la
altura del número 15, dos personas le dispararon 14 tiros desde un
coche. Cayó abatido y abrieron fuego tres veces más para rematarlo.
Nadie vio nada. Pero eran los años de plomo en los que las Brigadas
Rojas y los grupos fascistas de los Núcleos Armados Revolucionarios
(NAR) rivalizaban por los asesinatos a funcionarios públicos.
Caccia era
un metódico y valiente magistrado que había metido la nariz en todas
esas organizaciones. De modo que durante algún tiempo fue fácil suponer
que ese había sido el motivo de su muerte. Caccia, sin embargo, fue el
primer y único juez —al margen de Antonio Scopelliti, al que mataron
como favor a la Cosa Nostra en 1991— asesinado por la mafia calabresa.
Nadie había oído hablar de la ‘Ndrangheta hasta entonces en el norte de
Italia. “No sabíamos qué demonios quería decir esa palabra. A esa gente
la llamábamos el clan de los calabreses”, recuerda Paola Caccia, la hija
del magistrado, en el lugar donde fue asesinado su padre hace 35 años.
Al cabo de un tiempo, un colaborador de la justicia decidió tenderle una
trampa a un capo local llamado Domenico Belfiore, en la cárcel por
otros delitos. Picó y se jactó de ser el autor intelectual del asesinato
de Caccia.
En las escuchas se le oye decir: “Ahí abajo sabían todo”.
Según Belfiore, mataron a Caccia con el permiso de la cúpula en Calabria
“porque obstaculizaba la disponibilidad de los otros [magistrados]”. Es
decir, cuando lo eliminaron, la ‘Ndrangheta ya controlaba a algunos
magistrados en el Palacio de Justicia turinés. Ese lugar, un enorme
complejo de ladrillo rojo al norte de la ciudad, lleva hoy su nombre y
la ‘Ndrangheta ya no es invisible. Pero hubo un punto de inflexión.
El 23 de octubre de 2006, Rocco Varacalli, afiliado a un clan de
Turín, mandó una carta al fiscal Roberto Sparagna ofreciendo su
colaboración. Algo así como cuando Tommaso Buscetta decidió en 1984
traicionar a la Cosa Nostra y explicarle al juez Giovanni Falcone los
entresijos de la organización siciliana.
Varacalli fue la Piedra Rosetta
que permitió descifrar la expansión de la ‘Ndrangheta en el norte.
Sparagna, un obstinado magistrado de 53 años enamorado de Ortega y
Gasset, alucinaba. “Fue una revolución inesperada. Cuando dijo que
formaba parte del Local X [célula compuesta de al menos 49 miembros] de
la ‘Ndrangheta de Turín, yo tenía dificultades para entenderlo.
Pensábamos con mentalidad del norte y estábamos muy desorientados. No
entendíamos cuando hablaba del capo giovane, del capo locale
o cuando nos explicaba los ritos folclóricos, que se practicaban
también en Turín. Varacalli abrió la puerta de una antropología
desconocida para nosotros. Hoy en Piamonte todo el mundo sabe qué es la
‘Ndrangheta y no hay duda de que existe. Pero al principio todos los
colegas lo dudaban”, explica en su despacho, en cuyas paredes descansan
los sumarios de la operación que lo cambió todo.
Minotauro e Infinite
La ‘Ndrangheta se expandió en los años sesenta a través de las rutas de la emigración
calabresa. Luego, como demostró la Operación Minotauro, dirigida por
Sparagna en 2011, lo hizo con criterios puramente empresariales. Fueron
184 detenidos solo en Piamonte y un 85% de condenas por asociación
mafiosa.
Llegaron los primeros Ayuntamientos disueltos (269 desde 1992 a
2017 en toda Italia), también en Lombardía, donde se desarrolló la
macroperación Infinite con más de 200 condenas. Por primera vez eran los
políticos, como el siniestro exalcalde de Leini, Nevio Coral, quienes
iban a buscar a la mafia.
Lo nunca visto en el próspero y ordenado
norte. Sparagna y sus colaboradores descubrieron que la ‘Ndrangheta
tenía su corazón espiritual en el sur de Italia. Pero el músculo
financiero se encontraba desde hacía años ante sus narices.
Construcción, restauración, concesiones públicas, casas de apuestas…
Incluso el todopoderoso presidente de la Juve, Andrea Agnelli, declaró en 2017 por los vínculos del club con la ‘Ndrangheta.
La organización sigue siendo prácticamente opaca. Pero en julio de
2008, la policía interceptó una conversación clave para entender cómo
operaban los clanes del norte. El capo locale Giuseppe Gioffrè llevó a su hijo menor a una reunión en Turín y quiso asegurarse de que había aprendido la lección.
—¿Has entendido de qué hemos hablado?
—Sí, de droga.
—Pero ¿has entendido cómo llega?
—Sí, con el barco.
—Quiero que sepas que con ese cargamento comemos 50 familias. No
tocamos ni un solo gramo, pero ganamos dos millones de euros. Luego
destinamos una parte de esas ganancias a la usura y sin hacer nada
recibimos 20.000 euros al mes.
La usura es la manera más rentable de lavar el dinero. Pero también
se han documentado inversiones en energías renovables o en compra de
latifundios con ayudas europeas. Entre 1992 y 2017, la Dirección de
Investigación Antimafia embargó a la ‘Ndrangheta unos 2.972 millones de
euros y confiscó otros 2.086 millones. Sparagna, extremadamente
meticuloso y poco dado a las entrevistas, ha dedicado los últimos 11
años de su vida a estudiarla.
Pero cuando se le pregunta cuánto la
conocemos, se queda callado unos segundos. “Como mucho, un 5%. Hemos
tardado tanto porque utiliza el norte y el extranjero como terreno de
cultivo. Tiene que invertir, necesita un sitio donde hacer florecer los
intereses. Así que no debe haber sangre. Si hay asesinatos, hay
investigaciones y se encienden los focos. La estrategia en el norte y el
extranjero es ser invisibles”.
La noche de Ferragosto de 2007 en Duisburgo, la ‘Ndrangheta cometió
un error de bulto que obligó a reformular la estrategia a su cúpula.
Desde entonces, pese a ser la mafia más extendida de Italia, también es
la que menos ha matado. Nada que ver con las bandas de pistoleros
adolescentes de la Camorra o la mística sangrienta de la Cosa Nostra,
muy debilitada tras declararle la guerra al Estado al otro lado del
estrecho de Messina.
Su expansión y el poder económico han permitido
evitar el ruido y propagarse infectando el mundo, como explican los
fiscales Giuseppe Pignatone y Michele Prestipino, convirtiéndose en una
rica multinacional fundada en la región más pobre de Italia. La
conversación telefónica interceptada por la policía hace algunos meses,
donde un capo aleccionaba a otro, resume bien esa mirada colonizadora
desde la que ve el mundo la ‘Ndrangheta: “Tienes que saber que todo se
divide hoy entre lo que es Calabria y lo que terminará siéndolo”. (Daniel Verdú, El País, 11/09/18)
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