"Estaba yo asistiendo al funeral de mi maestro, Luis Miguel Enciso,
cuando se conoció la decisión de la Sala de lo Contencioso
Administrativo de que fuesen los clientes de las hipotecas quienes
pagasen los impuestos correspondientes, dejando sin efecto una sentencia
previa de una sección de la misma Sala que introducía la novedad de que
fuesen los bancos los que se hiciesen cargo de esos tributos.
Asistían
al funeral varios magistrados y profesionales del Derecho, y al conocer
ese increíble volantazo de nuestro Tribunal Supremo,
unos cuantos comentaron algo así como: ¡Ya no nos queda sino el Rey! Y
es que entre bromas y veras querían expresar que la Justicia entraba,
como los poderes Legislativo y el Ejecutivo, en la misma espiral de
desprestigio, causado por una única enfermedad de politización
partidaria.
Puedo estar de acuerdo con el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes,
en que la ley que señalaba quién tenía que pagar el impuesto, si los
bancos o los que obtenían el préstamo hipotecario, no lo dejaba muy
claro.
Así que la decisión tenía un sesgo ideológico, algo muy lógico y
normal cuando cualquier persona, sea juez o lego, interpreta una ley
compleja. Pero también estoy de acuerdo con los magistrados de la Sala
que han opinado que el problema del impuesto lo ha creado solo su
presidente, Luis María Díez-Picazo.
Primero, no queriendo reunir el pleno de
la Sala antes de anunciar el contenido del fallo; y segundo, cuando se
hizo público, convocándolo después para a todas luces -y hasta la
ajustada votación de la sentencia- exteriorizar que él, como presidente
de la Sala, estaba a favor de los argumentos de los abogados de los bancos.
A este estúpido espectáculo, se han añadido las conexiones de Díez
Picazo, y del despacho de abogados de su familia, con las entidades
bancarias para que se organizara un escándalo nacional e internacional
sobre la independencia de la Justicia en España. Durante las tres
semanas, entre una y otra sentencia, obviamente, los medios le han dado
alcance urbe et orbi, con lo cual,
donde no existía problema aparente se gestó uno nuevo de grandiosa
dimensión política.
Evidentemente, “solo nos queda el Rey”, era una
manifestación de preocupación de muchos amantes de la democracia que se
sienten desesperados por la actitud de ciertos personajes públicos.
El magistrado Díez-Picazo es un
prestigioso jurista, cuyos libros han sido admirados por los estudiosos
del Derecho. Él ha llegado al Tribunal Supremo por la vía de acceso
reservada a los juristas de acreditada competencia y con muchos años de
actividad, como es su caso. Entre otros cometidos, ha ejercido como
catedrático de Derecho Constitucional.
Su presencia en la Sala era un refuerzo de finura teórica que
contribuía a que el Tribunal Supremo perfeccionase su doctrina judicial.
El problema no estaba en que Díez-Picazo
no es un juez de oposición. En mi opinión, es el sistema de elección del
Consejo del Poder Judicial donde encuentro las causas del desaguisado.
El Consejo del Poder Judicial,
desde hace muchos años, se elige por un método que está en la ley y que
favorece, primero, a los partidos políticos con gran presencia
parlamentaria, y en segundo lugar, a los jueces y magistrados que están
afiliados a las asociaciones judiciales mayoritarias.
Opino que debiéramos volver al método con
el que elegimos el primer Consejo General del Poder Judicial, al
comienzo de nuestra vida democrática. Aquel Consejo, presidido por Federico Carlos Sainz de Robles, se eligió aplicando literalmente lo que se lee en el artículo 122.3 de la Constitución. En resumen, doce miembros elegidos “entre Jueces y Magistrados”(¡entonces también entre y por los mismos!), y ocho a propuesta del Congreso y del Senado.
Con un Consejo del Poder Judicial elegido
mayoritariamente por jueces y magistrados, sin la presencia excesiva de
sus “asociaciones profesionales” (que actualmente son una especie de
sindicatos corporativos), ¿hubiera sido posible el nombramiento de
Díez-Picazo a la presidencia de la Sala de lo Contencioso, por el
presidente del Consejo y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes? Mi modesta
opinión es que no hubiera sido posible.
¿Por qué Carlos Lesmes forzó la
elección de Díez-Picazo hasta el límite, nunca visto en el Tribunal
Supremo, de prescindir del anterior presidente de la Sala, el
experimentado y apreciado magistrado José Manuel Sieira?
Tristemente, la respuesta que se da -sea cierta o no, pero eso ya no
importa en medio del lío mediático- es que Lesmes fue un presidente que
sirvió a un Gobierno y a su partido político, y que por eso prefirió al
frente de una Sala a un magistrado de su confianza, y por tanto, de la
del poder partidario.
En 2007 escribí un artículo periodístico
sobre lo mismo. Terminaba con estos párrafos: “No estaría de más
considerar la vuelta al sistema de elección que está en la Constitución,
y con el que se eligió el primer Consejo…. apliquemos el refrán que
dice: “Que cada palo aguante su vela” (es decir, que los jueces se
responsabilicen básicamente de lo que hacen como poder del Estado)." (Juan José Laborda, Vox Populi, 11/11/18)
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