"(...) En 1983 Yoldi empezó a trabajar para El País, donde ha
permanecido 29 años y donde las exclusivas tenían mayor impacto. La
famosa excarcelación del capo de la Camorra napolitana Antonio Bardellino,
reclamado en Italia por asesinato y otros delitos, fue una sus
primicias e investigaciones más sonadas.
Su trabajo periodístico dejó al
descubierto la corrupción del juez Ricardo Varón Cobos y de su compañero de farra, el magistrado del Supremo Jaime Rodríguez Hermida,
especialista en exonerar a narcotraficantes.
El primero, por indicación
del segundo, dejó en libertad al jefe mafioso, que pagó 15 millones de
pesetas por su libertad. Yoldi recogió el testimonio de la novia de un
lugarteniente de Bardellino, a quien visitó en la cárcel, y puesto que
aquella mujer, Encarnación Reaño, aseguraba que 200.000 pesetas fueron para pagar a un fiscal, así lo puso.
El fiscal del caso era Luis Poyatos,
un ultraderechista adinerado que incumplió su obligación de informar
sobre la excarcelación decretada por Varón Cobos aprovechando la
suplencia del titular de vigilancia penitenciaria. Poyatos negó haber
recibido dinero y alegó que le falsificaron la firma. Su alegato
–siempre firmaba con rotulador y la excarcelación estaba a bolígrafo– se
dio por válido y quedó libre de sospecha.
Pero además consiguió que el
fiscal general del Estado, a la sazón Burón Barba, se
querellara contra Yoldi. La querella fue archivada. Pero como aquel
episodio algo pudo influir en que no ascendiera a fiscal jefe de la
Audiencia Nacional, aquel Poyatos escupía en el suelo cada vez que se
cruzaba con el periodista.
Yoldi narra ese y otros episodios de la tarea de corresponsal judicial
con amenidad, sencillez y un enfoque crítico no exento de ironía. Basta
con accionar el “timbre de gloria” que para el Tribunal Supremo supuso
la condena y expulsión de Baltasar Garzón de la carrera judicial por su investigación del caso Gurtel de
corrupción del PP para descubrir cuán independiente era y es la cúpula
judicial.
Basta con recordar que las mismas observaciones telefónicas
que ordenó Garzón fueron prolongadas por el juez Pedreira sin
reproche alguno, para significar la existencia y acreditada aplicación
de dos varas de medir por parte de la más alta instancia judicial del
Reino de España.
Y, en fin, con leer los epítetos que le dedicaron
cuando el Supremo instó y aplicó la chapuza de la “doctrina Parot”, el
lector se puede hacer una idea de lo que Yoldi conoció, vivió y
soportó directa y personalmente. “No me digas quiénes son, puedo olerlos
desde aquí”, podría decir de determinados prebostes de la Judicatura.
Pero es elegante, correcto y educado y nunca diría eso. (...)
El relato de Yoldi ayuda además a discernir entre la honradez
informativa y el servilismo, entre la búsqueda de la verdad probada y el
retorcimiento “conspiranoico” al servicio de la causa del PP que él y
otros periodistas de tribunales soportaron durante todo el proceso y el
juicio a los terroristas de yihad islámica y sus cómplices en la
masacre del 14 de marzo de 2004 en los trenes de cercanías de Madrid.
Al
contar sus experiencias, Yoldi revela la golfemia, parcialidad,
opacidad y la falta de independencia de la cúpula judicial –a Garzón lo
echaron cuando ya no les hacía falta porque ETA se estaba desmantelando,
dice–.
Y sobre todo ayuda a valorar la templanza y la capacidad de
aguante que ha de tener el periodista para soportar las amenazas,
presiones, los insultos y el temor a que atenten contra tu familia. Ha
pasado por todo eso sin arrugarse. De sus vivencias y experiencias queda
claro que la justicia no es igual para todos ni todos somos iguales
ante el aparato judicial." (El último recurso, 21/10/2014)
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