La DEA (agencia norteamericana antinarcóticos), alertó a finales de 2004 de la presencia de un alijo de más de 1.000 kilos de cocaína, guardado en un contenedor depositado en el puerto de Barcelona por el buque La Hispanota.
Para estupor de los que seguían el rastro de ese cargamento, un grupo asaltante guiado a distancia por el guardia civil Antonio S., alias Tete -según fuentes de la investigación- reventó el contenedor en el puerto barcelonés y se apoderó de parte de la droga, que venía camuflada entre gambas congeladas. La Unidad de Policía Judicial de la VII Zona de la Guardia Civil se volcó en el esclarecimiento de lo ocurrido.
Según fuentes de la investigación, aquel robo fue el más audaz de los que atribuyen a esa banda delictiva. Ésta se había formado a mediados de los años 90, liderada supuestamente por Javier S., quien logró aglutinar a amigos, compañeros del hampa y ex presidiarios, en torno al narcotráfico y el comercio de coches robados. A partir de 1999, se unió a la trama un grupo de guardias civiles y policías, unos como dirigentes y otros como "soldados".
Esta simbiosis entre narcotraficantes y agentes de la ley se basó inicialmente en "la vidriosa relación" entre éstos y sus confidentes. Pero con el tiempo, los uniformados rompieron esa barrera y pasaron a orientar el trabajo de los delincuentes.
La cooperación entre hampones y guardias civiles resultaba especialmente valiosa para la organización, porque éstos poseían información sobre controles de carretera, pinchazos telefónicos o investigaciones. Y además, sabían dónde había alijos de droga sometidos a vigilancia dentro de operaciones de "entrega controlada" con el fin de capturar a los narcos.
A lo largo de los años se fue así estableciendo "una fructífera empresa criminal", que robaba coches y droga. Fructífera también para policías y guardias civiles. Además, la organización contaba con un equipo de abogados, entre ellos Juan G. e Ignacio R., presuntamente conocedores de las actividades ilícitas de la banda, que eran los que tenían la misión de dar asesoramiento y apoyo legal a los hampones en caso de ser detenidos o tener algún contratiempo con la justicia. Y no sólo eso: los letrados deberían controlar que no hubiera delaciones, sobre todo de los policías o de los guardias civiles.
La heterogénea red mafiosa participaba con cierta frecuencia en comilonas, banquetes y fiestas nocturnas con prostitutas, alcohol y cocaína con cargo a las cuantiosas ganancias obtenidas con su actividad delincuencial." (El País, ed. Galicia, España, 22/02/2009, p. 22)
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