"¿Cuáles son los mecanismos institucionales y mentales que hacen posible
la corrupción? Tras estudiar numerosos sumarios judiciales y extraer de
ellos las actitudes y las frases más recurrentes, Fernando Jiménez y
Vicente Carbona diseccionan en este ensayo los motivos que impulsan a
los políticos, los empresarios y a la sociedad a incurrir y aceptar la
corrupción.
Es indudable que los verdaderos expertos en la corrupción son quienes
la practican. Por esa razón, el análisis de este fenómeno nunca podría
estar completo si no prestamos atención a estos actores. En este texto
nos vamos a aproximar a las actitudes, las percepciones y los valores de
quienes practican estas actividades delictivas. Para ello, utilizaremos
un tipo muy especial de material empírico.
El considerable aumento en
los últimos cinco años de investigaciones judiciales sobre la corrupción
en nuestro país nos permite contar con una base de datos especialmente
rica para analizar los mapas mentales de estos actores. En concreto, las
grabaciones policiales de muchos intentos de soborno constituyen un
material privilegiado para llevar a cabo un análisis de aquello que
tienen “los corruptos en la cabeza” cuando se proponen cometer estos
delitos.
En este texto hemos seleccionado una (corta) serie de
fragmentos de estas conversaciones que son suficientemente
representativos para ilustrar lo que podemos llamar el “imaginario de la
corrupción” en España.
I. EL IMAGINARIO DE LA CORRUPCIÓN
¿Qué
tienen en la cabeza los corruptos cuando llevan a cabo actividades
presuntamente delictivas? El análisis de una información como esta
enriquece nuestra aproximación al fenómeno de la corrupción. Al final,
son los individuos quienes otorgan un determinado significado a sus
acciones y quienes deciden qué tipo de elementos del entorno en el que
actúan se convierten en incentivos que les estimulan a llevar adelante
determinados comportamientos.
Como afirma Mark Granovetter cuando
critica los enfoques económicos de la corrupción de la “Teoría de la
Agencia”, aunque estos modelos explicativos “puedan ser razonables si
permanecen constantes todos los demás factores, en la práctica
infradeterminan los resultados posibles porque abstraen los aspectos
sociales de la forma en que los incentivos se convierten en tales y de
la manera en que los actores les dotan de valor y de significado”.
Por
tanto, para no caer en la debilidad denunciada por el sociólogo de
Stanford, es conveniente utilizar material empírico. Después de leer un
buen número de sumarios judiciales sobre delitos de corrupción, creemos
que estamos en condiciones de condensar ese imaginario de la corrupción
en cinco elementos (tabla 1). Los entrecomillados son expresiones literales extraídas de tales conversaciones.
1. Los frutos de la corrupción: el bolsillo y otros fines
El
primer elemento del imaginario son los fines perseguidos por la
corrupción. El fin principal suele ser el enriquecimiento ilícito, pero
generalmente de manera instrumental aparece un segundo fin relacionado
con este: la financiación de las campañas electorales. Para poder
enriquecerse ilícitamente con la “venta” de determinadas decisiones
públicas es necesario previamente haber alcanzado una posición de poder
público. Para ello, en el caso de puestos de elección pública, es
necesario invertir en el coste de una campaña electoral con la que
asegurar que se va a alcanzar la posición de poder deseada.
Una conversación ampliamente conocida, publicada en su momento en la prensa,[1]
nos sirve para ilustrar estos extremos. Tuvo lugar en Orihuela entre
Ángel Fenoll –un empresario del sector de las basuras, que es uno de los
grandes protagonistas del Caso Brugal– y un entonces concejal de un
grupo político minoritario del Ayuntamiento de Orihuela, el Centro
Liberal, Jesús Ferrández.
Ángel Fenoll es de extracción humilde.
Empezó recorriendo las aldeas alrededor de Orihuela en un carromato con
su padre recogiendo las basuras. Hoy sigue trabajando en ese sector,
pero en una posición mucho más acomodada. Ángel Fenoll grabó esta
conversación en febrero de 2006. De hecho, por lo que se sabe del Caso
Brugal, probablemente ha grabado todas las conversaciones que ha tenido
con políticos.
En la conversación, Ángel Fenoll está prometiéndole
al concejal su apoyo económico en lo que necesite, siempre y cuando el
concejal cumpla con su parte del trato, que en este caso era tratar de
obstaculizar una contrata de basuras que había hecho el Ayuntamiento de
Orihuela y que se había adjudicado a un competidor de Ángel Fenoll. Se
trataba de denunciar ese concurso, obstaculizarlo, y volver a sacar a
concurso esa contrata.
Ángel Fenoll: Cuando llegue el momento antes del Pleno...
Jesús Ferrández: Si yo no quiero nada, tú paga la campaña.
Fenoll: Ya, ya... Que sí... Que te lo digo para que tengas confianza al 100%... Una campaña al estilo americano.
Ferrández: Al estilo americano no, una campaña que podamos sacar ocho o nueve concejales... Yo quiero que estos [PP] no gobiernen solos, que si nosotros decidimos después, decidimos nosotros [CL].
Una de las
constantes en estas conversaciones suele ser la financiación de las
campañas electorales y, a veces, de las propias organizaciones de los
partidos, algo que constituye un verdadero agujero negro en la
democracia española. En este caso, el concejal dice no esperar nada más
del empresario que el pago de la campaña. Este, seguramente llevado por
el entusiasmo del momento, le promete no solo que lo hará sino que
tendrá una campaña “al estilo americano”... en Orihuela. Obviamente el
realismo del concejal se impone. No necesita globos de colores ni
sombreros panamá, sino tan solo asegurarse un número de concejales
suficiente para que el partido mayoritario, sea el que sea, dependa de
sus votos para conseguir la alcaldía. ¿Qué necesita por tanto el
concejal? La conversación entre ambos prosigue:
Ferrández: Nosotros, con cincuenta votos de La Murada, veinte de La Aparecida... Nos sobra, no tenemos que sacar mayoría absoluta, con sacar un par de concejales más ya está, no tenemos que ganar las elecciones. Y si nosotros tenemos la suerte...
Fenoll: Tienes la llave... Ellos tienen que entenderse contigo, ellos quienes sean...
Ferrández: De eso se trata. Además tú lo sabes... Yo eso de ser alcalde me la suda. Yo lo que quiero es mangonear por detrás. Si el que se ha equivocado conmigo ha sido Medina [el entonces alcalde de Orihuela]. Podría haber sido el tío más feliz del mundo, teniéndome a mí mangoneando por detrás, es lo que más me ha gustado siempre. A mí eso de los discursos me la suda.
Están
hablando, aunque no explícitamente, de que se trata de comprar votos. De
hecho, existen varios fenómenos registrados de compra de votos en esa
zona, no solo en Orihuela, sino que también ha habido casos denunciados
en la provincia de Murcia y hasta hay una reciente sentencia de la
Audiencia Provincial de Murcia que ha condenado
por esta práctica al alcalde de Fortuna. Lo importante, por tanto, no
son los globos, sino asegurar la posición de poder necesaria: no una
mayoría, sino “tener la llave”, condicionar el establecimiento de una
mayoría de gobierno en el Ayuntamiento. Lo de menos es gobernar, lo
decisivo para este concejal, tal y como dice en esa perversa oda a la
vocación política con la que termina este fragmento, es “mangonear por
detrás”.
Pero ¿para qué necesita este político asegurarse esa
posición de poder? El siguiente fragmento de esta conversación es
suficientemente explícito.
Ferrández: Nada más que mangoneemos un poco y cogiendo un par de PAUS de cuatro millones de metros cuadrados ni basuras ni la puta que las parió.
Fenoll: Es verdad, sí.
Ferrández: De qué estamos hablando. Se pueden ganar miles de millones con un PAU de tres millones de metros cuadrados. Tú calcula que los tres millones son millón y medio de metros cuadrados y la media entre el suelo y lo que gane de las viviendas, ponle como mínimo un beneficio de 20.000 pesetas el metro cuadrado: Salen 30.000 millones de pesetas, que es lo que están ganando esos hijos de puta.
Fenoll: Están ganando todo el dinero del mundo.
Aquí
aparece el otro fruto buscado por la implicación en actividades de
corrupción. Uno era “finánciame la campaña” para tener “la llave”, para
ser clave en la toma de decisiones en el Ayuntamiento, y una vez que
consigan eso, ¿para qué quieren el poder? Hasta el momento solo hablaban
de contratas de basura y de campañas electorales. Pero, claramente, lo
importante en el contexto temporal de los años del boom inmobiliario es
tener el control sobre el desarrollo del suelo en el municipio. La
velocidad con la que calculan el rendimiento de estas operaciones es
suficiente evidencia de cuáles son los objetivos que pretenden realmente
desde la posición de poder a la que aspiran.
La disposición que
muestra el empresario de las basuras para saltar desde su sector al
inmobiliario explica también buena parte de los comportamientos que
llevaron a muchos empresarios a abandonar los sectores en los que
trabajaban tradicionalmente para operar en el sector inmobiliario. Como
se ha demostrado, esta ha sido, a la larga, una apuesta realmente
ruinosa para la estructura económica de nuestras comunidades. El
pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha supuesto la desaparición de un
elevado número de empresas que llegaron a la promoción inmobiliaria
desde sectores productivos que seguirían siendo perfectamente
sostenibles desde el punto de vista económico en la actual etapa de
crisis.
2. “Tener la llave”: el cargo como oportunidad
El
segundo elemento del imaginario gira alrededor de la idea de que el
ocupante del cargo público se encuentra en la posición clave para tomar
la decisión pública necesaria que permite el negocio corrupto. En todas
estas conversaciones grabadas por los cuerpos policiales aparece
constantemente, como ya hemos visto en uno de los fragmentos anteriores,
la expresión “tener la llave”. La ocupación del cargo público adecuado
es vista como una oportunidad para el enriquecimiento ilícito de su
ocupante.
La conversación elegida para ilustrar este elemento del
imaginario tuvo lugar en Camas, en la provincia de Sevilla, el 12 de
septiembre de 2005.Fue grabada, con la ayuda de la policía,
por una concejal que luego denunció el intento de soborno al que se vio
sometida. La concejal pregunta en un determinado momento:
Concejal: ¿Qué recibiría yo?
Intermediario: ...Pues resolver tu vida, la de tus hijos, y la de veinte generaciones tuyas [...] Esto es un filón. Esto es oro, oro y oro.
Concejal: La corrupción la he visto pasar siempre tan de lejos. No creí que me iba a coger tan de cerca.
Intermediario: A todos nos llega la hora. A ti te ha llegado ahora. Yo voy a lo mío. No sé si vienes a sacarme información. Pero yo quiero hacer. Yo tengo unos señores que tienen unos intereses ahí. Te estoy hablando claro. Y tenemos la oportunidad de resolver nuestra vida para veinte generaciones, la tuya y la mía.
Están
hablando de lo que la concejal recibiría a cambio de ofrecer el voto
decisivo para poder llevar adelante una serie de planes urbanísticos en
el municipio de Camas. El intermediario no puede ser más directo a la
hora de describir la oportunidad que “tener el cargo” representa en el
imaginario de la corrupción: resolver tu vida y la de veinte
generaciones tuyas. Como en un buen western, el intermediario deja una
frase lapidaria sobre lo que parece la inevitabilidad de la corrupción:
“A todos nos llega la hora.” El cargo que ocupa la concejal y su voto
decisivo en el Pleno son la llave para obtener el filón del oro.
Siguiendo
con el segundo elemento, el del cargo público como oportunidad, una
segunda ilustración corresponde a una conversación que tuvo lugar el 5
de junio de 2008 en Arrecife (Lanzarote), entre un consejero del cabildo
de la isla y un intermediario que viene a pedirle que desbloquee un
plan urbanístico recurrido por el cabildo ante la jurisdicción
contenciosa y por la vía penal, a iniciativa de este mismo consejero.
Esta conversación completa representa una antología de la corrupción.
La
conversación dura aproximadamente una hora y media. La grabó el
consejero cuando supo que iba a ser objeto de un soborno. Esta grabación
ha iniciado una investigación judicial aún en marcha, tras acumularse
una impresionante cantidad de información.[2]
En
este primer fragmento de la conversación, el intermediario se refiere a
un proyecto urbanístico en que el consejero le asegura que “ahí nadie
se llevó nada”. El intermediario no da crédito a eso, y le dice:
[...] y tú imagínate que hubieras trincao un 5 o 10 de todo el proyecto ese, ¿qué pasa?, y es que te digo una cosa, si no lo hicieras, si no lo hicisteis tú o la persona que tenía en ese momento la llave es que son gilipollas, te lo digo sinceramente, es que son gilipollas, porque se creen ustedes que van a estar aquí toda la vida, que la política es itinerante [sic.], que esto no es un contrato fijo de trabajo, tú lo sabes, es que es así [...] Entonces tú te vas a mantener ahí tres años, garantizar tres años. La próxima, mira, tío, no lo sé, porque dentro de la maquinaria de ustedes unos cuantos que quieren quitarte a ti para ponerse ellos [...] Es que quieren tu puesto, quieren tu puesto, eso es lo que hay, entonces, tienes tres años. Pero vamos, yo no te voy a decir a ti lo que tienes que hacer, que tú eres un tío bastante inteligente. Tú deberías amarrarte bien, y amarrarte bien, y amarrarte bien. Garantizarte tu futuro.
El
mensaje es evidente: la competencia para hacerse con el cargo y con el
aprovechamiento económico que puede tener aparejado no está ni siquiera
fuera del partido, sino que el peligro viene del fuego amigo.
“Eso es lo que hay.” Si eres inteligente, sabes que necesitas “amarrarte
bien” (aprovechar el cargo mientras lo disfrutes) para garantizarte el
futuro porque el desempeño de los cargos públicos no es para siempre.
2.B. “Si no lo haces, eres gilipollas”
El
segundo elemento del imaginario de la corrupción tiene un corolario. No
es solo que cuando se disfruta de un cargo público en el que se tiene
la llave hay que aprovecharlo, sino que si dejas de hacerlo no es porque
seas un tipo íntegro, sino porque eres tonto o, como suelen decir los
corruptores en estas conversaciones, “gilipollas”. La justificación que
dan los corruptos para afirmar que quienes no se aprovechan del cargo
público no son dignos de respeto se basa en dos razones.
La primera es
que, de todas formas, “todo el mundo pensará que lo estás haciendo”, así
que, si vas a quedar como un corrupto, al menos que sea con fundamento.
Este primer punto queda de nuevo magníficamente ilustrado en la
conversación canaria. El intermediario dice:
Claro, o sea lo que es de gilipollas, es que eso vaya p’alante, y ahí nadie haya trincado nada [...] en un proyecto que es [...] tela marinera. ¿Qué quieres que te diga? Pues si no han trincado nada ahí, no lo entiendo, sinceramente no lo entiendo [...] Como todo el mundo sabe lo que hay, que es imposible que no se haya hecho nada ahí.
La
segunda razón es que “si no lo haces tú lo hará otro”. Es absurdo
hacerte el héroe de la integridad, porque siempre habrá otro dispuesto a
dejarse comprar, así que aún te sentirás más tonto por no haber
aprovechado la oportunidad cuando la tuviste. Según explica el
intermediario a la concejal de Camas:
Esta gente te va a montar un negocio y no vas a tener que trabajar más. Y si no lo haces tú, lo hará otro.
Esto
recuerda la frase que Francisco Hernando Contreras, El Pocero, le dijo
al alcalde de Izquierda Unida que paró el desarrollo de la enorme ciudad
dormitorio de Seseña[3]: “Tú eres tonto. Eres el único alcalde honrado de España.”
Volviendo
a la conversación de la isla canaria, el intermediario expresa con
rotundidad esa visión sobre la inevitabilidad de la corrupción y la
disposición a la misma de quienes participan en la vida pública. Tras
una larga (y espeluznante) narración a cargo del intermediario de
numerosos casos de corrupción en la isla en la que nombra directamente a
un buen número de conocidos políticos de todos los partidos, el
consejero del cabildo reacciona con ingenuidad y el intermediario no le
da opción:
Político: Aquí el más tonto hace relojes, ¿no?
Intermediario: Tonto aquí, yo no veo ninguno. Yo el día que me presentes a uno te doy una medalla.
Político: El primer tonto soy yo, parece hay alguno despistao.
Intermediario: No, tú no eres tonto, lo que pasa es que acabas de entrar también ¡joder!, llevas poco tiempo, ¿no?
Es
decir, los rasgos de integridad, o más bien de estulticia por no
aprovechar las oportunidades que brinda el cargo público, son, a juicio
de este intermediario, pasajeros, fruto únicamente de la poca
experiencia en la vida política y, por tanto, un sarampión que pasa muy
pronto.
3. “Además, no te va a pasar nada”
El
concepto de la impunidad es un elemento poderoso en el imaginario de la
corrupción. Las reglas del juego corrupto son sencillas, “la Biblia
está escrita desde hace tiempo”, según el intermediario de la
conversación canaria en otra frase digna de ser esculpida en mármol:
¿Cómo se hace eso? Pues muy sencillo. Tú, que eres el personaje público, ni apareces.
Entonces, por ejemplo yo [con el promotor] hago un contrato, ese sí que
se hace público, una cosa 100% legal, de un porcentaje en el que figura
que [el intermediario] tiene un porcentaje en esta sociedad, luego yo
contigo, si tú quieres, hago un contrato privado –el contrato privado
vale igual que uno público–. Tú tienes tu copia y la guardas, que de la
parte mía el 50% es tuyo, y ya está. Eso no tiene por qué aparecer jamás en la vida, jamás.
Cuando tú termines todo tu bagaje y tal y cual, que no va durar mucho o
cuando tú quieras, eso se llevará a escritura pública y ya está [...]
Así es como se hace, ¿entiendes? [...] Con cosas privadas tú no vas a ver nada, eso se amarra bien y no hay problema, eso te lo digo yo [...] La Biblia está escrita desde hace tiempo [...]
Esta operación, si sale, va a salir de puta madre, ya lo verás. Cuando tú te encuentres con una cosa de esas, si quieres voy yo y lo arreglo, o sea, tú no tienes ni que aparecer.
Si a ti te viene mañana [el promotor]... ¡Coño! ¿Cómo podemos
desbloquear este tema tal y cual? Tú me llamas [el intermediario], vete
con él [el promotor], escucha lo que te dice, y luego yo hablo con él:
esto lo podemos desbloquear, pero ¿cómo queda la cosa? Y ya está, tú no apareces por ningún lao, por ningún lao [...]
El blanquearlo es muy fácil,
o sea a mí me dan mañana mil millones de pesetas, me dicen: “Mira tengo
mil kilos en, no sé, Islas Caimán o..., tráetelo p’acá y lo tienes
blanqueado en dos años.”
En este caso, el intermediario le
explica al político cómo hacer el pago del soborno garantizándole toda
la opacidad posible para que no deje huellas. Además, en lo que
constituye toda una reivindicación profesional del papel del
intermediario, este aprovecha para ofrecerse al político para que pueda
llevar a cabo este tipo de operaciones con cualquier clase de empresario
interesado.
Incluso aprovecha para asegurarle que el blanqueo del
cohecho es una operación simple en la que ya tiene experiencia. Aunque
en esta conversación no se advierte, en muchos otros casos, uno más de
los servicios ofrecidos por los intermediarios de la corrupción es el de
“comerse el marrón”, de ir a la cárcel antes que descubrir quién fue el
destinatario último de los pagos.
4. “No vayas a joder al pueblo”
Ampliar
el número de beneficiarios de este tipo de intercambio parece ser otra
de las principales reglas del juego entre corruptos, al menos entre los
más avezados en estos negocios. La conversación de la isla canaria
vuelve a servirnos una ilustración de este elemento del imaginario. Tras
poner algunos ejemplos de políticos corruptos a los que perdió la
avaricia, el intermediario advierte al político:
No vayas a joder al pueblo, o sea lo que es estúpido es que en el [barrio popular], tú no le dejes hacer casas [...] Claro, tú tienes que ser generoso, a la gente del pueblo ponle lo que quiera a [barrio popular] dos plantas, y en [otro barrio] otra planta más pa esa gente para que lleve a la familia y que se beneficie todo el mundo y después de tres o cuatro operaciones gordas que hay [...], empresas privadas con dinero y tal, a la gente no le importa mientras [...] tú hagas cosas por el pueblo. Lo que no puedes hacer es to pa mí, to pa mí y que se joda el resto del mundo, entonces te joden vivo.
El
mensaje es que, si eres un depredador, no vas a poder disfrutar mucho
tiempo de la ocupación del cargo público que permite acceder a estos
negocios. Por eso, el truco se juega a esa carta: “No vayas a joder al
pueblo.” Esta es la condición de posibilidad para ser un corrupto con
permanencia en el cargo. Como dice con claridad meridiana el
intermediario, “a la gente no le importa [que tú te beneficies
ilícitamente] mientras hagas cosas por el pueblo”.
No obstante, es
evidente que por culpa de la corrupción, a la larga, “el pueblo” es
exactamente el que sale perjudicado. Estas “operaciones gordas” dejan un
legado de degradación medioambiental, estructuras de poca calidad y
unas condiciones sociales mucho peores.
Un ejemplo de esta
hipocresía populista es el de Jesús Gil. Después de tantos años en
Marbella, donde renovó cuatro veces seguidas su mayoría absoluta;
después de tanta supuesta creación de riqueza y puestos de empleo, la
población de Marbella se había multiplicado por cuatro. Sin embargo, la
realidad es que siguió teniendo un solo consultorio médico, las mismas
líneas de transporte público, y menos metros de jardines públicos por
habitante de las que tenía antes de Gil.[4]
El mensaje es: “No vayas a joder al pueblo”, pero realmente el pueblo
acaba gravemente perjudicado por este tipo de comportamientos, aunque en
muchos casos tarde bastantes años en advertir las consecuencias del mal
gobierno y la corrupción.
5. “Esto funciona así”
El
elemento quizás más preocupante de este imaginario es la transmisión de
la idea de la inevitabilidad de la corrupción, la idea de que el
sistema político en la práctica “funciona así”. Las reglas del juego son
estas, y, por lo tanto, lo de cumplir con la legalidad parece ser lo
excepcional. Las leyes parecerían no ser más que un formal atrezzo para tranquilizar conciencias, mientras que las verdaderas reglas del juego son las de los intercambios corruptos.
La siguiente conversación es pública, tomada de una entrevista del reportero Luis Gómez en El País en noviembre de 2010.[5]
Es una de las pocas entrevistas que ha concedido Enrique Ortiz, el
promotor inmobiliario de Alicante que domina en torno al 80% del suelo
urbanizable en el término municipal, y que además es dueño del Hércules
Club de Fútbol. También es uno de los principales implicados en la
Operación Brugal y protagonista de uno de los capítulos del Caso Gürtel
que afecta a la financiación irregular del Partido Popular en la
Comunidad Valenciana.
Luis Gómez: Y sus competidores están también convencidos de que recibe trato de favor de los políticos.
Enrique Ortiz: Un político no te da la contrata, pero sí te la puede quitar. Las cosas las tienen muy claras. He hecho muchos favores toda la vida a políticos de todos los colores. Tienes que ganarte su confianza: si te piden que hagas una obra porque la necesitan, la haces. Yo por Navidades, ya sé lo que me espera. Que si hay que darle dinero a este equipo modesto. Y ahí está Ortiz. Que si hay que ayudar a las fiestas. Y ahí está Ortiz. Que si a alguna asociación, que si hay que construir una escuela de enfermería en el Sáhara. Y ahí está Ortiz. No se trata de sobornar al alcalde. Si piensas que haces algo mal, te escondes y yo no me escondo.
Gómez: Pero por las conversaciones y los informes de la Operación Brugal se desprende que usted ha ido más lejos en los favores [...] Usted empleaba a familiares de políticos.
Ortiz: Lo he hecho toda mi vida. Cómo le voy a decir que no a un político. Pero no les he regalado el sueldo a esos familiares [...]
Gómez: O sea, que el favor al político está justificado.
Ortiz: Es el sistema. Yo no quería comprar el estadio del Hércules, por ejemplo. Pero había una presión social, que se traslada a que el político te diga: “Tienes que comprarlo.” Y luego digo pero hay que hacer un estadio nuevo, que no es para mí, es para el Hércules, y propongo una operación para hacer uno nuevo, con la permuta de unos terrenos. Es lo que han hecho todos los clubes de España. Yo nunca haría una operación especulativa con el estadio.
Aunque Ortiz se desmarca del pago de
sobornos, admite que este conglomerado de favores a los políticos
constituye “el sistema”. Es la manera de ganarse su confianza y, siendo
así el sistema, no hay manera de quedar al margen. Analicemos ahora un
caso algo más escabroso que vuelve a servir de ilustración del “esto
funciona así”.
El 9 de junio de 2010, el periódico canario La Provincia desvelaba
que Jacinto Álvarez, el exgerente de Urbaser en la isla de Lanzarote,
llamaba a María Isabel Déniz, la exalcaldesa de Arrecife, “la Trincona”.
Álvarez está acusado de efectuar pagos ilegales a la alcaldesa; según él, con el visto bueno de sus superiores.
Urbaser es una enorme empresa[6]
dedicada principalmente a la gestión de basuras, y pertenece a ACS, la
empresa de Florentino Pérez. El gerente reconoció que sobornaron a (o
que se dejaron extorsionar por) la alcaldesa, a cambio de la concesión a
esta empresa de la contrata de basuras del ayuntamiento de Arrecife,
valorada en más de ocho millones de euros a diez años vista.
De
acuerdo con la información recogida por el diario regional, en un
determinado momento la exalcaldesa, cuya hermana era la viceconsejera de
Justicia del gobierno autonómico en el momento de saltar el escándalo,
averigua que está siendo investigada por la Guardia Civil. En ese
momento, según publica La Provincia, avisa a Jacinto Álvarez de
que están siendo seguidos por la Guardia Civil y le pide que se deshaga
de toda la documentación que pueda comprometerles. El gerente de
Urbaser coge toda la abundante documentación que tiene en su oficina y
la lleva a una nave que tenían en un barrio de Arrecife para esconderla.
Pero la Guardia Civil ya lo estaba siguiendo y se hace con toda la documentación.
Entre
la documentación que se le encuentra, aparece un cuaderno en el que
había escrito un “decálogo para tratar a la alcaldesa”. La norma número
uno era darle siempre la razón. Según las anotaciones de Álvarez y de
acuerdo con su declaración ante la policía judicial, la alcaldesa les
pedía constantemente nuevos regalos: relojes, viajes para ella y su
familia (entre ellos un safari en África), etcétera.
Álvarez alegó
que el pago de sobornos, superior a los 40.000 euros, se hizo con el
conocimiento de sus superiores. Naturalmente la empresa niega esta
versión y despidió a su gerente en cuanto fue imputado. Sin embargo, de
acuerdo con la investigación de la Operación Brugal esta misma empresa
ha protagonizado al menos un caso muy parecido en la concesión de una
nueva contrata de basuras en la Vega Baja de Alicante,[7]
por lo que hay indicios suficientes para deducir que esta práctica
podría constituir algo más que una mera ocurrencia de gerentes sin
escrúpulos.
La pregunta que cabe hacerse es cómo es posible que
una empresa nacional tan potente no denuncie este tipo de
comportamientos, de solicitudes de cohechos, cuando se topa con ellos en
algunos municipios. Nuestra hipótesis es que esto se debe seguramente a
que trabajan con la misma clave que hemos visto antes con los
concejales: si no lo haces, lo hará otro. Cuando uno habla con
empresarios de estos sectores, no resulta tan extraño escuchar que los
empleados de estas empresas digan que sus superiores lo sabían. Si tú no
pagas los sobornos, otros lo harán y además perderás la contrata. Por
esto, quizás, no lo denuncian. Porque también ellos parecen admitir que,
al menos en algunos ayuntamientos, “el sistema funciona así”.
Volvamos
a la conversación de la isla canaria a la que nos hemos referido
repetidamente. En un determinado momento, el intermediario habla de otro
promotor inmobiliario muy conocido en la isla, pero al que no
representa personalmente en este caso:
Intermediario: JF [promotor] es un tío que hay que reconocer que las cosas cuando las hace, las hace bonitas.
Político: Sí, eso sí.
Intermediario: Bien hechas; por lo menos no es chapucero.
Político: Por lo menos no es chapucero.
Intermediario: Es un tío que lo hace bien y que queda bien.
Político: Se salta la ley con estilo.
Intermediario: Eso sí, se salta la ley con estilo, pero, coño, ya que se la va a saltar alguien que se la salte él, que lo hace bien y deja siempre cosas bien hechas, ¡coño!, cosas bonitas... Como yo sé que al final se la van a saltar, prefiero que se la salte él a que no se la salte un basura que te hace una mierda, un desastre y te deja encima mal.
De
nuevo, la idea de la inevitabilidad de la corrupción: “Como yo sé que
al final se la van a saltar [la ley]”, mejor que se la salte un promotor
que construye “cosas bonitas” y que no es un chapucero. Al menos “se
salta la ley con estilo”. Es más, este tipo de promotores hasta “dejan
bien” al político, ya que lo de menos parece ser cumplir la ley. Una
constatación más de este elemento del imaginario de la corrupción en
nuestro país: las leyes no parecen ser más que un adorno para estos
personajes, las verdaderas reglas de juego no son las leyes oficiales,
sino las que regulan los intercambios corruptos. Un mensaje ciertamente
desolador.
II. ¿EN QUÉ GRADO ESTÁN EXTENDIDAS ESTAS ACTITUDES?
Para
poder cuantificar y evaluar las implicaciones de estas actitudes de y
hacia la corrupción, es necesario investigar más allá de los actores
principales. ¿Podemos pensar que este tipo de actitudes, este imaginario
de la corrupción, está generalmente extendido en nuestra sociedad,
entre los ciudadanos? Si esto es así, estaríamos ante una situación muy
complicada. ¿Necesitamos una revolución moral para combatir la
corrupción en España?
En el país que inventó el género literario
de la picaresca tendemos a pensar con frecuencia que las actitudes que
hemos presentado en la primera parte del trabajo están muy enraizadas en
nuestra sociedad. De hecho, en ocasiones hay algunos retazos de
información sociológica que parecen apuntar en esa línea. Nos vamos a
limitar a presentar solo algunos datos que podrían servir como
evidencias de la extensión de este tipo de actitudes entre los
ciudadanos españoles.
Comencemos con una conversación entre
trabajadores manuales de la Comunidad de Madrid, de entre treinta y
cuarenta y cinco años de edad, que tuvo lugar el 22 de noviembre de
2006, cuando los escándalos de corrupción urbanística ya dominaban las
portadas de los medios de comunicación.[8]
D.: Yo lo que quiero dejar claro por mi parte es que da igual que sean unos u otros, que lo que está claro es que el poder político es la herramienta para tener el poder económico, para manejar la pasta y aquí se ha demostrado que eso es así, son más o menos, y perdonad, clanes casi de mafiosos que se reparten el territorio. Yo me apostaría el sueldo de un año a que no hay un ayuntamiento en España, sea del partido que sea, al que no le saquen beneficio –da igual que sea izquierda, o el que sea.
J.: Por eso no sale casi nada, porque en todos hay...
Como
se observa en la cita anterior, el fragmento comienza con la típica
expresión de cinismo hacia el sistema político que cualquier científico
social conocedor de la realidad española esperaría: que todos los
políticos, todos los partidos son iguales; que anteponen sus intereses
particulares a todo lo demás, y que eso los convierte a todos en
corruptos, al menos en potencia. La conversación prosigue:
D.: La lástima que tengo es no haber pensado esto con veinte años en lugar de con treinta y nueve, porque ya me habría encargado yo de meterme en el rollo de la política que ahora sería concejal.
J. C.: Es que es una mafia.
D.: Porque también como luego no te va a pasar nada y que por otro lado estas cuatro años y luego a vivir, porque no conozco ningún político que al dejarlo se haya tenido que ir de electricista o lo que fuera, de bancario o lo que fuera.
J. M.: Y que luego según está la ley, tampoco le pasa nada si...
D.: ...Es que entran con unos sueldos muy normalitos y a los seis meses ves que tienen unos chalés, en unas urbanizaciones de no sé cuantos miles de euros, y dices, pero bueno, es que yo soy tonto.
D.
sorprende a sus compañeros al dar una vuelta de tuerca al habitual
discurso sobre la perversión de la clase política. No se queda solo en
la consabida y omnipresente denuncia de la corrupción de los políticos,
de todos ellos, sino que añade lo que parece ser un arrebato de
sinceridad mucho menos habitual: la lástima es no haberse dado cuenta
antes de cómo eran las verdaderas reglas del juego político, la
presencia de la corrupción, para haber entrado él mismo en este juego ya
que ahora estaría en una posición económica mucho mejor. Aunque son
unas palabras que sorprenden en un primer momento a sus compañeros, hay
que decir que estos acabaron asintiendo ante lo señalado por D.
Si
dejamos de lado esta aproximación cualitativa y echamos un vistazo a
las encuestas de opinión, encontraremos también algunos datos igualmente
preocupantes. En primer lugar, la percepción de los españoles sobre la
incidencia de la corrupción es realmente alarmante. Sobre este
particular poseemos una larga batería de datos, pero basta con la tabla 2 para ilustrarlo.
Otros datos ahondan en esta no muy alentadora imagen. España exhibe una
de las tasas más bajas de confianza interpersonal generalizada de la
UE-15, un factor que suele estar correlacionado con el nivel de
corrupción real: A mayores niveles de confianza social, menos
corrupción, y viceversa. El gráfico A recoge la distribución de la variable de la confianza interpersonal según unos datos de diciembre de 2009.
Las percepciones de los españoles sobre la parcialidad o imparcialidad
con la que funcionan las principales instituciones de gobierno (tabla 3)
apuntan también hacia una preocupante sensación de que instituciones
públicas clave como la justicia o la administración tributaria no tratan
por igual a todos los ciudadanos.
Así, según el CIS, siete de cada diez españoles se mostraban
disconformes en 2009 con la afirmación de que “el sistema judicial
castiga a los culpables sin importar quiénes son”. De acuerdo con otra
encuesta de ASP para la Fundación de las Cajas de Ahorro (FUNCAS)
realizada en ese mismo año, tres de cada cuatro encuestados se mostraban
muy o bastante de acuerdo con la opinión de que “la gente acomodada
recibe un trato fiscal claramente más favorable que el que recibe el
ciudadano medio”.
Esta baja confianza ciudadana constituye uno de
los rasgos de la cultura política de los españoles desde que se lleva a
cabo este tipo de estudios en nuestro país. La gran mayoría de españoles
percibe que las instituciones públicas no tratan por igual a todos los
ciudadanos y asume que la corrupción abunda entre nuestros
representantes y nuestros gobiernos.
La visión negativa ciudadana
sobre el funcionamiento parcial de las instituciones de gobierno aparece
no solo en las encuestas sino, como hemos visto, en buena parte de las
conversaciones grabadas por la policía en la persecución de delitos de
corrupción. Una constante afirmación sostiene que los intercambios
corruptos son la forma normal de proceder: que esto funciona así.
Como
señalan Charron y Lapuente, cuando la percepción de la mayoría es que
“el sistema funciona así”, los actores invertirán tiempo y esfuerzo en
el cultivo de los contactos sociales adecuados para tener acceso a tales
beneficios. En el caso español esta actitud parece haber calado de
forma considerable. Parece crear una especie de contagio y tiende a
deteriorar la capacidad de reacción con la que un sistema democrático
debería perseguir y castigar este tipo de actitudes.
Cuando en una
encuesta realizada por Víctor Pérez Díaz para ASP por encargo de FUNCAS
en 2010 (ASP 10.048), se preguntó qué es lo más importante para llegar a
ser rico en la sociedad española, más del 56% respondió “tener buenos
contactos y cultivarlos”, casi el 20% eligió “tener suerte” y,
significativamente, solo el 18% se inclinó por la opción “tener buenas
ideas y esforzarse en aplicarlas”. Estos últimos, según el imaginario de
la corrupción, serían probablemente los “gilipollas”.
Sin
embargo, a pesar de la prevalencia de estas actitudes, no puede
afirmarse que la sociedad española esté particularmente inclinada a la
corrupción. Los datos que tenemos sobre la experiencia directa en el
pago de sobornos a través del Barómetro Global de la Corrupción de
Transparencia Internacional son bastante sólidos en este sentido:
aquellos que dicen haber pagado un soborno en España nunca han superado
el 5% de los encuestados, por debajo de la media de los países de la UE.
Además,
los escasos indicadores existentes sobre los comportamientos que los
ciudadanos consideran como corruptos no demuestran una tolerancia
especial de los españoles hacia la corrupción (tabla 4).
Ni siquiera cuando los encuestados son sometidos a un difícil dilema
moral parecen imponerse las respuestas menos adecuadas. A la pregunta
“¿Qué frase refleja mejor su opinión?”, la mayoría contestó: “Que los
políticos cumplan siempre con las leyes, incluso si eso les hiciera ser
menos eficaces a la hora de resolver los problemas de los ciudadanos”
(CIS 2826, dic. 2009).
Por tanto, en el caso español, el problema
coincide con lo sugerido por Charron y Lapuente. No parece que lo
importante aquí sean los valores morales de los ciudadanos. No parece
que una mayor incidencia de la corrupción en España con respecto a los
países de nuestro entorno pueda atribuirse a los valores de moral
pública entre los españoles, sino a que las expectativas que tienen los
ciudadanos sobre el funcionamiento de las instituciones de gobierno son
altamente negativas.
Los españoles perciben una gran parcialidad
en el funcionamiento de estas instituciones con la consiguiente
desigualdad de trato por parte de las mismas. Esta percepción genera una
actitud de cinismo hacia la política y los políticos que explicaría el
recurso a comportamientos típicamente clientelares, en los que el
cultivo de los contactos adecuados está por encima del esfuerzo
individual para mejorar las condiciones de vida y el propio estatus
social.
Así, el desafecto hacia la política democrática evidente
en los estudios de opinión, y su reflejo en el comportamiento electoral
(la facilidad con la que se descuentan a menudo las denuncias de
corrupción), serían fruto no tanto de una moral pública escasamente
cívica, sino más bien el producto de la distancia que perciben los
ciudadanos entre su ideal democrático (basado sobre todo en la idea de
igualdad) y sus recelosas expectativas sobre la realidad de la política
democrática.
De este modo, dadas las bajas expectativas que tienen
sobre el grado de ajuste de la política real a su propio ideal de
democracia, su reacción ante un escándalo (o una oleada de escándalos)
de corrupción es de “normalidad”. Los escándalos confirman sus
expectativas sobre los verdaderos motivos de los actores políticos (y el
verdadero funcionamiento de las instituciones políticas) y, por tanto,
no son excepciones ante las que haya que reaccionar para que todo vuelva
a la “normalidad democrática”.
III. EL CÍRCULO VICIOSO
En
este imaginario de la corrupción, el cargo público es percibido como
“la llave” para “trincar”; si no lo haces, “eres gilipollas”, y otros lo
harán; y “además, no te va a pasar nada”. Todo esto es anatema a la
verdadera democracia.
Las tradicionales redes clientelares en
España siguen patrones establecidos y perfeccionados durante siglos de
mala gobernanza que son difíciles de extirpar. Estas redes, con sus
“intermediarios”, funcionan a través de comportamientos que incluyen
intercambios corruptos en los que las decisiones políticas están ligadas
a beneficios económicos, y viceversa.
No obstante, la corrupción en España no constituye un caso excepcional ni en su forma ni en su extensión. Spain is not very different.
De hecho, el imaginario sigue pautas que encajan en algoritmos
defectuosos evidentes en muchas sociedades y países por todo el mundo.
Lo
realmente lamentable es que la distancia que perciben los ciudadanos
entre su ideal democrático y la realidad existente, ese cinismo hacia la
política democrática en España, representa una peligrosa desconfianza
generalizada en las instituciones y en la capacidad de los sistemas de
administración para resolver el problema de la corrupción. Es un círculo
vicioso de difícil arreglo.
Cuando no existe un sano equilibrio
entre las administraciones, la sociedad civil y los mercados, cuando los
sistemas de control no funcionan adecuadamente, no puede haber
verdadera “normalidad democrática”.
Pero quizás lo más
desalentador es lo que esto significa en términos de iniciativa
individual, de la percepción del esfuerzo personal, y por tanto, de la
posibilidad de cambiar “el sistema”. Mientras “esto” siga “siendo así”,
mientras las reglas del juego no estén claramente delineadas y sean
iguales para todos, nada cambiará.
La lucha contra la corrupción
en España requerirá cambios significativos en la cultura política y
también en la cultura empresarial. Como evidencian las encuestas, los
ciudadanos españoles no son especialmente propensos a la corrupción, no
se trata de un problema de moral pública. Se trata de un sistema de
control y responsabilidad defectuoso.
Para sanear “el sistema” y
eliminar el impacto de la corrupción sobre la vida social española, se
requerirá una acción global concertada entre todos los sectores
sociales. Se requerirá liderazgo político e institucional decisivo,
responsable, y un llamamiento a un movimiento social imparcial e
inclusivo que abarque a las clases política, empresarial, cultural y
académica. Solo así estaremos en condiciones de romper el círculo
vicioso. "
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