"Los investigadores de la Operación Tándem, que el pasado noviembre envió a prisión preventiva al comisario por cobrar por "servicios de inteligencia",
se desayunaron esta semana con la bomba. Los agentes desconocen si la
grabación a Corinna es un “proyecto personal” de Villarejo.
O el encargo
de alguno de los adinerados clientes que durante décadas tocaron a su
despacho de la novena planta de la Torre Picasso de Madrid para
contratar sus servicios de “gestión de crisis en el ámbito judicial y
policial”. Un eufemismo para describir un chiringuito especializado en
la búsqueda de trapos sucios a golpe de talonario, según fuentes
policiales.
Si Villarejo grabó por voluntad propia a Corinna fue para acopiarse de munición para forzar su libertad.
El policía estaría aplicando la misma hoja de ruta que ofrecía a sus
clientes. Pero ahora para salvarse él, según fuentes próximas al caso.
“Villarejo quiere convertir la Operación Tándem en el
caso Corinna”, apuntan fuentes próximas al caso en referencia a una
supuesta treta para “intimidar al Estado y las instituciones”.
Los agentes conocen la larga sombra del investigado.
Un hombre que ha hecho del fisgoneo a empresarios, jueces, periodistas,
políticos de PP y PSOE, altos funcionarios y agentes del Centro Nacional
de Inteligencia (CNI) un suculento negocio. Por sus “proyectos” de
“gestión de crisis” llegó a pedir hasta 30 millones a ocho clientes
entre 2013 y 2017, según fuentes judiciales. Y su entramado ingresó 20,4 millones solo entre 1992 y 2010. El desafiante policía siempre defendió que el Ministerio del Interior conocía sus negocios y autorizó su compatibilidad.
José Manuel Villarejo Pérez es un hombre con dos
caras. Una pública, la del comisario comprometido con los asuntos
calientes del Estado. Y otra privada y vidriosa, que se extienda como
una hidra por una compleja madeja de negocios. La historia de este
agente desconfiado comienza a escribirse en los Ochenta. El policía
trabajaba entonces para la agencia de detectives Kroll International,
conducía un Porsche y tenía una oficina a las afueras de Madrid.
En 1993 Villarejo se reenganchó al Cuerpo Nacional de Policía. Y despuntó entonces como un funcionario que no se arrugaba con los expedientes más putrefactos ni al descender a asuntos sensibles como la lucha antiterrorista. Un trabajo que prestó para los Gobiernos de PP y PSOE.
Durante el último Ejecutivo de Mariano Rajoy, el policía ejecutó encargos inconfesables sobre la deriva independentista en Cataluña y su nombre se conectó con la denominada “policía patriótica”.
En 1993 Villarejo se reenganchó al Cuerpo Nacional de Policía. Y despuntó entonces como un funcionario que no se arrugaba con los expedientes más putrefactos ni al descender a asuntos sensibles como la lucha antiterrorista. Un trabajo que prestó para los Gobiernos de PP y PSOE.
Durante el último Ejecutivo de Mariano Rajoy, el policía ejecutó encargos inconfesables sobre la deriva independentista en Cataluña y su nombre se conectó con la denominada “policía patriótica”.
La nómina de personalidades en apuros que
recurrieron a sus servicios es amplia. E incluye a ejecutivos del IBEX
35, empresarios como Javier López Madrid y Adrián de la Joya, el bufete
Herrero & Asociados y un presunto blanqueador conectado con el
vicepresidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Nguema Obiang Mangue.
Todos ellos se beneficiaron de una de las señas de
identidad del policía: la confidencialidad. Villarejo no firmaba
contratos. Suscribía una hoja de servicios. E imponía una “comisión de
éxito”. El premio por conseguir sus objetivos alcanzaba el 100 % de la
cifra pactada en los casos más complejos.
Por uno de sus vidriosos
“proyectos”, que es como denominaba cada trabajo, llegó a pedir seis
millones de euros. Las 174 llamadas que cruzó en 60 días en 2014 con su
cliente Adrián de la Joya para resolverle los problemas con una finca
demuestran la implicación del comisario con sus negocios.
Unos manejos
denunciados por el CNI, el servicio secreto con el que el policía estaba
enfrentado a cara de perro.
La investigación acredita que el primer contacto
entre Villarejo y el cliente –que quedaba registrado con el micro espía-
servía para desplegar la cartera de servicios ilegales. Los trabajos
incluían desde presuntas campañas de intoxicación y desinformación hasta
el acopio de datos fiscales, cuentas bancarias, tráfico de llamadas,
sumarios bajo secreto…
Villarejo disponía de una telaraña de colaboradores.
Tenía a su cargo a una decena de comisarios jubilados. También a
funcionarios de la Agencia Tributaria y empleados de bancos y compañías
de telecomunicaciones. “Era muy generoso, pagaba muy bien a los suyos
con dinero y regalos”, explica una fuente judicial.
Los archivos secretos de este hombre que se definía a sí mismo como “agente encubierto” son una metáfora de los agujeros del stablishment.
Incluyen “imágenes escatológicas” y salpican a decenas personalidades
de los últimos 25 años, según fuentes judiciales, que advierten: “La
Audiencia Nacional y la Fiscalía Anticorrupción aguantarán las
presiones”.
Y es que el comisario siempre intentó desplegar sus
redes sobre la judicatura. Durante años organizó con el empresario
Adrián de la Joya comidas mensuales “muy divertidas” en Madrid donde las
fotos estaban prohibidas. A los encuentros asistían supuestamente
magistrados de la Audiencia Nacional y dirigentes de PSOE y PP, según un
informe policial.
Además, su instituto de práctica jurídica Schola
Iuris pagó a algunos jueces y fiscales por impartir clases. Y la
Asociación Transparencia y Justicia, donde figuró como secretario el
hombre de confianza del comisario, el abogado Rafael Redondo, actuó como
caballo de Troya para introducirse como acusación popular en sumarios
calientes como el caso del pequeño Nicolás.
El microemperio de Villarejo engordó con los años. Y se extendió a empresas de investigación, despachos, webs
y agencias de “gestión de crisis”, su especialidad. Una de las piezas
de su entramado, la sociedad Servicios de Investigación y Detección,
presumía de “estar dirigida y coordinada por miembros de la Seguridad
del Estado” y ofrecía un laboratorio de audio, según un informe
policial.
Un equipo de ocho agentes de asuntos internos trabaja
a destajo para desencriptar varios terabytes incautados a la red del
comisario. Los funcionarios barajan la hipótesis de que el policía
guardó copias de su dinamita informativa en la nube. Y también que
confió el material a sus colaboradores que supuestamente filtraron la
grabación de Corinna. Un hecho que el abogado del policía niega en un
comunicado.
Los agentes escuchan con sus cascos decenas de horas
de material inflamable. Y emiten informes a la Fiscalía Anticorrupción y
al juez de instructor de la Audiencia Nacional Diego de Egea cuando
encuentran indicios delictivos. Los audios que afectan a la Seguridad
del Estado -confidentes, pago de fondos reservados, operaciones
judicializadas en los que no se aprecian irregularidades- quedarán
protegidos por la Ley de Secretos Oficiales, según fuentes próximas a la
causa." (José María Irujo ,Joaquín Gil , El País, 16/07/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario