"De espaldas, Luis Bárcenas es un tipo opaco. De frente, en
cambio, también. Su cogote cuadrado y su barbilla presionada contra el
propio pescuezo lo convierten en el candidato perfecto a hablar raro.
En
él es coherente decir cosas como “remanente de liquidez” (expresión que
recordó el abogado del Estado): tanta extravagancia para hablar de algo
parecido a “ahorros” sugiere que hay algo oscuro tras ese montón de
pasta. No sabemos qué fue antes, si la pedantería o el cogote, pero sí
intuimos lo que va después: la cárcel.
Días finales de la Gürtel. La fiscal Concepción Sabadell
seguía espulgando el caso los días 24 y 25 de octubre, e iba trabándose,
quedándose sin voz, bebiendo agua. A Sabadell le cabe el sumario en la
cabeza. Usaba papeles, pero los miraba poco. Fueron dos jornadas
protagonizadas por el extesorero popular, cuyos delitos se utilizaron
como un hilo de Ariadna para regresar a Génova. Las sesiones de informes
están sirviendo para situar la Gürtel en su contexto político.
Sabadell
consideró contrastada la veracidad de los papeles de Bárcenas y su
pertenencia a la caja B del PP. Luis el Cabrón era, a su
entender, el extesorero, y no Luis Delso, como declararon los de Correa;
más tarde, el abogado del Estado Edmundo Bal se sumó a la opinión de la
Fiscalía. Poco a poco se fue cercando al partido del Gobierno hasta
llegar a una conclusión terminante: el PP se nutrió de la trama, “el PP y
no el grupo municipal”, matizó Sabadell.
La última frase del alegato de
la fiscal nos desubicó: “Los acusados consiguieron que unos mecanismos
viciados se consolidaran como algo estructural. Atentaron contra el
Estado de Derecho y resultará muy difícil la reparación social”, casi
parecía que estaba hablando de los independentistas. A punto estuvo la
Audiencia de llenarse de periodistas. Pero fue solo un segundo, pasó
rápido.
Antes de eso, Sabadell se empleó en romper las líneas de
flotación de Bárcenas y la tribu de los indefendibles de la Gürtel.
Podemos calificar así a procesados como Bárcenas, López Viejo, Ana Mato o
Carlos Clemente Aguado. Su ADN político los dotó de un instinto para el
falseamiento, el encubrimiento y el trilerismo. Se convencieron de que
la retórica prevalece sobre los hechos.
Lograron, en su fuero interno,
conectar sus intereses personales a un constructo mayor, el partido, y
se identificaron a sí mismos como parte de ese bien mayor hasta
encarnarlo. Finalmente, se sintieron merecedores de privilegios:
intocables. Cayeron en la trampa de creer que las palabras cambian la
realidad, y han mantenido esa dinámica en sus declaraciones. No
confesaron, no reconocieron ningún hecho ni probaron la falsedad de lo
que se les imputaba; solo palabrearon, se contradijeron.
El abogado del
Estado se escandalizó en su informe: “Bárcenas, en ningún momento,
ofreció una sola prueba documental sobre sus negocios” de los que sacó
el dineral que escondió en el extranjero. “Nos tenemos que creer sus
palabras cuando son negocios que deberían haber dejado rastro”, clamó
–porque si la fiscal explicaba, el abogado clamaba: ejercitan diferentes niveles de apasionamiento procesal--.
Se refería a los millones que, según la fiscalía, acumuló
como producto de sobornos y actividades ilícitas. Según el relato del
Ministerio Público, justo cuando el proceso implicó al extesorero, su
fortuna en el extranjero empezó a dispersarse por el mundo. No fue la
crisis ni las caídas en bolsa lo que motivó al acusado, “sino la
existencia de este proceso y su afán de ocultación”.
Hizo una
Declaración Tributaria Especial, pero no para regularizar su situación,
“sino para ocultar al verdadero titular”. Bárcenas puso a dos ciudadanos
uruguayos: un tal Ángel Pérez y una tal Cristina González. “Nunca
pretendió ser una regularización completa”, acusó Sabadell.
Los millones de Bárcenas se expandieron como una palmera
de fuegos artificiales. Hubo transferencias a distintas sociedades que
no eran “más que salidas para desconectar los fondos de su origen”. La
pirueta fue tal que todavía hay dinero fantasma que las investigaciones
no han conseguido localizar. De ninguna de estas operaciones que él
justifica como negocios de inversión o compraventa de arte se aportó
documentación creíble.
Más estratagemas. Desde su cuenta en Dresdner
Bank, mandó tres millones de euros a Brixco, una sociedad de la familia
de Ángel Sanchís, extesorero de Alianza Popular. Este monto, más tarde,
fue retornando a Bárcenas como pago por supuestos asesoramientos.
“Son
contratos falsos. Un asesoramiento donde, curiosamente, no hay informes
ni nada relacionado con ese servicio (…) Su único fin era repatriar el
dinero con facturas falsas”, indicó Sabadell. Bárcenas tenía tan poca
idea de cítricos (que es a lo que se dedican los Sanchís) como de arte.
Según declaró en su día Rosendo Naseiro, el gurteliano ni es marchante
ni entiende del tema.
Le tocó turno a otros indefendibles como Jesús Sepúlveda,
exalcalde de Pozuelo y exsecretario nacional del Área Electoral del PP, o
Ana Mato, exministra y exmujer de Sepúlveda. “Ha quedado acreditado que
Sepúlveda –J.S. para los amigos y los papeles en B-- cobró comisiones
por su cargo de senador, de alcalde y por la intermediación en
adjudicaciones y cobros de los que se benefició Ana Mato y el PP”.
Fue
empezar a contratar con el grupo de Correa y, según la acusación, la
trama le puso un sueldo de 3.000 euros al mes con pagas extraordinarias
(además de un Jaguar). Ana Mato disfrutó el pastel en forma de
cumpleaños para sus hijos, una comunión y viajes. Todo gratis. En su
declaración en el proceso, Sepúlveda siguió la línea retórica en su
defensa y, como recordó la fiscal, presentó un documento sobre el pago
de la comunión, pero “no tenía nombre ni fecha”.
Los indefendibles crearon un mecanismo delictivo
autoenvolvente. Al desgranar cómo afectó la plaga en el Ayuntamiento de
Madrid, Sabadell contó que se trataba de “una intermediación entre
cargos y empresarios en que se cobraba una comisión que se cargaba
contra las arcas públicas” y que, de esa forma, el empresario se
ahorraba hasta el soborno. En la capital, desde el aterrizaje de los
gurtelianos, los presupuestos se aumentaban un 40% con respecto a los de
años anteriores.
En la Comunidad de Madrid, Alberto López Viejo mediante,
las facturas se fraccionaban para evitar concursos públicos. En
principio, se hacía con calzador: se enviaban varias facturas a la misma
empresa.
Con el tiempo, la cosa se sofisticó: repartían los pagos a
consejerías que no tenían nada que ver con los servicios; los de Correa
crearon más sociedades para ocultar la misma titularidad; y, en honor a
la “estética”, que diría el cabecilla, se emplearon empresas pantalla.
La adjudicación se entregaba a CMR, por ejemplo, y esta subcontrataba el
100% de los servicios a una firma de la trama a cambio de una
comisión.
Ese es el cuadro de lo que, como dijo el abogado del
Estado, ha sido un “cáncer de corrupción, que ha infectado todas las
administraciones que toco la organización de Correa”. Los indefendibles
lo son porque, en un momento de esta historia, se creyeron intocables y
actuaron como papas medievales: gente santificada por un poder colosal.
No sabemos si fue antes la desfachatez o la ocupación de cargos
públicos, pero sí intuimos qué será lo siguiente. " (Esteban Ordóñez , CTXT, 25/10/17)
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