13.1.11

La estafa piramidal

"Un esquema piramidal clásico. En este tipo de estafas piramidales, el promotor ofrece una rentabilidad determinada -entre el 6% y el 10% en el caso de Afinsa y Fórum Filatélico-, pero retribuye al inversor con el dinero que este ha invertido y con el capital de los nuevos inversores, no con las rentabilidades obtenidas tras invertir el capital.

Por supuesto, se guarda una parte para sufragarse un sufrido estilo de vida lleno de bailarinas rusas y aviones privados. La cosa iría bien si el número de personas que se incorpora a la pirámide fuera infinito. Nadie perdería; pero, claro, esto es imposible. (...) Las autoridades cifraron el agujero de Fórum Filatélico y Afinsa en alrededor de cinco mil millones de euros. (...)

Hyman P. Minsky, reconocido economista norteamericano, definía un fraude piramidal, o de Ponzi, como aquel que promete extraordinarias rentabilidades a los inversores que se apuntan temprano, retribuyéndoles con el dinero de posteriores inversores.

Los elevados retornos actúan como la miel para las moscas, de tal manera que si el delincuente tiene éxito inicial, los inversores originales actúan como agentes comerciales, y el dinero de los nuevos es utilizado para pagar a los antiguos. Al igual que en las epidemias, el número de gente infectada sigue creciendo.

Los fraudes piramidales son también llamados fraudes o pirámides de Ponzi en honor a Charles Ponzi, autor del caso clásico. Acontecido en Estados Unidos en los años veinte del pasado siglo, Ponzi convenció a aproximadamente diez mil personas para que se desprendieran de nueve millones y medio de dólares.

Hoy serían entre cien y doscientos. Una chuchería comparada con Madoff o Stanford. Ponzi prometía rentabilidades del 50% en noventa días. Para dar prueba de sus habilidades, en ocasiones ofrecía esta rentabilidad en la mitad de tiempo. Equivalente a un 400% anual. Difícil resistirse, claro. (...)

En los restaurantes, una cola de suplicantes le pedía que se hiciera cargo de su dinero. Madoff nunca hablaba de dinero en público, nunca alardeaba de éxito y nunca hablaba por teléfono delante de otras personas. Todo ello contribuía a engrandecer su figura delante de sus potenciales víctimas.

Y el negocio seguía creciendo. En 1992, solo Avellino y Bienes, sus contables, habían captado más de quinientos millones de dólares para Madoff. La estrategia de venta seguía siendo la misma: 20% pasara lo que pasara en los mercados. En 1992, un inversor desconfiado se puso en contacto con la SEC, que demandó a Avellino y Bienes. Sospecharon de la existencia de una pirámide de Ponzi.

Pero para sorpresa del organismo regulador, durante los días siguientes Avellino y Bienes devolvieron cuatrocientos cuarenta millones de dólares a sus clientes. A la SEC no se le ocurrió pensar cómo era posible que dispusieran de tal cantidad de dinero, teóricamente invertida en el mercado, en un plazo tan breve de tiempo.

Tampoco pensaron en investigar a Madoff. Al fin y al cabo, se trataba de un personaje reconocido en Wall Street. Pero las pruebas de la estafa ya estaban por todas partes.

En aquella época, The Wall Street Journal llamó a Madoff para ver cómo eran posibles las rentabilidades que ofrecía. Se mostró encantado de hablar. Alegó que había descubierto una fórmula mágica que le permitía ganar dinero aunque el mercado estuviera bajando.

Le habló al reportero de su estrategia, un algoritmo secreto que hacía uso de compra de valores y de opciones. También dijo que ignoraba que Avellino y Bienes no tuvieran licencia como agentes de Bolsa. The Wall Street Journal se lo tragó. Después de devolver el dinero a los inversores, la investigación de la SEC perdió fuelle.

El organismo de vigilancia cerró el chiringuito de Avellino y Bienes, pero Madoff continuó su exitosa carrera. (...)

Ricos riquísimos, en definitiva. Madoff ya no prometía el 20%. Sus promesas se situaban entre el 10% y el 15% anual. Los miembros del club confiaban en Madoff. Creían que solo invertía en compañías reconocidas y se tragaron su historia del algoritmo mágico. Las rentabilidades eran demasiado buenas para ser verdad, pero le creyeron.

La red de tentáculos de Madoff se extendió también a la nobleza europea. Para ello recurrió a un aristócrata francés, René Thierry Magon de la Villehuchet. Le había conocido a mediados de los ochenta y la consistencia de sus resultados le cautivó. Su confianza acabó costándole la vida.

El aristócrata se suicidó cuando Madoff fue detenido. De la Villehuchet había invertido la mayor parte de su fortuna, y la de sus clientes, familia y amigos, en la estafa de Madoff.

Uno de los interrogantes del caso de Madoff es cómo es posible que nadie se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Ni los inversores, ni los reguladores, ni el auditor de Madoff. En este último caso, la respuesta parece clara. La firma de auditoría que revisaba las cuentas de Madoff se llamaba Friehling and Horowitz.

Madoff Investment Securities era una compañía valorada en miles de millones de dólares; entre sus inversores se encontraban algunos de los mayores bancos del mundo, aristócratas, jeques árabes y estrellas de Hollywood.

Sin embargo, la firma de auditoría de Madoff era un chiringuito con un solo empleado, David Friehling. Trabajaba desde casa y no tenía ni siquiera una secretaria que le ayudara." (El País, Domingo, 21/11/2010, p. 8/9)

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