"Víctor Sampedro, catedrático de Opinión Púbica en la
Universidad Rey Juan Carlos (URJC), ha sido testigo desde dentro del
goteo de casos de másteres conseguidos de forma irregular por parte de
cargos políticos. Cristina Cifuentes, Carmen Montón, Pablo Casado y
Pedro Sánchez son los nombres sobre la palestra en una sucesión de casos
que empezó en la URJC pero que ya ha puesto en entredicho a todo el
sistema universitario madrileño.
Los casos de Cifuentes, Montón,
Casado y Sánchez ponen sobre la mesa la endeble confianza en la
educación universitaria española, ¿qué ha pasado para llegar a esta
situación?
Hacer títulos de excelencia, como es un máster, en la
universidad española está muy difícil. Porque, al menos en la que yo
trabajo, se apuesta por el número de matrículas, la masificación y unos
resultados económicos abultados. Son objetivos contrarios a una
educación pública de calidad. Y, más si estamos rodeados de
pseudo-académicos, gentes sin trayectoria intelectual que buscaba
funcionarizarse y, una vez logrado, hacen negocios. Con apoyo de sus
contactos políticos montan titulaciones. Ellos se lucran y acreditan a
sus protegidos que consideran la universidad un retiro dorado. No han
salido todos a la luz y ni mucho menos se limitan a la URJC.
El resultado final es la degradación de la calidad de
la docencia, las titulaciones y también de quien se matricula. Los
‘mastegates’ denunciados en mi universidad existen en otras muchas, en
distintos grados y con importantes diferencias según áreas de
conocimiento. Ese es el trabajo de evaluación y denuncia que nadie
parece dispuesto a hacer.
Muy pocas universidades criticaron los casos que se
han descubierto. Al contrario que con el ex-rector Suárez, ahora
callaron. No tendrán rectores plagiarios (que ya es el colmo) pero
quizás sí mastergates que esconder.
Tú dirigiste un máster hasta este año.
Sí, hasta que la degradación de una parte del alumnado (que sin ser cargos políticos también pedían tratos de favor) y el contexto que nos rodeaba impedían mantener la calidad académica. No fue una decisión personal, yo estaba dispuesto a seguir peleándolo. Pero cerramos el único máster oficial en abierto que había en el mundo.
Sí, en el mundo: clases
magistrales abiertas a la asistencia libre de público y todos los
materiales disponibles en la web, incluidos los Trabajos Finales de
Máster. Fueron proyectos reales, que dieron lugar a organizaciones
civiles, documentales... y, por supuesto, artículos y tesis académicas.
Soy parte interesada, claro. Pero además era una
experiencia en la que una universidad pública colaboraba con el
Ayuntamiento —la sede era el Medialab, tanto con Ana Botella como con
Manuela Carmena—, y trabajábamos con multitud de medios de comunicación,
organizaciones cívicas independientes... incluido El Salto.
El cierre del máster es un buen ejemplo, porque la degradación del
contexto desemboca en un alumnado que ha perdido la motivación y se cree
capaz de imponer, por su fuerza económica, las condiciones de docencia y
de acreditación. Se cortó por esto, había quien se permitió no ir a
algunas clases. “Dame el título y no me molestes, que ya he pagado”. No
eran Casado, Cifuentes ni Montón porque no tenían partido detrás. Eran
minoría, pero como los anteriores disfrutaron privilegios y ventajas
frente a sus compañeros, degradaban el título.
¿Es el Plan Bolonia la causa?
Todas estas nuevas titulaciones tienen su origen en Bolonia, que exigía adaptarse al marco educativo europeo y un desembolso presupuestario gigantesco. Suponía clases reducidas, incrementar las tutorías, las horas de estudio y de trabajo cooperativo entre alumnos y, por tanto, también la coordinación y supervisión del profesorado de esas actividades… Y esto, en vez de hacerse con más presupuesto, se hace con unos recortes brutales.
En Madrid, se dobló el precio de los másteres.
La precarización del profesorado aumentó: en la URJC se pagaba al
profesorado la hora según el número de matriculados. Una lógica
aberrante en cualquier otro país en el que yo haya trabajado, incluidos
los llamados en vías de desarrollo.
Los gestores de los másteres tuvieron que recurrir a
todo tipo de argucias para mantener la matrícula y la supervivencia.
Todo esto en un contexto en el que la impunidad está asegurada por la
endogamia y los pactos de silencio, incluyendo a un alumnado que, con
excepciones maravillosas y nunca suficientemente reconocidas, solo busca
titularse.
Lógico que desemboque en una crisis universitaria que nadie
quiere reconocer, porque las responsabilidades están divididas y
repartidas. Pero también es obvio que los responsables directos son
quienes han hecho caja y los alumnos VIP que han actuado como
ventajistas. Se titulan con nuestros impuestos y, encima, sacan mejores
notas sin hacer nada, devaluando la titulación de sus compañeros.
Difícil de asumir como docente y como alumno, ¿no?
¿Se podría haber hecho mejor o el problema fue el Plan Bolonia?
No, qué va. La universidad española era (y, en gran medida, sigue siendo) una institución obsoleta que no cumplía con los parámetros académicos internacionales. Y de pronto pretendió “europeizarse” sin presupuesto económico, plagada de gentes sin cultura ni trayectoria académica, sin conocimientos de gestión administrativa y toda una dependencia de tramas políticas (y, cuidado, también económicas y empresariales) que vulneran la autonomía universitaria.
La Asamblea de Madrid, los rectores españoles —la
CRUE— y propio ministro de Cultura han invocado la autonomía
universitaria para no hacer nada en la URJC. Es como si yo la invocase
para no dar clase. Se desentienden del control que están obligados a
hacer. Más necesario que nunca por el descontrol institucional que se ha
descubierto. No sólo en la URJC, insisto.
Pero fue el Plan Bolonia lo que hizo que se agravase esta situación…
Bolonia tampoco es “mi” plan. Nunca lo fue. Agravó la situación por
cómo se ha hecho. La universidad española anterior no era mucho mejor,
excepto que garantizaba más el acceso de las clases populares. Pero
impartiendo una educación que, insisto, no les permitía competir en un
contexto internacional.
Bolonia mercantilizó la universidad, sin duda. Pero
aquí, claro, fue un mercado a la española. Se apoya en tramas y favores
de cargos del Estado. Las clientelas políticas y “universitarias” pactan
integrar todos los actores relevantes en las estructuras de poder. Lo
que ocurre en la Rey Juan Carlos es un modelo calcado de las “Black
cards”.
Todos y cada uno de los agentes de la estructura de poder de la
Comunidad de Madrid están implicados en una red de chiringuitos y
favores mutuos. Esta es la cuestión. Todos son cómplices. También los
“de izquierda” y, por supuesto, los sindicatos.
Los sindicatos mayoritarios son parte de la
estructuras de poder en los rectorados. Prueba de ello es que no han
convocado, ni siquiera apoyado en firme, ni una sola protesta. Y no
ocurre solo en la URJC, también en la Complutense que no explica las
notas regaladas a Casado. Ya vale de pegarle al muñeco idiota de la
URJC, que ya tiene bastante con llevar el nombre del Borbón.
Hemos visto
que la universidad pública más antigua de Madrid (la UCM) y la más
moderna (la URJC) tienen prácticas dudosas y semejantes; como la
universidad privada Camilo José Cela (CJC), con la tesis de Sánchez.
Aunque es otro caso.
Hasta ahora se mostraba a la URJC como el epicentro de esta “compra” de másteres, pero ya salpica a muchos más centros.
Arrastramos clichés que ya resultan cansinos, señalo dos. Uno, “la Rey
Juan Carlos es del PP”. Claro, la montaron ellos: como antes el PSOE, la
Carlos III. Pero, por favor, que las profesoras que firmaban las actas
de aquel engendro de Instituto de Derecho Público militaban en IU. Que
además rebajaban la matrícula por militar en el PP y el PSOE, como la ex
miniStra Montón. Y que CC OO ha sido el pilar del rector actual y de
los dos anteriores.
Y segundo cliché, no nos confundamos de muñeco a
batir. La URJC tiene problemas gravísimos, manifiestos e intolerables.
Pero son sintomáticos de lo que ocurre en la universidad pública y, no
en menor grado, en la privada. En la Complutense Casado pudo hacer dos
carreras meteóricas.
Podríamos decir que, por lo menos, le regalaron un
grado. Yo creo que, comparativamente, agravia a mucha más gente,
licenciada y graduada, que un máster. Y la tesis de Sánchez retrata a
algunas privadas, como una vía de entrada académica de segundo orden. El
Presidente no copió la tesis, hizo una tesis mediocre, que quizás
mereciera un aprobado.
Pero, tal como están las cosas en algunos sitios
(en otros no, conste) le cayó el sobresaliente cum laude
automático. Llevo dos décadas formando a gente, formándonos juntos, y
le ponen la misma nota a quienes hacen un trabajo serio que a los que
presentan un aliño de última hora.
¿Qué hizo mal, entonces, Sánchez?
La cuestión de fondo es defender su tesis en una privada, con un tribunal de amiguetes y coautores. Y que, diciéndose socialdemócrata y de izquierdas, que la hiciese sobre diplomacia mercantil, es decir, la del IBEX35. Las mismas corporaciones a las que Sánchez acusó de no haberle dejado gobernar con Podemos hace dos años.
Tenemos un nivel de
debate y de reflexión sobre este tema realmente rastrero. Solo parece
importar el enemigo político a batir, llevándose la Universidad por
delante. Sí, es cierto, Sánchez no es lo mismo que su ex-ministra, pero
adoptaron la misma táctica de defensa que el PP. Y con eso hay que
acabar ya. Y con el periodismo que hace caso a gente que no enseña los
papeles también.
Y, frente a esto, ¿qué hacer?
Pues hacer frente, en todos los frentes. Los estudiantes más interesados e interesantes, los vocacionales están solos, desprotegidos y minorizados. No solo por las estructuras sino, fundamentalmente, por el conjunto de sus compañeros, que viven en la apatía. Hemos salido a la calle y éramos casi más profesores que alumnos para proteger los másteres.
Muchos y muchas asumen: “yo me voy a acreditar y todo lo demás
me importa nada, ni mis compañeros ni el valor de mi título. Lo que
quiero es un título exprés, porque ya sé que está devaluado”. Aceptarían
un título regalado porque, precisamente, parten de que no vale nada.
Y, sin embargo, somos muchos y muchas los que
disfrutamos un montón estudiando y poniendo en común. Debatiendo el
presente y prototipando nuestro futuro, re-inventando perfiles
profesionales para tener más autonomía individual y un impacto social
emancipador. El tercer año de máster tuve que dar las clases en mi casa,
porque el seminario le parecía demasiado provocativo a los gestores del
Medialab.
Se entiende, eran tiempos de Ana Botella. Empezamos así: “Con
Coetzee pensamos que puede que la auténtica universidad deba
trasladarse a casas particulares y conceder títulos cuyo único respaldo
será los nombres de los profesores que los firmen”. Al final, del cole y
de la uni, con lo que te quedas es con algunos profes ¿no? Pues
nosotros con algunos alumnos y alumnas.
Limpiemos, pues, las casa común que es la Universidad
(con mayúsculas, sea pública o privada) y abramos las nuestras,
montando campus de los que nadie pueda desalojarnos." (Entrevista a Víctor Sampedro, catedrático de Opinión Púbica en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), El Salto, 26/09/18)
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