2.10.18

La doble vida del comisario chantajista... Villarejo

"Cuando José Manuel Villarejo se reunía con gente, solía poner su teléfono sobre la mesa: “¿Hay confianza, ¿no? Somos colegas. Móviles a la vista; aquí nadie graba a nadie”. Mientras tanto, él ya estaba grabándolo todo, incluso estas frases.

 Durante al menos 20 años registró todos sus encuentros con gente que le interesaba. En su obsesión notarial no discriminó entre amigos y enemigos, entre conocidos o extraños. Todos pasaban por su grabadora indiscreta: policías, jueces, fiscales, periodistas y empresarios.


Por eso, los fiscales que investigan ahora los caminos del delito por los que pasó Villarejo tienen vía libre con una sola curva peligrosa: desencriptar los miles de archivos que guardó pacientemente durante toda una vida profesional.

Villarejo ingresó en la policía con 22 años y en 1983, cuando apenas había cumplido 10 años en el cuerpo, pidió una excedencia para dedicarse a sus empresas. Regresó en 1993, fue inspector jefe en la Comisaría General de Información durante dos años y después pasó a la Comisaría General de Policía Judicial, donde la información comprometida desborda las mesas.

Allí estuvo 14 años —ocho durante el mandato del PP y los seis siguientes con gobiernos socialistas—. Desde entonces y hasta su jubilación, en agosto de 2017, presumía de ser agente encubierto asignado a la Dirección Adjunta Operativa (DAO), el departamento de más poder en la Policía.

Este es el escueto currículo de Villarejo que se puede leer en el sumario de la investigación del caso Tándem, por el que lleva preso 10 meses. Pero el currículo con el que él se presenta tiene más adornos: “Participé en numerosas detenciones de miembros de ETA, entre ellas, alguna significativa como la de quienes cometieron el atentado contra la cafetería Rolando… También participé en numerosos viajes a Francia, sin apoyo de la prefectura francesa, desarmado y con vehículo propio; hice tareas de apoyo operativo a grupos antiterroristas en viajes de la Casa Real; desarticulé bandas de atracadores en Madrid; conseguí infiltrarme en círculos independentistas; viajé a Siria para acercarme a gente de los servicios de información, me infiltré también en mafias organizadas…”.

De sus tareas de intoxicación e información no hay ni rastro en sus memorias.

 Pero a Villarejo se le atribuye un informe para el Gobierno socialista sobre el juez Baltasar Garzón, el llamado informe Veritas, elaborado cuando el magistrado se dedicó a investigar los crímenes de Estado de los GAL.

En su actividad ordinaria elaboró decenas de notas informativas sobre temas variopintos donde levantaba teorías conspirativas sobre un suelo de medias verdades.


En su última etapa, se dedicó al pluriempleo. A su trabajo indeterminado en la cúpula policial del Ministerio del Interior, añadió su tarea investigadora como solucionador de problemas para empresarios millonarios. A este empeño dedicó, por lo que se va conociendo ahora, los últimos años de su carrera policial. Y se empleó a fondo para cometer todo tipo de ilegalidades.

Con un nombre y un número de teléfono móvil podía escudriñar las miserias de los enemigos de sus clientes. La investigación judicial del caso Tándem ha destapado las virtudes de Villarejo para acceder a información confidencial de bancos, compañías de telecomunicaciones y registros de todo tipo. Además, ofrecía servicios tecnológicos avanzados para espiar a quien hiciera falta.

Sus tarifas iban de 200.000 euros a varios millones, y siempre ofrecía a sus clientes un despliegue similar estructurado en ocho equipos con 12 coches y cinco motos para vigilancia o transporte, software y hardware para acceder a determinados bancos de datos; equipos de audio para grabaciones convencionales, equipos de captación de audio en ambientes hostiles, y equipos ópticos captadores de imágenes en situaciones adversas. Para cada problema tenía una solución, por lo general a espaldas de la ley. En eso no engañaba a nadie.

Entre risas, Villarejo le comenta a un empresario que le contrata para obtener determinada información de otra persona: “Tú sabes que esto es más ilegal que una patata…”. Y a otro le cuenta su poderío: “Soy un puto comisario que está de analista en una situación especial”.
Si el problema era una bronca entre dos miembros de una familia y uno de ellos le pedía ayuda remunerada, Villarejo desplegaba sus cartas: “La información que nos da de dentro del entorno es que ella debe tener un noviete… entonces es muy interesante”.


Cuando se complica el cobro de una deuda, el comisario se atreve a grabar al abogado del supuesto moroso consumiendo droga o manteniendo relaciones sexuales de pago para así ablandar al deudor. Una extorsión de libro.

Para ilustrar a los clientes sobre las virtudes de su trabajo especial, Villarejo no reparaba en detalles: “Es muy fácil ponerte un micrófono de ambiente. Hay muchas formas, hay enchufes que son enchufes que son un micrófono que son un enchufe. Entonces te pones en un cuarto a 20 o 30 metros y lo tienes dentro en un cajón y te está chupando todo lo que hablas ¿sabes? Si hay algún traidorzuelo, lo tiene a huevo”.

El solucionador de problemas, comisario en activo de día, chantajista de noche, se atreve a meter a los adversarios de sus clientes un “señuelo informático” para seguir el rastro de correos electrónicos internos.

Los investigadores explican así las actividades privadas con las que Villarejo hizo negocio durante su etapa en la policía. “Prevaliéndose de su cargo policial, obtenía ilícitamente información vinculada a la esfera más íntima de las personas y se la facilitaba a sus clientes, sin que en modo alguno estuviera amparado por la normativa vigente para ello, teniendo en cuenta además que su conducta tiene por objeto obtener un lucro económico, ya que se trata de un servicio remunerado para una de las partes contratantes”.

Al comisario Villarejo no le importa presumir de sus contactos: “Nosotros siempre gremio duro, herméticos, nunca nada por canuto y, además, nosotros asesoramos al Ministerio del Interior en temas delicados que no le cobramos, obviamente. Entonces, tenemos cierto paraguas a la hora de pedir cosas…”.                   (J. M. Romero, P. Ordaz, El País, 30/09/18)

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