"Cada año se paga un billón de dólares en sobornos, y se calcula que
se roban 2,6 billones de dólares anuales mediante la corrupción, lo que
suma por encima del 5% del producto interior bruto mundial. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
se pierde por culpa de la corrupción una cantidad de dinero diez veces
mayor que la dedicada a la asistencia para el desarrollo.
Todo esto demuestra que la corrupción es un delito grave
que frena el desarrollo económico y social en todas las sociedades.
Ningún país, región, municipio, instituciones o empresas públicas o
privadas es inmune. ¡Es un cáncer!
La
historia, como nos dice Walter Sheidel en su libro The great leveler,
nos deja una triste lección: desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI
está presente tanto la corrupción en sus distintas formas como las
desigualdades. Su tesis es muy dura: la desigualdad nunca desaparece
pacíficamente; siempre ha sido a través de los muchos choques violentos
que la historia de la humanidad ha reproducido: guerras, sublevaciones
ante tratos inhumanos, revoluciones ideológicas en intentos de
transformar la sociedad.
Han sido intentos violentos de transformar la
sociedad, sus instituciones o la soberanía, por colapso de los Estados y
algunas veces también por catástrofes climatológicas o físicas, y la
corrupción siempre ha estado presente como una sombra en estos procesos.
Ha sido la violencia, nos dice Sheidel, la que ha conseguido destruir
las fortunas de los ricos de este mundo.
Por eso se pregunta el autor:
¿si hoy la violencia se ha reducido, aparentemente, será posible que la
desigualdad y sus consecuencias queden bloqueadas en ese statu quo
existente? Que todo cambie para que no cambie nada: el lampedusianismo
de la globalización y la revolución 4.0. ¿Habremos llegado a la historia
plana de un mundo desigual inmóvil por el miedo a moverse, y ausencia
de valores?
¿Puede ser que en el
futuro se pierda la perspectiva de luchar para eliminar las
desigualdades y la corrupción, y que el precio de una paz estructural
sea vivir en una sociedad desigual y corrupta? Hay que situar esta
discusión en la vida social con claridad y con dureza, para que
reflexionemos y avivemos las respuestas desde la ciudadanía.
Para
aportar soluciones en las nuevas ecuaciones de corresponsabilidad social
hay que buscar esos algoritmos que tenemos que construir entre todos, y
fortalecer con una cadena de compromisos (un blockchain sociopolítico)
que contribuya al empoderamiento de la ciudadanía.
El primer paso debería ser una sociedad transparente,
porque no se puede hacer un giro social desde la opacidad, la
corrupción, el despilfarro y la descarada utilización de las “fake news”
para descalificar a quienes discrepan.
El segundo paso es una ciudadanía activa y comprometida,
ejerciendo su derecho de soberanía constitucional de construir su
progreso y controlar el positivismo legislativo, hoy en manos de los
lobbies financieros.
El tercer paso es la independencia de las instituciones de control.
Las ciudadanas y ciudadanos deben convertirse en lo que Walter Sheider
llama “efectos niveladores” de las sociedades.
Son soluciones abiertas,
como la práctica de la rendición de cuentas, para que salten las alertas
de lo que no funciona en las instituciones públicas y que las
instituciones de control actúen.
Porque alertar socialmente es una
misión preventiva para que los asaltantes de los recursos públicos no se
los lleven ocultos en los muchos vericuetos de unas estructuras opacas.
El cuarto paso es establecer hitos que señalen el camino, señales claras de a dónde se dirige la sociedad:
la defensa de las pensiones, Salario mínimo decente, salud pública,
educación, vivienda digna y tantos derechos reconocidos en los
principios constitucionales cuyo desarrollo está pendiente.
Hay
que encontrar soluciones para superar el que los cambios sean producto
de guerras de movilización de masas, revoluciones transformadoras,
colapsos de Estados o catástrofes: han destruido el poder o la fortuna
de los ricos de cada época, pero no han resuelto nada.
Aspiramos a que
los cambios necesarios se logren a través de una nueva gobernanza en la
que instituciones independientes aporten su fortaleza, la ciudadanía
revitalice el sistema democrático, la economía se transforme en un
sistema de reparto de bienestar y en donde los organismos
internacionales ejerzan su función de reequilibrio de un sistema
insensible.
Los Objetivos para el Desarrollo Sostenible marcados por la ONU
para 2030 abogan por esta nueva forma de gobernanza que logre
sociedades e instituciones justas. Reflexionemos un día como hoy,
iniciemos su aplicación en la vida diaria y tomemos medidas antes de que
sea demasiado tarde."
( , Economistas frente a la crisis, 12/23/18. Este articulo fue publicado en NuevaTribuna.es el pasado 5 de diciembre)
No hay comentarios:
Publicar un comentario