"Una estafa globalizada
La
Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue diseñada para garantizar
la convivencia pacífica, pero rara vez impide una guerra. La FIFA se
concibió para promover el fútbol en forma desinteresada, pero favorece
negocios clandestinos. ¿Qué institución pesa más? Un dato revela el
estado del mundo: la ONU tiene menos afiliados que la FIFA.
Numerosas
formas del comercio prosperan en la ilegalidad, de la piratería al
narcotráfico, pasando por las bolsas de valores donde se filtra
información privilegiada. Ninguna de esas variantes del abuso depende de
la ilusión. En cambio, la economía del fútbol trasvasa la pasión en
dinero. Al patear la pelota en nombre de los suyos, los jugadores
activan una cadena productiva que va de los derechos de televisión a la
venta de refrescos. Miles de intermediarios se benefician del sudor de
los héroes, pero algunos se benefician más.
En
la oscuridad de un palco, un hombre fuma un puro y hace cálculos. Su
relación con el juego es especulativa. Podría dedicarse al tráfico de
esclavos o la trata de mujeres, pero desempeña una tarea que llega a
prestigiar la venta de personas. Es un directivo. Como miembro de una
especie depredadora, no es el único que abusa de los demás. Lo singular
es que abusa de sus sueños.
La serie chilena El presidente,
estrenada en 2020, aborda el caso de Sergio Jadue, directivo de un
modesto club de provincia que llegó a presidir el fútbol chileno y se
convirtió en cómplice de Julio Grondona, patriarca del fútbol argentino y
vicepresidente de la FIFA. En 2015, la red de estafas y sobornos de la
Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) dio lugar al “FIFA Gate” investigado por el FBI. La serie recrea el backstage del oprobio, los pasillos donde se decide la millonaria feria del balompié.
Conocí
a Grondona durante el Mundial de 2006 en Alemania. En el espacio
informativo del que yo formaba parte, descollaba Carlos Bianchi, el
entrenador que le dio todos los títulos posibles a Boca Juniors y se
negó a dirigir la selección albiceleste por discrepancias con el
atrabiliario presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
Grondona visitó nuestro estudio de televisión, vio el asiento vacío de
Bianchi y dijo: “Sé que tienen un equipo pesado, en todos los sentidos
de la palabra”. El directivo parecía calcado de Los Soprano.
Su voz densa, donde se trababan las “erres”, transmitía afecto para los
leales y desprecio para los adversarios; soltaba frases
discriminatorias (“a los judíos les gustan las cosas difíciles”) y
respondía al cargo de mafioso con taimada serenidad: “La indiferencia es la que hace vivir tranquilo”.
En un casting
de directivos corruptos, Grondona hubiera sido rechazado por obvio.
Otros piratas de las gradas son menos evidentes. El carismático Bernard
Tapie fue cantante en los sesenta, participó en política con propuestas
progresistas y presidió al Olympique de Marsella. Se conducía con la
misma soltura a bordo de un yate, en un restaurante con estrellas
Michelin o en un barrio de inmigrantes argelinos. En 1996, el juez
Pierre Philipon le dictó orden de aprehensión por cometer un fraude
millonario en el traspaso de jugadores.
Dos
años después, Francia fue sede del Mundial y Jean-François Nys,
profesor de la Universidad de Limoges, escribió: “La masa financiera
drenada por el fútbol en el conjunto del planeta, está estimada en 1,5
billones de francos, equivalente al presupuesto de Francia. Esta masa
financiera, por sus orígenes múltiples y sus flujos complejos, no
siempre es transparente y atrae capitales dudosos, siendo posible que se
blanquee dinero ‘negro’”.
No solo
las dictaduras aprovechan los beneficios discrecionales del fútbol. Las
democracias más desarrolladas han reservado una zona para ejercer la
impunidad sin que parezca ilegal. Lo que no se aceptaría en un proceso
electoral, se acepta en el deporte organizado, paraíso de la longevidad
donde João Havelange gobernó la FIFA durante 24 años,
Juan Antonio Samaranch, el Comité Olímpico Internacional por 21 años, y
José Sulaimán, el Consejo Mundial de Boxeo durante más de tres décadas.
Aunque no escasean los directivos honestos, los incentivos para la
corrupción son difíciles de vencer. El fútbol produce negocios que no lo
parecen. La FIFA es una asociación “no lucrativa” que dispone del
presupuesto anual de Francia.
El Caso del Cruz Azul o La eterna historia del “ya merito”
En
1964, el Cruz Azul subió a la primera división del fútbol mexicano. El
equipo provenía de una cooperativa cementera. Hombre de izquierda, mi
padre se entusiasmó con un proyecto donde el proletariado podía anotar
goles. Los Cementeros jugaban en Jasso, Hidalgo, a casi noventa
kilómetros de la Ciudad de México. Un domingo fuimos a verlos enfrentar
al Guadalajara, único equipo sin extranjeros. Para mi padre, ese partido
representaba el nacionalismo en la hierba. El pequeño estadio solo
tenía una tribuna; más allá del campo, podían verse las casas de los
obreros y las instalaciones de la fábrica.
Tiempo después, el Cruz Azul se trasladó a la capital, contrató a cracks
indiscutibles (el portero argentino Miguel Marín, el defensa chileno
Alberto Quintano, el entrenador mexicano Raúl Cárdenas) y dominó los
años setenta con suficiente poderío para merecer otro apodo: La Máquina
Celeste. Millones de niños delegaron sus ilusiones en ese club.
Pero al compás de esa historia de éxito, ocurría otra. Desde diciembre de 1953 y hasta 1976, el principal directivo era Guillermo Álvarez Macías,
quien promovió el tránsito del ámbito amateur al profesionalismo. En
los años setenta, su hijo “Billy” comenzó a despuntar como directivo.
Desde entonces, los intereses deportivos de la cooperativa han estado en
manos de una familia: los hermanos Guillermo y José Alfredo Álvarez
Cuevas y su cuñado, Víctor Garcés Rojo. Lo que mi padre veía como la
arcadia del socialismo deportivo se convirtió en el botín de unos
cuantos.
Hace unos días fueron bloqueadas las cuentas de “Billy” Álvarez.
La Unidad de Inteligencia Financiera pide que aclare transacciones por
cerca de 40 millones de dólares y más de 300 millones de pesos, y ha
levantado cargos por lavado de dinero y delincuencia organizada.
El
Cruz Azul no obtiene un título desde 1997. Es el “ya merito” de nuestro
fútbol; califica a la Liguilla, lo cual garantiza ganancias
televisivas, pero pierde de último momento, lo cual justifica la
compraventa de jugadores. Por ahí han pasado internacionales como
Federico Lussenhoff, el Chelito Delgado, Emanuel Villa y Mauro Camoranesi (campeón mundial con Italia en 2006). Entre los costosos fichajes nacionales se cuentan los de Jared Borgetti, Kikín Fonseca y Paco Palencia. No faltan las contrataciones enigmáticas, como la de Youssouf Fofana,
de Costa de Marfil, que llegó al club a los 30 años, en una suerte de
prejubilación. Desde que alzó su último trofeo, el club ha contratado a
más de cien jugadores y 17 técnicos.
Todo eso se logró con dinero ajeno.
Consumado diplomático, “Billy” Álvarez se ha servido de sus impecables
modales para especular con los recursos de los cooperativistas sin
obtener campeonatos y ha contado con el apoyo otros directivos. Que haya
permanecido más de cuatro décadas al frente del club confirma la
ausencia de democracia en un deporte donde los atletas tienen fecha de
caducidad, pero los presidentes envejecen en un palco.
En
2010, Víctor Garcés fue separado de su cargo como director jurídico del
Cruz Azul porque se le vinculó con un desfalco de 400 millones de
dólares. Garcés llevaba 22 años en la institución; su proceder no podía
ser ignorado en esas oficinas. La cooperativa presentó tres demandas
contra la directiva por “robos”, “disposiciones de dineros”, “contratos
para favorecer a determinadas personas” y “contrataciones abusivas”.
Ese
año, tres juzgados fallaron a favor de la cooperativa, pero la
Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México impidió que las
sentencias tuvieran efecto. Esto apunta a una red de sobornos y
amenazas, según han denunciado experimentados analistas; entre ellos, Ignacio “el Fantasma” Suárez y Carlos Albert, exjugador del Necaxa. En días recientes, la plataforma Soy Fútbol lanzó una encuesta con la siguiente pregunta: “¿Crees que oculte algo Billy Álvarez?”. El 91 por ciento de los participantes contestaron afirmativamente.
Aunque
el Cruz Azul podría desaparecer del fútbol mexicano, lo más probable es
que sea rescatado por la Liga Mexicana, refugio de especuladores donde
abundan las decisiones cuestionables. Aprovechando la crisis del
coronavirus se suspendió el ascenso a primera división
para los próximos cinco años. La esperanza de los equipos pobres fue
aniquilada en favor de clubes que medran en primera división. En el
fútbol mexicano la identidad es una franquicia: los dueños de Monarcas
han dado la espalda a la afición de Morelia, que los apoyó durante
décadas, y buscan una nueva sede en Mazatlán.
En la última página de En qué pensamos cuando pensamos en fútbol,
el filósofo inglés Simon Critchley, comenta: “Ver un partido de fútbol
es contemplar la cara más nauseabunda y aterradora de nuestro mundo. La
belleza no es más que el punto de partida del terror”. La frase proviene
de un aficionado de hierro que, sin embargo, experimenta una sensación
de asco.
De 1996 a 2018, el Cruz Azul
jugó en la cancha de la antigua Ciudad de los Deportes. En las
taquillas del Estadio Azul prosperaba una peculiar picardía. Mendigos
ataviados con la camiseta del equipo pedían limosna para “completar” su
boleto. Los hinchas los apoyaban por solidaridad. Pero los pedigüeños no
entraban al estadio. Eran aprendices de directivos: recibían dinero sin
tener que ver con el deporte.
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