"(...) En cambio, Peñas (al que la fiscalía le pide 6 años de
prisión) llegó con ganas de pringar la sala y de que el fango avanzara
de nuevo por el cauce natural que tenía en Génova. Lo hizo con
inteligencia, y con un curioso polo color morado podemita que, al
filtrarse por el circuito de televisión, adquiría -en la pantalla- un
tono azul pepero.
Quienes destaparon la red, Peñas y Juan José Moreno,
se diferencian del resto de la tribu por vestir polos básicos de manga
corta y por ser insensibles al frío y a la niebla. Por algún motivo
parece que van avisando de que tienen brazos.
En la sesión del día 13, para cuando el acusado nombró a
José María Aznar, uno de los fantasmas más esquivados de esta historia,
ya había preparado a los medios y las redes sociales para que estuvieran
atentas a sus palabras.
A primera hora de la mañana, en un canutazo
callejero, Peñas calificó a Mariano Rajoy y a Esperanza Aguirre como
responsables políticos de la corrupción y los acusó de mirar para otro
lado. Lo dijo, y a varios periodistas se les dieron la vuelta los ojos
por la expectativa de que el nombre del presidente se mencionara ante el
juez. Cosa que nunca ocurrió. (...)
Las respuestas al interrogatorio de la fiscala Concepción
Nicolás golpearon sobre todo a Correa. Peñas esbozó un retrato minucioso
y plástico de Don Vito: escenas, imágenes, conversaciones. Se metió
donde nadie había entrado: dejó claro que una reconstrucción honesta del
Correa exitoso no podía completarse sin mencionar a José María
Aznar.
Dijo que el poder de Correa en Génova, sin formar parte de la
Ejecutiva, era inmenso. Y se explayó: “Los negocios salían redondos,
tenían los tentáculos necesarios [empresariales y políticos] para hacer
la operación desde el principio hasta el final”; “tenían, además, el
aval de que Correa era amigo del presidente del Gobierno en aquel
momento”.
Peñas percibió el poder del capo desde que lo conoció: “Lo
veía en los mítines, todo el mundo del partido conocía al señor Correa,
cuando pasaba, senadores y congresistas se separaban a su paso”.
Estaba, dijo Peñas, a la derecha del señor presidente. Como en el credo.
Aquel era el Correa de chaqué que describía unos andares
de palomo con tortícolis por el Escorial, en la boda de la hija de
Aznar.
De ese Correa quizás sólo quedaba el espíritu de la omertá
cuando, en su declaración ante el juez semanas atrás, negó haber tenido
una relación relevante con el expresidente. Ahora escuchaba (piernas
abiertas, cabeza gacha, codos sobre los muslos) cómo se lanzaban piedras
contra su silencio.
La fiscala Concepción Nicolás desmenuzó las grabaciones
del acusado, que fueron las culpables de que el juez Garzón abriera la
caja de Pandora. Al poner el oído, todos pudimos saber cómo sería vivir
dentro de la ropa de Peñas: los roces de tejido dominaban en casi todos
los audios. La primera grabadora fue un rudimentario mp3 con micro.
Más
tarde, adquirió un aparato más sofisticado. Algunos abogados defensores arrugaban el morro al escuchar
las pruebas y observaban las transcripciones con cara de reproche.
Había motivos para el escándalo (...)
En principio, Peñas confiaba en Correa porque parecía no
tener secretos. Según sugirió en su relato, era de esos tipos que
hablaban por teléfono en manos libres, mirando a quien le acompañaba en
ese momento como ofreciéndole compartir un trozo de privacidad; uno de
esos que creen tener una vida emocionante y envidiable, digna de ser
expuesta. Peñas afirma que, en una de esas exhibiciones, se olió el
pastel y decidió empezar a grabar.
De repente, a los ojos del acusado, la fortuna de
Francisco Correa empezó a tintarse de negro. Una fortuna que, por otro
lado, conocía bien después de que le hubiera regalado tiempo atrás su
viaje de novios: seis días a las Islas Mauricio.
Oídas hoy, resulta evidente que Peñas trataba de sacarle
información a Don Vito. Pero éste no se daba cuenta: se quejaba en alto,
acanallándose, encerrilando la voz, describiendo adjudicaciones y
sobornos y contratos y obritas a cambio de coches para Sepúlveda, el
alcalde popular de Pozuelo. El botón del REC estaba pulsado.
En aquella
época, el capo estaba perdiendo poder, desde Génova le habían cortado el
grifo. Él se quejaba mientras se sentía hundido y su forma de quejarse
era recordar la gloria. El botón del REC estaba pulsado. Los alardes de
dignidad (el fanfarroneo en retirada) estaba abriéndole las puertas de
la cárcel.
No obstante, ante el tribunal, Peñas le echó un capote:
“Paco ni antes ni ahora ha tenido conciencia de lo que hacía, él siempre
ha pensado que hacer business era hacer dinero de la manera
que sea, mientras no mate. Él no entendía qué es un cohecho… No tenía
conciencia de delinquir… eran cosas absolutamente normales”.
En una grabación se escuchaba un piano de fondo (al jefazo
le gustaba quedar en el Hotel Fénix). Se le oye más indignado y más
derrotado. Peñas azuza y Correa cae: “Yo a Luis Bárcenas le he llevado
(…) mil millones de pesetas. Yo, Paco Correa, le he llevado. A Génova y a
su casa”. Una confesión. Unas palabras que recuerdan que la Gürtel y el
PP se necesitaban." (Esteban Ordóñez, CTXT)
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