La juez demostró que Mills recibió el soborno de Berlusconi y que, en combinación con los abogados de éste, los hizo pasar como una parte de la ingente masa de 10 millones de dólares pertenecientes al armador Diego Attanasio; los centrifugó después a través de cuentas en Londres, Suiza, Gibraltar y otros lugares, por medio de numerosas operaciones e inversiones de acciones, hasta ponerlos a su disposición, el 29 de febrero de 2000, convertidos en 2.802 unidades del fondo Torrey Global Offsgor Fund por un valor nominal de 600.000 dólares.
La jueza, presidenta de la sección décima del Tribunal Penal de Milán, razonó su sentencia en un texto de 400 páginas. Su relato revela una minuciosidad casi enfermiza, y es a la vez un ejemplo de escritura sobria y de ahínco investigador. Contiene elementos de novela negra y fragmentos dignos del mejor periodismo de precisión, sin ahorrar reflexiones filosóficas y guiños humorísticos. La sensación que deja su lectura es que Berlusconi tenía muy buenas razones para forzar a su mayoría parlamentaria y al presidente de la República a firmar su escudo salva-procesos. Ahora, Berlusconi será juzgado por un nuevo colegio judicial, pero el proceso deberá empezar de cero, con lo cual, aunque fuera condenado, muy probablemente el delito de soborno habrá prescrito.
"Lo más impresionante de la sentencia es que lejos de basarse en declaraciones, se basa en hechos", explica el periodista Peter Gomez. "Hay documentos internos de Fininvest firmados por directivos del grupo que evidencian la absoluta irregularidad de los balances extranjeros y demuestran que Berlusconi robaba dinero de las compraventas de derechos televisivos para metérselo en el bolsillo y ponerlo en cuentas secretas que pertenecían a sociedades off shore de su propiedad".
Mills fue el arma trascendental de ese presunto robo. Según los jueces, él fue el arquitecto de Fininvest B, la estructura paralela de Fininvest, una gigantesca caja oculta asentada en paraísos fiscales a través de 64 sociedades distintas, opacas y ficticias. Un armario oscuro y lleno de cajas chinas encubiertas por Mills, al que la jueza Gandus retrata como un sofisticado trilero capaz de esconder el dinero en cualquier garito lejano, ora las islas Caimán, ora Gibraltar, Suiza o Liechtenstein.Cerca de la mitad de los 400 folios detallan la contabilidad paralela que Mills creó para Berlusconi, sus hijos Marina y Piersilvio y el grupo Fininvest. La otra mitad sigue el "tortuoso recorrido" de los 600.000 dólares del soborno a través de decenas de transferencias a cuentas numeradas.
La relación entre Mills y Fininvest se inició, según la sentencia, hacia 1981. El abogado Berruti, un empleado de Berlusconi, pidió asistencia a Mills sobre la doble imposición de derechos cinematográficos; enseguida, Mills empezó a crear sociedades, en Reino Unido y las islas del Canal y las islas Vírgenes, siempre en contacto con otros directivos de Fininvest. "Una vez constituidas, esas sociedades eran controladas por fiduciarios, formalmente responsables, pero a menudo pasivos", explica Gandus. Mills creó al menos "entre 30 y 50 empresas" a nombre del grupo de Berlusconi, y en la contabilidad de CMM las agrupó en una lista A y una lista B." (El País, Domingo, 11/10/2009, p. 10/1)
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