"Como por arte de magia la corrupción ha dejado de estar en el debate
político. El asunto no figura en las proclamas de los partidos de cara a
las elecciones europeas, o lo está tan de pasada que parece
vergonzante. Sorprende la coincidencia. (...)
Lo peor es que no sólo los políticos han decidido olvidarse de la
corrupción, sino que el tema ha caído verticalmente en la lista de
preocupaciones prioritarias de los españoles que proporciona el CIS.
Para solaz de algunos analistas, por llamarles de alguna manera.
Cabe
sospechar que ese desinterés popular no es casual, sino que se debe a
que los medios hablan cada vez menos de la cuestión y si lo hacen es
dándole mucha menos relevancia que sólo hace unos cuantos meses. Es de
suponer que ello se debe a dos motivos: a que la corrupción ya no da
noticias clamorosas o a que se ha dejado de buscarlas.
Y ninguna de las
dos supuestos cae del cielo, sino que seguramente ambas responden a
planes bien trazados. Un ingrediente importante de los mismos debe ser
la presión que el Gobierno ha ejercido sobre los principales medios
escritos, primera fuente de las noticias en torno a los escándalos de
corrupción revelados en los últimos años, que, unida a otros factores,
distintos en cada caso, ha llevado al relevo en la dirección en al menos
tres de ellos, justamente los de mayor difusión e influencia.
Otro,
más recóndito y sólo detectable por algunas apariencias, es el
tejemaneje que el Ejecutivo se debe estar trayendo en los órganos de
justicia en los que de una u otra manera puede influir –y pocos se
escapan a esa influencia, más allá de los jueces que individual y
aisladamente se ocupan de los sumarios- para poner el máximo posible de
arena en los rodamientos de los procesos, a fin de evitar que éstos
avancen, que es cuando se producen las noticias.
La jueza Alaya, la de
los ERE, el juez Castro, el del asunto Urdangarín et alia, el juez Ruz,
el de Gürtel, y unos cuantos más seguramente podrían contar de todo en
esta materia, si pudieran y quisieran.
Lo cierto es que todos
ellos, y particularmente los tres primeramente citados, aparecen cada
vez más como los malos de la película en este entuerto, por acción o por
omisión de grandes los medios de comunicación al respecto y también
gracias a la incitación explícita a que como tales se les considere que
vienen haciendo, y siguen en ello, distintos portavoces de los dos
grandes partidos.
De los dos, que la actitud del PSOE en el asunto de
los Eres no es, ni en la sustancia ni en la forma, distinta de la del PP
en el de Gürtel y sus enormes derivaciones.
Con todo, los señores
Castro y Ruz y la señora Alaya pueden darse por satisfechos de no haber
terminado como el juez Elpidio Silva. El magistrado que se atrevió a
meter mano a Miguel Blesa, algo que parecía estar reclamando a gritos la
mayoría de la ciudadanía y, a su manera, hasta los medios mismos, con
las excepciones de rigor, fue primero objeto de un linchamiento
mediático que, por poco que se conozca el sector o incluso no habiendo
puesto jamás los pies en el mismo, olía a maniobra orquestada y ordenada
desde el poder como solo huelen esas cosas.
Luego vino la farsa
judicial, dirigida y articulada por una militante del PP, que apareció
en el asunto como por casualidad, sin que ninguno de sus colegas ni
órgano judicial alguno pusiera el grito en el cielo.
Y el caso Silva ya
ha dejado de ser noticia, sin que ninguno de los periodistas de cámara
de esto que cada vez más se parece a un régimen, ni tampoco los partidos
de la oposición, hayan tenido a bien a indignarse lo más mínimo ante un
atentado tan descarado contra la justicia democrática como ese.
Que
los corruptos, los miles y miles de corruptos que hay en España,
indagados o no, han entendido que lo ocurrido con el juez Elpidio Silva,
lo mismo que lo que ocurrió hace un par de años antes con el juez
Garzón, es un claro mensaje de que pueden estar tranquilos caben pocas
dudas.
Como tampoco los hay de que los magistrados que siguen teniendo
asuntos de corrupción en sus manos han leído esa peripecia como una
advertencia a ellos mismos, sobre todo –aunque esa lección la deben
tener bastante aprendida- comprobando la clase de colegas que tienen en
algunos ámbitos de la justicia y hasta donde están dispuestos a llegar
con tal de quedar bien con quienes deciden los nombres de los que han de
ocupar los cargos que ellos detentan. (...)
En definitiva que salvo un incidente de recorrido imprevisto –que podría
perfectamente tener lugar, y eso y poco más suscita alguna esperanza-,
la corrupción que ha existido, y la que indudablemente sigue existiendo
en uno de los países desarrollados más corruptos del mundo, puede
terminar en el baúl de los recuerdos." (Carlos Elordi, eldiari0.es, 03/05/2014)
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