"(...) Las facturas que emitía el equipo de Aguirre también eran un comodín,
una excusa en papel impreso para meter todo tipo de gastos. (...)
La estrategia de defensa de quien administraba cuatro empresas del
charco de Correa se asienta en dos vigas: por un lado desvincularse de
los aspectos contables y financieros del funcionamiento de sus agencias
(“no era mi tema”, volvió a repetir) y, por otro, atribuir a los
clientes, es decir, a las instituciones la responsabilidad y la
iniciativa en el mangoneo de las adjudicaciones. (...)
A pesar de poseer un porcentaje de varias sociedades, de
administrarlas y de que la llamaran La Jefa en Pozuelo de Alarcón,
Jordán sigue considerándose una simple empleada que, sin embargo, entró
en las empresas de la mano de las altas esferas del Partido Popular.
La
acusación vinculada al PSM aprovechó su turno para que desembarcara en
la sala el nombre de Rafael Hernando, que en sesiones anteriores había
aparecido de tapadillo. Hernando fue el amigo que remitió a Jordán a
Sepúlveda: el primer peldaño hacia la Gürtel. El abogado de los
socialistas aprovechó para solicitar de nuevo la testificación de altos
cargos de la comunidad, a la vista de su responsabilidad en los pufos.
Jordán trazó el lenguaje con el que les solicitaban
irregularidades: “No nos pedían que fraccionáramos las facturas así. Te
decían: ¿No tienes otro proveedor que pueda facturar? No te decían que
trocearas”. El fin era que ninguna de ellas superara los 12.000 euros
que obligan a abrir concurso público. La Jefa aceptaba los tejemanejes
“para poder cobrar”.
El cliente mandaba: “Nosotros no imponíamos los
conceptos a la Comunidad de Madrid”. Gürtel y Madrid eran un mismo
organismo. La acusada atribuyó a las prisas las ambigüedades en
presupuestos y contratos: para la celebración de algunos actos los
reclamaban apenas con unas horas de antelación.
La relación fluía a placer entre las partes. Cada lunes el
equipo de Jordán recibía una llamada en la que le anunciaban los
eventos previstos para la semana. Los achaques de diva de Esperanza
Aguirre, además, no facilitaban nada: “La señora presidenta opinaba y
muchas veces. Primero quería 500 invitados y luego 1.000, primero unas
moquetas y luego otras”. Los actos proliferaban porque el ego de la
lideresa tenía muchas aristas que satisfacer.
Hay lapsus verbales esclarecedores. Por ejemplo, este de la acusación de parte de la Comunidad de Madrid:
El negocio estaba servido porque los concursos, cuando se
convocaban, nacían prostituidos. Las empresas de la Gürtel fabricaban
directamente algunos de los pliegos de condiciones que marcan las bases
de participación. En uno de los presupuestos que se proyectaron en la
sala, aparecía la trampa: una partida llamada “asesoramiento, 6 pliegos
técnicos y administrativos” por valor de 900 euros. O sea, se trataba de
un negocio familiar, del Juan Palomo pepero-gurteliano.
Ya se avizoró esta compenetración en la sesión del martes,
cuando se mostró una subcontrata firmada antes de que se decidiera
oficialmente la concesión: “Me imagino que nos adelantaríamos a la
adjudicación, pero no sabíamos que nos lo iban a adjudicar, cómo lo
íbamos a saber”, despejó Jordán, un tanto grouchiana. El asunto cantaba
tanto que el juez Julio de Diego estuvo a punto de despertarse.
los hechos no fueron el fuerte del interrogatorio del
letrado de Crespo y Jordán logró capearlo. Durán intentó presentar a la
acusada como la persona manirrota y caprichosa que dibujaron Correa y
Crespo; cuestionó sus cambios de vehículo y, a cambio, ella ofreció a la
sala un retrato perfecto de la personalidad del cabecilla de la trama.
“Tenía un Peugot 407 y el señor Correa me dijo que era un coche de
funcionario, que no era representativo y que lo cambiara
inmediatamente. Ellos dos (Crespo y Correa) tenían coches de alta gama.
Otro día, me vio con un Range Rover, pero también me dijo que qué hacía
con eso. Y me acabaron dando un Mini Cooper”.
Durán siguió cavando en su vida personal, en sus tarjetas
de crédito, la acusó de conspirar y denunciar un robo de un libro de
actas en falso. Encontró imprecisiones, titubeos, pero La Jefa, al
final, se revolvió y acusó a Crespo de falsificar las actas que le
inculpaban, dijo que él había obligado a las empleadas a firmar unos
papeles fabricados para acusarla y que había correos que lo demostraban. (...)" (Esteban Ordóñez, CTXT, 11/11/10)
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