"Ana Garrido trabajaba en el Ayuntamiento de Boadilla cuando empezó a
recopilar expedientes sobre contratos y otras relaciones entre la
Administración y diversas empresas privadas, pieza clave para que la
Fiscalía Anticorrupción iniciase las investigaciones de la que sería una
de las principales tramas de corrupción en España, el caso Gürtel.
Tras
una promesa de anonimato no cumplida, la pérdida de su puesto de
trabajo y diversas denuncias por acosos al Ayuntamiento, hoy Garrido está imputada por un delito de “infidelidad en la custodia de documentos y violación de secretos”.
No dejaría de ser algo dramático por tratarse de un caso aislado, pero
son varios los nombres que se esconden detrás de historias muy
similares. Itziar González está pendiente de juicio desde hace más de tres años por amenazas y robo de documentos en su domicilio, tras testificar en el juicio del Caso Millet, como regidora del distrito de Ciutat Vella en Barcelona.
Maite Carol, interventora del Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramanet,
ha denunciado presiones del alcalde implicado en el Caso Pretoria, y
fue destituida tras presentar informes que alertaban de ilegalidades en
las relaciones de la Administración con empresas privadas. Albert Gadea, Jaume Llansó, Carlos Martínez, o Fernando Urrticoechea son más ejemplos a añadir a esta lista.
Si analizamos al detalle las distintas tramas de corrupción en España
un patrón común es la existencia de este tipo de filtraciones internas.
Ya sea por falta de datos, o de formación, en muchos casos estos
delatores no son conscientes de la magnitud de los escándalos que
contribuyen a destapar. Pero la suerte que corren sus carreras es en
muchos casos la misma. Acuamed
es otro buen ejemplo.
Esta trama de corrupción podría haberse cortado
antes si la denuncia interna a principios de 2014 del entonces director
de Ingeniería y Obras, Francisco Valiente, no hubiese acabado con su
despido inmediato. El mensaje era claro, y lo sigue siendo ahora.
Los
costes en los que puede incurrir un potencial delator de un caso de
corrupción van desde la pérdida de su empleo hasta el acoso, pasando por
la difamación o el pago de altas tasas y costas judiciales. Como
estrategia para evitar la corrupción no parece muy eficaz el cargar con
tales riesgos personales a una de las pieza clave en la revelación de
nuevas tramas.
En España no existe ninguna legislación específica que proteja a los
delatores o informantes de casos de corrupción, ya sea en el sector
público o en el privado. Sin embargo, todos los ciudadanos estamos
obligados por ley a denunciar formalmente cualquier sospecha de delito a las autoridades pertinentes.
Ni el propio Estatuto del Empleado Público recoge entre los derechos la protección en caso de denuncia. En situaciones específicas los denunciantes pueden acogerse a la Ley de Protección a Testigos, pero no existen ningunas garantías de anonimato al iniciar una denuncia por un caso de corrupción. (...)
Otra vez nos encontramos con una situación ya conocida en España, a
pesar de la variedad de instrumentos de control tanto interno como
externo, no existen incentivos dentro de la Administración para
aplicarlos, denunciando así los casos de corrupción.
Hace ya más de una década que nuestro gobierno viene incumpliendo las recomendaciones que ha hecho la OECD en medidas anti-corrupción,
donde se destaca la “falta de conciencia entre los líderes políticos
españoles sobre la importancia de aprobar protecciones para los
denunciantes”. Y no son los únicos. Transparency International o la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción
son otras de las instituciones que han denunciado la falta en España de
protección a los informantes de casos de corrupción, tanto en el sector
público como en el privado. (...)
A pesar de que la última modificación del Código Penal
exime de responsabilidad penal en este tipo de delitos a aquellas
empresas que cuenten con mecanismos internos de control, tampoco existen
en España medidas concretas para proteger a los denunciantes de
corrupción en el sector privado.
Teniendo en cuenta los altos costes – tanto económicos, de
eficiencia, o de confianza en las instituciones – que la corrupción
representa en nuestro país es imprescindible facilitar la revelación de
información a las autoridades relacionadas con actividades irregulares
en el sector público y en el privado.
Se trata de implementar medidas
sencillas, y de bajo coste, como por ejemplo la “penalización activa de
las labores antichivatazo”, es decir, de aquel que intenta descubrir
quién ha revelado la información, algo que ya destacaban Pablo
Fernández-Vázquez, Victor Lapuente o Gonzalo Rivero en el Informe sobre la Democracia en España de 2011. (...)
Los distintos organismos internacionales que luchan contra la corrupción
coinciden en las medidas que se deben tomar para proteger a los
denunciantes y hasta Transparency International ha definido un manual de buenas prácticas
para orientar a los gobiernos en la definición de este tipo de leyes.
La dirección por lo tanto es clara, el coste bajo, y los potenciales
beneficios muy altos.
En una Administración altamente politizada como es
la española, donde el futuro profesional de algunos cargos públicos
depende de los políticos que gobiernen, asegurar que las denuncias no
conllevaran ninguna represalia es una forma sencilla de desincentivar
conductas irregulares. Y, por otro lado, permitiría no tener que cargar
sobre nombres como Ana Garrido, Maite Carol o Francisco Valiente la
figura de mártires de la corrupción. A nadie se le puede pedir que sea
mártir de nada." (Elena Costas Pérez, Politikon, 20/05/16)
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