"(...) Hay que ver el documental titulado "Corrupción: el organismo nocivo" que
un grupo de audaces optimistas han financiado y que se las ven y se las
desean para conseguir que sea proyectado en alguna parte. El
realizador, Albert Sanfeliu. (...)
Corrupción es un documental sencillo, técnicamente mejorable,
donde una serie de personajes heroicos afectados por la corrupción de
las instituciones de aquí y de allá, van relatando sus experiencias con
una sencillez pasmosa y un valor a prueba de atentados y presiones.
Resulta demoledor en su naturalidad.
El fiscal Jiménez Villarejo; una
concejal de Barcelona en exilio forzoso promovido por sus compañeros del
PSC, Itziar González; un par de funcionarios más que eméritos del
Ayuntamiento de Santa Coloma; un veterano, Fernando Urriticoechea,
rebotado de varias zonas de España, desde Castro Urdiales (Cantabria)
hasta su último destino, Crevillent.
Ellos van relatando no sólo
sus traumáticas experiencias sino que, lo más llamativo, es el
optimismo que respiran tras haber soportado durante años la erosión
vital de la costra, ese nivel mediano de la corrupción en la que estaban
llamados a servir de engranaje. Un engranaje decisorio porque otorga
validez legal a las corruptelas de sus superiores.
Tiene la categoría de
gran reportaje, porque no es fácil que la gente, en situaciones
extremas, asediados cuando no condenados por los medios de comunicación
tengan el valor de exponerlo y exponerse. Ibsen, el dramaturgo sueco,
escribió ya de esto hace muchos años en una obra maestra, Un enemigo del
pueblo.
Hay que escuchar la naturalidad con que Maite Carol y
Albert Gadea, funcionarios del Ayuntamiento de Santa Coloma, y
destapadores de la operación Pretoria, describen su espantosa soledad,
sus angustias, la sinceridad de su aportación ante una ciudadanía
reticente.
Todos sin excepción participaban del reparto, unas veces
Convergencia, otras Unió, siempre el PSC, ERC a lo que caiga, magnánimos
todos como colegas de timba. Al que le toca el Ayuntamiento, gracias a
la candidez de la ciudadanía, le cabe repartir entre sus colegas los
frutos de la estafa. No hay muchas diferencias, sólo difieren las
oportunidades; unos tienen más y a otros les quedan las migajas.
Impresiona, lo confieso, la rotunda expresividad de Maite Carol
explicando con una pedagogía irreductible cómo no podría decirle a su
hijo qué cosas no pueden admitirse -que silenciara por ejemplo una
agresión en su colegio- si ella no hubiera sido capaz de afrontar algo
tan descomunal como negarse a un chanchullo en su alcaldía.
¿En qué
mundo vivimos donde es posible una mafia sin sangre pero cargada de
crímenes? ¿Es necesario que maten para que alguien se dé por aludido?
Ignorancia y patetismo. No saben que la mafia en Sicilia, Calabria y en
todo el mundo, incluida Barcelona y Santa Coloma, primero avisa, luego
advierte, y si es inevitable para la resolución del conflicto de
intereses, entonces mata. Aquí, digámoslo a la brava, basta con el aviso
y la advertencia.
Le ocurrió a Itziar González, edil del barrio
del Raval por los socialistas. Se opuso al tráfico mafioso de los
apartamentos turísticos y alcanzó la sublimación negándose a aceptar un
hotel vecino al Palau de la Música.
(Qué escena se desaprovechó el
realizador cuando en el juicio, donde perdería Itziar González, apenas
se entrevé a un Fèlix Millet en silla de ruedas, que en su caso es como
una coraza para la piedad de los creyentes, fumando ansioso un
cigarrillo, y esa cara de superioridad racial que le ha concedido una
casta cómplice).
A ella le asaltaron la casa, le robaron los
ordenadores, la intimidaron de palabra y obra, y ni siquiera hubo un
conseller que se sintiera obligado a una intervención institucional
denunciando a los culpables. Silencio. Un incidente. Ella se lo había
buscado. Viví en Euskadi los tiempos en los que a un asesinado se le
acompañaba de un responso de la comunidad: “Algo habrá hecho”. (...)
Ante el optimismo flagrante de este imprescindible documental que es
Corrupción y que ya me gustaría a mí compartir, hay una pregunta que
siempre me hago en cada oleada de casos de corrupción institucional y
partidaria que nos asola (yo nunca escribí asuela, es menos preciso), y
se reduce a algo muy personal, que afecta a ese último grado de la
dignidad de la persona humana.
Hasta en Italia, algunos altos cargos
corruptos, empresarios pillados en humillante estafa, tuvieron un rasgo
final de dignidad. Se suicidaron. No conozco en toda España un caso de
un corrupto que haya tenido tal gesto. Y añado: no saben ustedes cuánto
desmerece esto a la casta y a la costra." (Gregorio Morán , La Vanguardia, Caffe Reggio, en Rebelión, 28/04/2015)
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