17.9.13

Un funcionario europeo recuerda cómo llegó a su despacho un directivo con todos los documentos que comprometían a su empresa bajo el brazo... por celos

"A veces, el mundo de los negocios se parece a una película de espionaje. A esos largometrajes en los que el héroe fotografía a hurtadillas unos planos secretos, levantando con frecuencia la cabeza, por miedo a que un fiero agente del KGB le sorprenda.

 Un directivo del grupo químico Degussa debió sentir lo mismo un día de abril de 2002, cuando se encontraba, cámara en mano, en un bello edificio de oficinas de Zúrich, intentando desesperadamente recopilar las pruebas con las que su empresa pudiera escapar de la ira de la Comisión Europea.

Ante él y sobre la mesa se encontraban documentos que resumían 30 años de un acuerdo secreto entablado por varias empresas químicas: Degussa, la empresa para la que trabajaba, y su filial Peroxid, pero también AkzoNobel, Atofina... La finalidad era controlar un mercado muy determinado: el de los peróxidos orgánicos. A partir de 1971, estos grupos celebraron reuniones secretas para repartirse los clientes y acordar los precios.

La conspiración duró casi tres decenios. Hasta que se produjo una traición. En abril de 2000, los dirigentes de AkzoNobel decidieron denunciar ante la Comisión Europea el acuerdo en el que habían participado. ¿Un remordimiento repentino? Lo cierto es que no: el grupo sólo quería aprovecharse de lo que se denomina el procedimiento de clemencia. 

El primero que denuncie un monopolio en el que participa ve cómo se anula la gran multa que tendría que pagar. Pero incluso a los demás participantes les interesaba participar: el segundo que confiesa puede beneficiarse de una reducción de entre el 30 y el 50 % de la multa, el tercero, de una rebaja del 20 al 30 %, etc. Es como la protección del arrepentido en la lucha contra la mafia, pero adaptada al mundo de los negocios.

Tras las confesiones de Akzo, cundió el pánico. Rápidamente, Atofina hizo lo mismo. Unos meses más tarde, Degussa quiso colaborar. Pero sus dirigentes se quedaron helados por lo que les dijeron los funcionarios del Ejecutivo europeo: "Está muy bien que hayan venido a vernos, pero tendrán que aportarnos pruebas que aún no tengamos para poder beneficiarse de una rebaja de la multa".

 ¿Cómo lo iban a conseguir? Todos los documentos que demostraban el acuerdo se encontraban en Zúrich, ocultos en la caja fuerte de Treuhand, la empresa suiza que coordinaba el cártel. Sólo quedaba una solución: un directivo de Degussa cogió un avión con dirección a Zúrich, con la excusa de plantear alguna pregunta a Treuhand y fotografió a escondidas los documentos comprometedores. 

Unos días más tarde, los funcionarios de la Comisión tenían todos los negativos en sus oficinas. Y sobre todo, el que inmortalizaba el acuerdo fundador, un papel rosa de 1971 que establecía el contexto del cártel. Un golpe maestro con el que Bruselas pudo concluir su investigación. En 2003 llegaron las sanciones. Degussa tuvo derecho a una reducción del 25 % en la multa de 34 millones que tenía que pagar.

Los funcionarios de la todopoderosa "DG Comp", la Dirección General de la Competencia de la Comisión, podrían contar decenas de historias rocambolescas de este tipo. Desde hace diez años, todo el mundo se apresura a denunciar los acuerdos secretos y alrededor del 80% de estos acuerdos se castigan en Europa gracias a un "delator".

 "Este programa es lo que permite realmente echar por tierra el sistema. Todas las empresas implicadas en un acuerdo se preguntan en algún momento u otro si les convendría denunciarlo antes de ser denunciadas", explica Olivier Guersent. El actual jefe del gabinete de Michel Barnier, comisario de Mercado Interno, conoce a la perfección el asunto, ya que creó este procedimiento y luego cambió por completo los métodos de investigación de la Comisión.

 Sin embargo, al principio, este cambio, calcado de lo que se había hecho unos años antes en Estados Unidos, no contaba con el apoyo unánime en los pasillos de Bruselas. Varios funcionarios expresaban su desagrado ante este concepto de "manos limpias" que situaba a los cárteles en el mismo nivel que los crímenes de sangre...

 Se suelen adoptar mil precauciones para escapar a los inspectores. En Alemania, los directivos de los fabricantes de camiones de bomberos compraron teléfonos de prepago, no de contrato, para comunicarse discretamente entre ellos. ¡Exactamente igual que los traficantes de droga de Baltimore de la serie de culto "The Wire"!

En el caso del transporte aéreo, al que Bruselas aplicó el año pasado importantes multas por un total de 169 millones de euros, los directivos de los grandes grupos (UPS, Panalpina, Kühne & Nagel, Deutsche Post, Deutsche Bahn, etc.) crearon direcciones de correo electrónico específicas en Yahoo! para no tener que utilizar los sistemas de correo de las empresas.

 La persona encargada de gestionar el cártel era un amante de las hortalizas. Por ello creó un "club de horticultura" con sus colegas para hablar de "espárragos" o de "calabacines". Cada verdura designaba en realidad un mecanismo de sobretasa específico.

A veces, esta sofisticación explica cómo se mantienen durante tantos años estos cárteles. Pero éste en concreto acabó cayendo, como muchos otros. Siempre llega un momento en el que uno de los miembros del club acaba denunciando a todos sus compañeros. A veces los que dan la voz de alarma son delatores de una empresa implicada y no necesariamente por los motivos que podamos pensar.

 Un funcionario europeo recuerda cómo llegó a su despacho un directivo con todos los documentos que comprometían a su empresa bajo el brazo. ¿Un caballero blanco? En realidad, la persona que organizaba el cártel mantenía una relación con la mujer del famoso "denunciante", que vio en la delación una forma práctica de vengarse...

En la mayoría de los casos, son las mismas empresas las que denuncian los cárteles en los que han participado. A veces éstos funcionan tan bien, que sus miembros son cada vez más numerosos, por lo que el grado de lealtad disminuye. Y también suele ocurrir que la actuación de Bruselas en un sector análogo desata los temores.

 El "club de horticultores" compartía hangares con las grandes empresas de transporte aéreo (Air France-KLM, British Airways, Air Canada...), todos castigados severamente en 2010 por la Comisión por otro acuerdo. "Eso quizás les hizo reflexionar y explica sin duda en parte que Deutsche Post denunciara a sus compañeros horticultores", opina un experto. 

Pero el motivo más frecuente es mucho más sencillo: a veces el pastel se descubre cuando alguien compra una de las empresas del cártel. El nuevo propietario se da cuenta de ello y para no inmiscuirse en ello, prefiere denunciar.

Cuando alguien quiere delatar un cártel, tiene que ser rápido. A veces, a los miembros del acuerdo se les ocurre denunciarlo al mismo tiempo. Por mucho que hayan trabajado juntos durante años, no es habitual que confíen plenamente en los demás. Y sólo el primero que acuda a la Comisión se beneficia de inmunidad total.

 Este aspecto es tan importante que, a veces, las empresas apelan ante el Tribunal de Justicia de la UE el "orden de llegada" que mantiene la Comisión en la delación. De hecho, la diferencia puede costar decenas de millones de euros en multas. Para designar el lugar en la lista de arrepentidos, Bruselas tiene en cuenta la hora de llegada, pero también el valor añadido que aporta la empresa a la investigación.

Con un "arrepentido", todo se vuelve más fácil para la Comisión. Organización del cártel, objetivos, número de miembros: estas confesiones le aportan una visión clara de todo el conjunto. Pero antes de castigar severamente, es necesario recopilar aún más pruebas. Documentos concluyentes, correos electrónicos sospechosos. 

El tipo de documentos que no se pueden obtener sin algo que se parece mucho a una intervención policial. Para ello existen las inspecciones sorpresa de los funcionarios del Ejecutivo europeo. Llegan en grupo, a menudo se niegan a subir juntos en el ascensor para evitar que una desafortunada casualidad los deje a todos atrapados durante horas y registran todo, tanto armarios como ordenadores. 

También se analizan los SMS de los móviles. Precintan todo. A veces se encuentran con papeles de divorcio, con correos electrónicos de amantes. Pero, a no ser que los planes se tuerzan, normalmente encuentran lo que buscan.

En una ocasión, un directivo, presa del pánico, tiró todos los papeles comprometedores a los retretes. Cuando el abogado de la empresa se dio cuenta de ello, se desató el pánico. Los empleados del grupo acabaron yendo a buscar los documentos por la bajante de aguas residuales del edificio. Un poco doblados y mojados, pero perfectamente utilizables.

Ahora toda Europa sabe a qué atenerse. Es preferible colaborar con Bruselas para evitar una elevada multa. Observar los nombres de las empresas que han denunciado un cártel ante la Comisión desde hace diez años es como dar la vuelta al mundo: encontramos de todo... aunque no empresas francesas, [excepto] la antigua Rhône-Poulenc, que denunció hace cerca de quince años dos cárteles distintos, entre ellos el de las vitaminas.

No es mucho. En Alemania, las empresas se quedaron traumatizadas por el escándalo de corrupción de Siemens de hace diez años y ya no dudan en "delatar".

Los grupos italianos tampoco destacan por su diligencia en la materia. En 2002, la italiana Deltafina desobedeció las normas, al denunciar un acuerdo con el que se controlaba el mercado del tabaco crudo transalpino. 

¿Tuvo miedo de su propia valentía? En la siguiente reunión con los miembros del cártel, el grupo avisó a los demás que los había delatado. Una acción totalmente prohibida por Bruselas. Deltafina perdió su inmunidad y tuvo que pagar una multa como el resto. Los reflejos culturales son difíciles de erradicar."            (Presseurop, 10 julio 2013, Les Echos París)

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