25.1.21

Juan Madrid: “No hay un solo agente que no supiera lo que hacía la policía patriótica”

 "Juan Delforo tiene una teoría en la que define España como un “Estado delincuencial”. Explicado en pocas palabras: en 1936 unos criminales accedieron de forma ilegal al poder. Las fuerzas del orden quedaron entonces en manos de los bandidos. Y de ese orden pervertido surgió un Estado con un cuerpo jurídico redactado por delincuentes. En suma, los pájaros tirándole a las escopetas.

Delforo es el poco camuflado alter ego de Juan Madrid (Málaga, 1947) en sus últimas novelas, ambas editadas por Alianza: Perros que duermen (2017) y Gloria bendita (2020). A través de él, da rienda suelta a sus inquietudes sociales y políticas, y en el último título citado, también a su cabreo.

Por sus páginas desfila un monarca (llamado sucintamente El Emérito), su amante (Carina), un policía que fabrica dosieres periodísticos para desacreditar a la izquierda (el comisario Romero) y hasta un ministro ultracatólico con un reclinatorio en su despacho. En la trama resulta que el rey en cuestión se encapricha de una joven camarera (María) y las cloacas del Estado se ponen en marcha para conseguírsela, como lacayos rijosos y complacientes. Todo es ficción, pero es una ficción muy veraz.

Esta inclinación por la veracidad (“Me gusta que mis novelas sean realistas y parezcan verdad”, dice) le viene de su oficio de periodista de sucesos en Cambio 16, pero su vocación desde niño era la de convertirse en escritor. Lo consiguió en 1980, cuando publicó la primera novela de Toni Romano: Un beso de amigo. Sus historias han sido llevadas al cine (Días contados, 1994) y a la televisión (Brigada central, 1989-1992). Hoy, casi 60 títulos después, está considerado como uno de los padres de la novela negra española junto a Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín o Francisco González Ledesma.

¿Comparte usted la teoría del “Estado delincuencial” de Delforo al cien por cien?

Absolutamente. Delforo es mi alter ego y lo utilizo para transmitir un mensaje más culto, más elaborado que el que podría hacer a través de Toni Romano. Me gusta que mis novelas parezcan verdad y Toni Romano no podía hablar así. Antonio Carpintero, que es su nombre real, es un expolicía. Lo de Toni Romano viene de su época de boxeador. Fue un mediocre boxeador pero esa faceta le venía muy bien al personaje para poder dar golpes de vez en cuando.

Usted, Delforo y otros personajes de Gloria bendita también dan buenos golpes. En un momento de la novela, María le dice al comisario corrupto: “Vaya porquería de gente, Romero, tío. Ahora tengo un montón de pretendientes entre aristócratas y gente fina”.

La novela nace de un cabreo, de mi enfado con esa gente. La escribí antes de que el Emérito huyera de la justicia. Mucho antes de eso ya sabíamos que determinados gobiernos y determinados servidores del Estado se dedicaban, o se dedican todavía, a ayudar a la alta burguesía. A los ladrones, vamos. Trabajaban para ellos cobrando del erario público y protegidos por un ministro, digamos, peculiar. Que a mí me parece muy bien que crea en Dios, pero no de esa manera.

Aseguró que el Papa le dijo que “el diablo quiere destruir España”.

Esa analogía entre el diablo y el comunismo es viejísima. Siempre ha sido la gran obsesión de la derecha española. Desde el inicio de la Segunda República han estado con ese cuento. Y lo creen de verdad. Decían que la república formaba parte del plan de Stalin para conquistar el mundo. Por eso llevan 80 años atacando concienzudamente el comunismo, desde la época del general Mola hasta hoy. Les da igual todo lo que ha pasado después. Obvian que el comunismo ya no supone un peligro para la burguesía desde hace casi medio siglo, cuando Berlinguer y los eurocomunistas renunciaron a la revolución como medio para acceder al poder y aceptaron las reglas del juego democrático, como cualquier otro partido.

Si ya no hay peligro y es un partido más, ¿a qué atribuye usted esa persecución tan obsesiva?

No quieren comunistas en el gobierno no por miedo a perder sus propiedades, lo cual es imposible, sino a que puedan denunciar su corrupción. De ahí viene su terror. Y para mantener ese sistema corrupto harán lo que sea.

Durante su época de periodista, ¿usted recibió alguna vez un dosier que oliera especialmente mal, que se supiera a la legua que contenía información falsa?

Hombre, claro. Y llamadas que sabías que te estaban vendiendo la moto. Eso es más viejo que el sitio de Numancia. Nos pasaba a todos continuamente. A los periodistas de sucesos, de investigación, de política… Le pongo un ejemplo: si nos llamaban diciendo que hablaban desde el cuartel de Intxaurrondo y que querían darnos información, tanto Pepe Oneto, mi director en Cambio 16, como yo sabíamos que aquello era una intoxicación. Te la intentaban colar y lo siguen intentando ahora. El caso de Venezuela es paradigmático. Los servicios de inteligencia están para eso, para fabricar esas cosas y destruir reputaciones. Cuesta un dinero pero no es difícil hacerlo. El sistema necesita que la gente esté en Babia. Se basa en eso y gasta muchos recursos para conseguirlo. Yo no he descubierto nada. Lo que sale en mi novela se sabe desde hace tiempo.

Y los acontecimientos no hacen más que corroborarlo, ¿no?

Cuando yo presento la novela, el rey aún no se había fugado y en la editorial me dijeron que saldría al año siguiente, en enero o febrero [de este 2021]. Claro, cuando se supo la huida me llamaron inmediatamente para adelantar su publicación. Pero ni siquiera entonces tenía mucha esperanza de que me sacaran en los periódicos. Hace tiempo que no lo hacen. Bueno, ya estoy acostumbrado. Yo sigo trabajando. Sigo escribiendo. Me siguen traduciendo. Vamos tirando, como se suele decir.

El rey emérito sigue teniendo sus defensores, incluso después de todo lo que se ha publicado.

Es la leche, es increíble, pero es así. Vemos a intelectuales hablando maravillas del rey, haciendo de caja de resonancia de la monarquía, del Estado y del poder. Hay un libro titulado La desfachatez intelectual [de Ignacio Sánchez-Cuenca] que explica muy bien ese fenómeno. Hay un montón de escritores que probablemente no existirían si no fueran alimañas, servidores del poder. Este país está lleno de escritores así.  (...)

¿Cree que los detractores olvidan el elemento social y político que tiene la novela negra?

Y sobre todo olvidan lo que tiene de desafío al sistema. Hay que tener claro, por ejemplo, qué papel cumple la policía en la novela negra. Yo ya lo he contado en otras novelas, pero en ninguna con tanta dureza como en esta.

¿Y eso por qué?

Pues porque ya estaba cansado y me dije: “¡A la porra!”. Bueno, no usé exactamente esas palabras sino otras más groseras. [Risas]. Me dije: “Voy a escribir lo que sé de sobra que está pasando en la policía, que es algo espantoso”. Y el instrumento que utilizo para hacer esa denuncia es la novela, porque soy escritor. Es mi visión del mundo. Son los lectores los que tienen que decidir si esa visión es verdad o es mentira.

No será verdad, pero desde luego es verosímil.

Es que hablo de cosas que están superdemostradas. Nadie ha salido a cuestionarme. Nadie. No hay un solo agente en España que no supiera lo que hacía la llamada “policía patriótica”. Un policía no es corrupto solo por dinero. También puede serlo por ganar un ascenso o simplemente por estar cerca de los que mandan. A comisario no llega un tío cualquiera. Con esto no quiero decir que todos los policías sean corruptos. No es un cuerpo corrupto, no digo eso. Pero sí que hay corruptos. A punta pala, vamos.

Y reflejarlo en las novelas, ¿es un deber moral?

Pues yo creo que sí, pero no todos lo hacemos. Lo he discutido con otros colegas… europeos.

¿No quiere decir el país?

No, porque sería fácilmente identificable. No quiero meterme con otros compañeros. Todos tenemos que trabajar y ganarnos la vida. A este escritor le decía yo: “¿Pero tú no sabes cómo es la policía de tu país? ¡Allí te matan a palos!”. Se lo dije porque su detective es buenísimo, no pega nunca. (...)

Pero la novela negra tenía que dar un paso más allá para convertirse en lo que Gramsci llamaba “la literatura de la inseguridad”. En esta sociedad dominada de forma absoluta por el capitalismo, tú no sabes lo que te va a pasar mañana. No sabes si tu hija va a volver a casa, si a tu hermano lo van a echar del trabajo o si tu esposa te engaña. Ahí, en ese aspecto social, es donde debe poner el foco la novela negra. La buena, quiero decir. Y hacer un esfuerzo por ser realista, lo que a veces implica hacer un retrato duro de la policía. El inspector Maigret no encaja ahí. Es un hombre bonachón, tranquilo, que fuma en pipa y nunca lleva pistola.

Pero también habrá policías así, ¿no?

Por supuesto. Yo, como periodista y como escritor, he trabajado mucho tiempo con policías y me caen bien. Hacen su trabajo. Ya he dicho que no todos son corruptos. Los que pertenecen a los servicios de inteligencia son diferentes. Para eso te eligen y tienes que pasar unas pruebas. Ahí hay policías, guardias civiles, militares de alta graduación… y no se sabe muy bien lo que hacen. Bueno, sí se sabe: defender el sistema. A mí eso no me importa. Tampoco voy a pedir la desaparición de los servicios de inteligencia. Sería una gilipollez. Una más de las muchas que digo. Pero lo que sí puedo pedir es un poquito más de respeto a la ley. Eso sí.

En Gloria bendita se habla del archivo Jano [elaborado por los servicios de inteligencia desde los años setenta] y ahí seguro que hay una ficha suya. ¿Cómo se la imagina?

Pues hace muchos años, en la Dirección General de Seguridad, una funcionaria me la ofreció. La mía y la de mi padre. Y no sé muy bien por qué le dije que no. Ahora me arrepiento muchísimo. En aquel momento yo pensaba que esa forma de ficharnos y reprimirnos había acabado. Y me equivoqué, porque sigue, y sigue, y sigue… (...)"                (Entrevista a Juan Delforo (Juan Madrid), Manuel Ligero, La Marea, 19/01/21)

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