“Las mayores fortunas existentes en todos los países del planeta
esconden la mayor parte de las mismas en paraísos fiscales.” Esta frase
ha encabezado multitud de artículos de las principales revistas de
economía del mundo, pero nunca ha tenido tanto sentido como en estos
momentos.
Los papeles de Panamá, aparte de su ingente información financiera
(la mayoría delictiva y opaca), demuestran que existen dos planos
económicos: el del 99% de la población, cuyos ingresos están totalmente
controlados, y ese 1% más rico y a la vez ambicioso que no sólo puede
presumir de la riqueza acumulada, sino que puede permitirse el tenerla
escondida, invisible y a salvo de cualquier contratiempo.
Si los piratas del siglo XVI escondían sus tesoros en islas desiertas
donde difícilmente podían llegar sus perseguidores, los nuevos piratas
del siglo XXI siguen escondiendo sus fortunas en lugares similares,
islas paradisíacas de difícil pronunciación y complicada localización
para el común de los mortales. Pero han cometido un error, y es que los
papeles de Panamá han demostrado ser el mapa del tesoro que ha podido en
primer lugar desenmascararles y, poco a poco y siguiendo las pistas,
llegar al mismo cofre del tesoro.
La operativa, sencilla pero sin dejar rastro
Podríamos complicar lo inimaginable tanto la operativa de los
entramados que han dado lugar a las operaciones reveladas por los
papeles de Panamá como la explicación de estos circuitos. Así que es
significativamente importante simplificar en qué han consistido y a
quién han beneficiado.
El circuito financiero de ocultación de la riqueza en centros offshore
es totalmente idéntico al timo del trilero que podemos observar
cualquier mañana soleada en las Ramblas de Barcelona. Todo consiste en
lo mismo, ocultar la bolita y que nadie sepa realmente dónde está. El
trilero podrá darle dos, cinco o veinte vueltas a los cubiletes, pero en
realidad el turista (en este caso las autoridades fiscales
internacionales) jamás sabrá dónde se encuentra realmente la bolita (en
nuestro caso el dinero y el patrimonio).
¿Y cómo consigue el cliente con dinero hacer desaparecer la bolita?
Pues acudiendo a un bufete especializado en ocultar la identidad del
verdadero propietario de los mismos.
De este modo, si el bufete hace bien su trabajo, el titular real “no
aparecerá jamás”, pudiendo gestionar su dinero, comprarse su casa en el
trópico o vender su barco de lujo sin aparecer en ningún momento, pero
teniendo en todo momento el control de todo su patrimonio.
¿Y qué necesitará el bufete especializado para conseguirlo?
Básicamente poca cosa, la existencia de territorios con poco o nulo
control fiscal (los denominados “paraísos fiscales”) y tener personas
que actúen como nominados en las sociedades que gestionen esa riqueza
(los famosos testaferros).
Así, al final, después de todos los movimientos financieros, empresas
creadas y paraísos fiscales utilizados (tantos como dinero quiera
facturarse al cliente, o tantos como quieran utilizarse para asegurar el
imposible seguimiento por el fisco), nos encontraremos que detrás de
los mismos sólo existen empresas desconocidas, con siglas anglosajonas
similares y gestionadas por personas que perfectamente pueden estar
difuntas y con toda seguridad ilocalizadas, y que pueden muy bien
figurar como directores de miles de estas sociedades fantasma.
El negocio es perfecto: es la posibilidad de cometer un delito sin
estar en la escena del crimen, sin posibilidad de que te relacionen con
él, y con la seguridad de que el botín estará a resguardo en un sitio
inaccesible al resto de los curiosos.
Y esta operativa, en su día ya denunciada pero no demostrada, ha sido
puesta de relieve por la información hallada en los papeles de Panamá.
Documentos que no sólo muestran la operativa realizada por bancos,
bufetes y otros agentes que operan en paraísos fiscales, sino que
demuestran la inexistente ética de éstos, los mismos que a menudo se
olvidan de su obligación jurídica de denunciar que sus clientes puedan
estar involucrados en actividades delictivas.
¿A qué nos enfrentamos?
A diferencia de casos anteriores, principalmente las fugas de
información de SwissLeaks o LuxLeaks, los documentos de Panamá no aluden
a un solo banco o a la operativa en un único país, sino que ofrecen una
vista única de un funcionamiento hasta ahora oculto de las finanzas
mundiales globales. Un funcionamiento que, lamentablemente, conlleva la
demostración irrefutable de que el fraude y la ilegalidad definen al
capitalismo financiero sistémico actual.
A lo largo de sus más de once millones de documentos, y sólo con la
información que ha ido apareciendo, hemos ido observando como políticos,
deportistas, gente del cine y la televisión, empresarios,
coleccionistas de obras de arte, etc. han utilizado estos mecanismos
para ocultar su riqueza, principalmente del fisco.
Junto a ellos, tenemos esos territorios inventados únicamente para
ser el refugio de este dinero y servir de salvaguarda a esta opacidad.
Territorios que utilizan su poder soberano para hacer funcionar un
circuito bancario y fiscal que opera como un auténtico muro de
contención de las agencias fiscales de los países que quieren cobrar sus
impuestos.
Y, como organizador de todo, un despacho de abogados, Mossack Fonseca, del cual sabemos que ha creado más de 214.000 entidades offshore,
compañías ficticias para ocultar la identidad de sus propietarios en 21
paraísos fiscales diferentes.
Ramón Fonseca, uno de sus socios
fundadores, ha calificado la filtración como “un crimen y un delito, un
ataque contra Panamá debido a que a muchos países no les gusta que
seamos muy competitivos para atraer a los negocios. Hay dos formas de
ver el mundo: la primera es para ser competitivos y la segunda para
crear impuestos”.
Sin embargo, para mí el principal protagonista de toda esta historia
es el contribuyente que en nuestro país y en estos momentos está
confeccionando su declaración anual de impuestos, unos impuestos que le
suponen un enorme sacrificio fiscal y que asume, sabedor de que todos
debemos contribuir para tener unos servicios públicos de calidad, para
crear una sociedad mejor donde las diferencias sociales sean menores,
donde la solidaridad sea la base de la convivencia y donde términos como
“justicia social”, “progreso” y “sostenibilidad” afiancen un futuro
para todos.
¿Dónde quedan esos términos para aquellos que aparecen en
los papeles de Panamá, desde los firmantes que quieren ocultar su
identidad para no pagar impuestos hasta las entidades financieras, los
abogados, los testaferros, los gobernantes de los diferentes paraísos
fiscales, etc.?
Ha sido muy largo y costoso el camino recorrido en las conciencias
fiscales de todos los contribuyentes para que todo se eche a perder
cuando sucesos como los papeles de Panamá desenmascaran de forma tan
evidente este tipo de actitudes y este tipo de operativas. Y los
responsables políticos de estos contribuyentes deben ponerse de
inmediato manos a la obra para que esto no sólo no vuelva a pasar, sino
que se creen mecanismos para que tanto descaro y tanta impunidad no
pasen factura, la primera de ellas la factura fiscal.
La punta del iceberg
Lo que realmente asusta es que un solo despacho de abogados de uno
sólo de los países —y no el principal— de los que realiza este tipo de
actividades haya puesto de manifiesto todo un sistema que haya salpicado
a tantas personas (entre ellas, 140 responsables políticos de 50 países
diferentes).
Estamos sin duda ante la punta de un iceberg que amenaza con hundir el Titanic
de la economía mundial. La presión fiscal a la que se somete al resto
de los ciudadanos cuando existen mecanismos por los cuales los que más
tienen menos pagan, está alcanzando en los países de la zona euro
niveles hasta ahora insospechados.
Y lo peor de ello es que, a cambio de
tal presión fiscal, no sólo no se están ofreciendo servicios públicos
de calidad sino que, por el contrario, se amenaza continuamente con
recortes y más recortes de los mismos.
Afortunadamente, esa presión se está arrastrando a la opinión pública
y hoy en día no son sólo los actores políticos los que abordan los
temas de economía, sino que la sociedad civil empieza a demandar tanto
unos impuestos justos como una justa recaudación de los mismos.
Es la misma opinión pública la que ha hecho dimitir al primer
ministro islandés, Sigmundur David Gunnlaugsson, o renunciar a su puesto
a nuestro ministro en funciones de Industria, Energía y Turismo, José
Manuel Soria.
Y es esa opinión pública la que deberá concienciar a
nuestros dirigentes de incluir en sus programas políticos una lucha
eficaz contra esa economía del fraude paralela y para muchos legal que
son los paraísos fiscales, cuyo manual de funcionamiento delictivo y
parafiscal hemos visto perfectamente detallado en los papeles de Panamá.
El hombre sabio aprende de su enemigo, y los papeles de Panamá nos han dado mucha información sobre cómo actúa éste." (Miguel Ángel Mayo, Mientras Tanto, 30/05/16)
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