La respuesta de Pedro Romero al vicedecano del Colegio Notarial de Andalucía, José Luis Lledó, tenía trampa. La pasta era 5,5 millones y el pasado 4 de marzo unos constructores y la Universidad de Sevilla debían recoger el cheque por esa suma en su notaría de Sevilla, depositado tres años antes, y que ahora querían recuperar.
La cita no se llevó a cabo. El día antes, el notario había
optado por dispararse con su escopeta bajo un puente y así acabar con
una espiral de deudas y final violento.
Romero, expresidente de la Academia Sevillana del Notariado,
había vivido al límite durante años y aguantaba la presión como nadie.
Pero esta primavera, las sospechas de que sus abultados impagos eran
resultado de operaciones irregulares se tornaron certezas.
Las demandas
se multiplicaron y el Colegio Notarial andaluz le exigió que cumpliera
como garante de la ley para devolver esos 5,5 millones a unos
empresarios y la Universidad. La sorpresa salta ahora porque ese
detonante solo representa la décima parte de las deudas totales que
Romero había acumulado durante su desastrosa aventura empresarial, que
superan los 50 millones.
Las operaciones con sus clientes de la notaría han generado una deuda
de 10 millones, a la que hay que sumar dos hipotecas de su casa y una
finca por 14 millones, un débito de 5 millones con acreedores personales
y un pasivo de 22 millones que arrastra la joya de su grupo
empresarial, ahora en liquidación, las bodegas Pedro Romero.
¿Cómo pudo llegar a ese nivel de endeudamiento? Dos razones lo
explican: su prestigio como notario llegó a ser muy reconocido, y esto
le abrió puertas para grandes potentados que acudieron a él para mover y
colocar su dinero. Y esa reputación le granjeó una alfombra roja en
prácticamente todos los bancos, excepto Unicaja, que había conocido sus
problemas de liquidez con anterioridad.
“Los bancos le dieron créditos
por las garantías que ofrecía, no por los negocios en sí mismos. Pedro
vivía en un aval continuo y sobrepasado de deudas”, explica un abogado
que trabajó con él y que pide el anonimato.
El mayor problema fue que Romero mezcló sus actos de la notaría con
sus negocios privados como empresario. Habitualmente los notarios
intervienen en compraventas y herencias solo para otorgar fe, pero en
ocasiones también controlan depósitos y provisiones de fondos con muchos
ceros. Y Romero trasvasaba esos capitales de manera constante hacia sus
negocios.
El informe de riesgos entregado por el Banco de España
al Juzgado de Primera Instancia 13 de Sevilla, que tramita su legado,
señala que el débito que generó Romero con 12 entidades bancarias era de
28,3 millones de deuda directa o personal, y de 14,5 millones de deuda
que había garantizado a sus sociedades.
“Pedro avalaba alegremente todas las operaciones”, resume su letrado,
Tomás Gamero, que admite su funesta gestión de los negocios pero
defiende su voluntad de devolver los préstamos hasta el final. Para el
notario, avalar pagos era casi un acto reflejo. Cuando llegaba un
proveedor de la bodega, Romero firmaba como garante personal, y bastaba
porque nadie podía imaginar la montaña de deudas que arrastraba.
Sin
embargo, en su huida hacia adelante, evitó reconocer su responsabilidad
como fedatario. Solo cinco días antes de morir, firmó su testamento,
donde expuso: “Mis circunstancias actuales, sobre todo de carácter
económico (...) aunque me sean imputables, han escapado a mi voluntad
(...) al fundarse en confianzas en los otros semejantes, en mi fuero
interno, a las que en mí depositaban”.
Romero, hijo de un magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía
(TSJA) y de una catedrática de Botánica, tenía una personalidad
poliédrica, pero sobre todo muy poderosa. Atesoraba un conocimiento
“enciclopédico” del Derecho que volcaba en libros y conferencias, pero
sobre todo proyectaba una seguridad y confianza por las que logró que
centenares de personas le confiaran su dinero, en múltiples ocasiones
sin siquiera firmar documentos, como un acto de fe. Y Romero se
aprovechó de estos creyentes para ir tapando agujeros. Uno detrás de otro y cada vez más grandes.
“Para sus fieles se había convertido en una deidad. El tipo se vendía
como el notario científico de operaciones jurídicas. Un mago de la
ingeniería notarial. Y en ese entorno de confianza era muy fácil que
gente incauta cayera en sus redes. Vendía una pócima milagrosa”, relata
una persona que negoció con Romero una deuda cuyos fondos eran de origen
incierto, y logró que le devolviera gran parte: “Se lo puse negro
negrísimo y le dije que tardaba 24 horas en ir a la fiscalía, porque a
mi cliente le daba igual el delito fiscal. Y pagó”.
Tres testimonios
diferentes de clientes confirman que entregaron altas sumas de dinero a
Romero (50.000, 200.000 y 600.000 euros) para que este las invirtiera a
través de entramados financieros. Fuentes del caso dudan de la
procedencia legal de gran parte de los fondos que gestionó Romero en los
últimos años. “Embaucaba a la gente y sencillamente se aprovechaba de
la codicia del otro”, apunta una persona que trabajó codo con codo con
él.
Las actas de la notaría de los últimos seis años reflejan 31
depósitos (joyas, documentos, dinero, etcétera), pero ahí no estaba la
gallina de los huevos de oro. Romero vehiculaba las provisiones de
fondos a través de la empresa OCP Asesores, gestionada por su mano
derecha para los negocios, Luis Pérez. Este rechazó opinar al respecto.
Romero figuraba en siete empresas, pero en ninguna invirtió tanto
como en el negocio familiar de las bodegas Pedro Romero de Sanlúcar de
Barrameda (Cádiz). Su tío, también notario, Íñigo de Loyola Romero,
invirtió en las ampliaciones de capital propuestas por Pedro, pero con
un regusto agrio. “Jugaba a tres barajas y tenía un chorro de sociedades
instrumentales. Utilizaba la bodega como una cuenta de provisión”,
censura.
Sin embargo, antes de que la espiral de deudas le devorara, Romero
invirtió en las bodegas tres millones, avaló otros cuatro, y sedujo a su
familia para que el negocio creciera. Su patrimonio estaba volcado en
los negocios, y ahora muchos de los que le conocieron recuerdan que su
intención primigenia no era el engaño. “Siempre peleó por triunfar y era
muy buena persona”, apunta el abogado Eugenio Suárez Palomares, exjuez y
preparador de oposiciones de Romero.
El decano del Colegio Notarial andaluz, Salvador Torres, resume: “Hay
personas acostumbradas a triunfar siempre y que nunca admitirán un
fracaso”. (
Javier Martín-Arroyo
, El País, Sevilla
29 JUN 2014)
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