"Qué es la corrupción? Aunque parezca mentira, no está del todo claro.
Ni siquiera cuando hablamos de corrupción política. Los expertos en el
asunto manejan definiciones que admiten muchas dudas: para los
partidarios de una visión amplia, se trata de abusos que contravienen la
moral vigente con el fin de obtener beneficios particulares; para los
que prefieren concretar más, son actos que violan la ley e implican el
enriquecimiento de los corruptos.
Pero, ¿qué ocurre cuando las
costumbres aceptan que los responsables públicos rebañen algún botín?
¿No hay entonces corrupción? ¿Y si las leyes no previeran ciertos casos
de saqueo? Cualquier definición cojea.
De todas formas, lo que parece probado es que la corrupción afecta de
manera directa al funcionamiento de las instituciones políticas y, con
especial saña, al de los regímenes democráticos, más transparentes. La
abundancia de corruptelas acaba con la igualdad entre los ciudadanos,
erosiona la eficacia de Gobiernos y Administraciones y degrada las
condiciones que permiten el crecimiento económico sano.
Aunque el mayor
daño que ocasiona a las democracias reside en el deterioro de su
legitimidad. Es decir, provoca eso que llamamos desafección, un
distanciamiento casi insalvable entre la ciudadanía y las élites
políticas que pone en peligro la cohesión comunitaria y desemboca en un
escepticismo abstencionista, obstáculo para el progreso del sistema
representativo.
Estos efectos han barrido España en la última década. Las encuestas
nacionales y europeas lo muestran de un modo contundente: en torno al
90% de los españoles piensan en la actualidad que la corrupción es uno
de los principales problemas del país y que contamina todos los niveles
de Gobierno.(...)
Eso sí, aquí la corrupción no se vincula con el crimen organizado y casi
nadie confiesa haber pagado sobornos. Pero las impresiones sobre la
putrefacción política resultan desoladoras.
En una célebre tipología, el politólogo norteamericano Arnold J.
Heidenheimer hablaba de corrupción de varios colores: la blanca,
tolerada por la sociedad y por las élites; la gris, envuelta en
discrepancias y ambigüedades; y la negra, que se cree inaceptable y por
tanto punible.
La mera observación nos dice que un mismo comportamiento,
blanco durante mucho tiempo, puede teñirse de gris en un momento dado y
más tarde ennegrecerse; o al revés. Y eso es lo que ha ocurrido en
España: ciertos hábitos, como las donaciones empresariales a los
partidos o los repartos partidistas en las cajas de ahorros, se han
oscurecido de repente, para desconcierto de quienes los frecuentaban.
Aun así, sigue habiendo zonas bastante blancas o apenas grisáceas, como
el nepotismo y las prácticas clientelares, producto de una cultura
política que hunde sus raíces en el siglo XIX, si no antes. La
recomendación engrasa todavía demasiadas decisiones.
El hartazgo de la opinión pública, motivado por una mezcla endiablada
de penalidades económicas y escándalos continuos, exige medidas para
castigar a los culpables y prevenir recaídas.
Debemos aprovechar la
oportunidad para mejorar la calidad de las instituciones democráticas y
volver a legitimarlas. Incluso los estudios más benévolos —como el de la
Unión Europea publicado en febrero— señalan con precisión dónde están
los problemas: en los políticos más que en los funcionarios, en la
financiación de los partidos, en los gastos y contrataciones de las
Administraciones regionales y locales y en sus competencias
urbanísticas, pervertidas por la locura inmobiliaria. Y no solo entre
los corruptos, sino también entre los corruptores que les rodean. (...)
En 1995, cuando se vivía la anterior oleada de escándalos, Javier
Pradera volcaba algunas de estas ideas en un magnífico texto sobre los
partidos políticos —organizaciones opacas y proclives a incumplir las
normas que ellas mismas aprueban— y recomendaba democratizar sus
entrañas (La maquinaria de la democracia. Los partidos en el sistema político español, Claves de Razón Práctica,
58, 16-27).
Veinte años más tarde, su diagnóstico sigue en pie, pero el
mal ha crecido. La tramposa prosperidad del periodo 1995-2007
incrementó las ocasiones para delinquir y, al mismo tiempo, blanqueó las
ilegalidades. (...)" (
Javier Moreno Luzón
, El País 2 ABR 2014 )
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