" En EE.UU. corrupción rara vez es “corrupción”. Tomemos como ejemplo a
nuestro presidente, quien ha sido muy claro: no aceptará dinero de
lobistas para su campaña electoral.
El único problema: según el New York Times,
es que 15 de sus principales “embolsadores”, los que dan su propio
dinero y solicitan el de otros –ninguno registrado como lobista federal–
están “involucrados en cabildear en negocios de consultoría de
Washington o compañías privadas”, y juntan millones para Obama.
También
tienen acceso a la Casa Blanca respecto a asuntos políticos. Según un
informe de junio del Centro por la Integridad Pública: “el presidente
Obama otorgó chollos y nombramientos a casi 200 personas que reunieron
grandes sumas para su campaña presidencial (2008), y sus principales
recolectores de fondos han ganado millones de dólares en contratos
federales”. (...)
Claro que nada de esto es “corrupción”, solo es un modo de vida
de ‘tú paga y yo hago política’, que se extiende al complejo
militar-industrial y a un Pentágono que ha gastado solo en la última
década 1 billón (millón de millones) de dólares para comprar nuevas
armas a fin de “modernizar” su arsenal. Mientras tanto, cada alto
funcionario civil, general, o almirante sabe que alguna compañía de
armamentos lo espera con (por así decir) los brazos abiertos,
cuando decida pasar por la puerta giratoria hacia el “retiro” y el
sector privado.
Los resultados son sorprendentes. El gigante del
armamento Lockheed Martin pagó 12,7 millones de dólares en gastos de
cabildeo en 2010. Ese año su jefe ejecutivo se llevó a casa 21,89
millones de dólares. Y la compañía acaba de informar de beneficios netos
en el tercer trimestre de 700 millones, batiendo las expectativas de
los analistas, y predice más de lo mismo para 2012. Ventaja para
Lockheed.
De la misma manera, los máximos consejeros
económicos del gobierno provienen regularmente de (y acaban o vuelven
a) los brazos de bancos y gigantescos grupos financieros, las mismas
firmas que derraman dinero en campañas políticas.
No es más que otra
versión del mismo mundo confortable, bien organizado, en el cual, por
ejemplo, Robert Rubin pasó de Goldman Sachs al gobierno como secretario
del Tesoro de Bill Clinton en los años noventa, y luego se fue a
Citigroup, al que ayudó a arruinar hasta que fue rescatado en
condiciones tan generosas en noviembre de 2008. En esos años, ganó algo
como 126 millones de dólares. Ventaja para Rubin.
Pero hay que recordar: no se trata de corrupción. Solo sucede que así funciona nuestro mundo. Hay que acostumbrarse. (...)
Mantenemos silencio durante algunos instantes, mientras pasamos los
pequeños arbustos. Entonces Godfrey pregunta: ¿No pasa lo mismo en
EE.UU.?
Ni siquiera dudo. No realmente, le digo: no de un modo tan flagrante, y no frecuentemente, ciertamente no todo el tiempo.
Solo
que entonces me pongo a pensar, porque esa respuesta resulta ser
demasiado resbalosa. No es que EE.UU. carezca de corrupción, agrego, o
incluso una corrupción generalizada. Simplemente no es del bajo nivel y
del tipo banal como lo que acabamos de vivir, en todo caso no en la
mayor parte de los casos.
En EE.UU., la corrupción se concentra en los
ámbitos más elevados de la sociedad, y se disfraza, por ejemplo, bajo el
manto de “finanzas de campañas electorales”.
Las campañas
electorales han llegado a ser tan costosas que los candidatos tienen que
salir a mendigar, humildemente, ante cualquiera que esté dispuesto a
financiarlos. Y los multimillonarios, millonarios, banqueros y
operadores de fondos de alto riesgo y administradores de portafolios y
directores ejecutivos y sus lobistas están, por su parte, felices de
contribuir.
Lardean a los “representantes del pueblo” con grotescas
“contribuciones” después de las cuales esos representantes se muestran
demasiado dispuestos a dar un giro y entregar miles de millones de
dólares en incentivos tributarios específicamente seleccionados y
subsidios estructurados específicamente para ellos, preciosos dólares
que ya no se pueden utilizar para financiar escuelas, clínicas o plazas
de recreo o para promover el bien público de alguna otra manera.
Y
es peor que eso: una vez que se jubilan los congresistas o su personal
superior consiguen casi invariablemente puestos de lobistas trabajando
para las mismas industrias que antes controlaban, otro incentivo para no
molestar a esos intereses adinerados mientras están en la nómina
pública.(...)
En Uganda, la corrupción surge frecuentemente de la desesperación. En
EE.UU., de un modo más habitual, sus fuentes son la codicia, pura y
simple. Y es difícil decidir cuál es más desalentadora, más asquerosa,
más repugnante. (...)
“Está bromeando”, interrumpió Godfrey. No: ¡Ni siquiera, se siente
embarazado! La educación, entre tanto, se financia con los
limitados impuestos locales sobre los bienes raíces, y los ricos se
aseguran de que sea así. ¿El resultado? Sus hijos reciben una educación
mucho mejor que los que viven en vecindarios más pobres.
Cuando la gente
trata de remediar esa injusticia mediante programas de acción
afirmativa que por lo menos reconocen la injusticia de la competencia
por lograr acceso, por ejemplo a la universidad, los ricos protestan y
consiguen jueces que rechacen esos programas por racistas.
Sin embargo,
están perfectamente contentos al aprovechar otros programas que aseguran
la aceptación de los hijos de ex alumnos, no importa su rendimiento
escolar, y nadie dice nada. Todo es perfectamente legal." (Rebelión, 04/11/2011, 'El arte de la extorsión del Nilo al Potomac', Lawrence Weschler,Tom Dispatch)
No hay comentarios:
Publicar un comentario