4.11.11

" En EE.UU., la corrupción se concentra en los ámbitos más elevados de la sociedad, y se disfraza, por ejemplo, bajo el manto de “finanzas de campañas electorales”

" En EE.UU. corrupción rara vez es “corrupción”. Tomemos como ejemplo a nuestro presidente, quien ha sido muy claro: no aceptará dinero de lobistas para su campaña electoral.

El único problema: según el New York Times, es que 15 de sus principales “embolsadores”, los que dan su propio dinero y solicitan el de otros –ninguno registrado como lobista federal– están “involucrados en cabildear en negocios de consultoría de Washington o compañías privadas”, y juntan millones para Obama.

También tienen acceso a la Casa Blanca respecto a asuntos políticos. Según un informe de junio del Centro por la Integridad Pública: “el presidente Obama otorgó chollos y nombramientos a casi 200 personas que reunieron grandes sumas para su campaña presidencial (2008), y sus principales recolectores de fondos han ganado millones de dólares en contratos federales”.    (...)

Claro que nada de esto es “corrupción”, solo es un modo de vida de ‘tú paga y yo hago política’, que se extiende al complejo militar-industrial y a un Pentágono que ha gastado solo en la última década 1 billón (millón de millones) de dólares para comprar nuevas armas a fin de “modernizar” su arsenal. Mientras tanto, cada alto funcionario civil, general, o almirante sabe que alguna compañía de armamentos lo espera con (por así decir) los brazos abiertos, cuando decida pasar por la puerta giratoria hacia el “retiro” y el sector privado.

Los resultados son sorprendentes. El gigante del armamento Lockheed Martin pagó 12,7 millones de dólares en gastos de cabildeo en 2010. Ese año su jefe ejecutivo se llevó a casa 21,89 millones de dólares. Y la compañía acaba de informar de beneficios netos en el tercer trimestre de 700 millones, batiendo las expectativas de los analistas, y predice más de lo mismo para 2012. Ventaja para Lockheed.

De la misma manera, los máximos consejeros económicos del gobierno provienen regularmente de (y acaban o vuelven a) los brazos de bancos y gigantescos grupos financieros, las mismas firmas que derraman dinero en campañas políticas.

No es más que otra versión del mismo mundo confortable, bien organizado, en el cual, por ejemplo, Robert Rubin pasó de Goldman Sachs al gobierno como secretario del Tesoro de Bill Clinton en los años noventa, y luego se fue a Citigroup, al que ayudó a arruinar hasta que fue rescatado en condiciones tan generosas en noviembre de 2008. En esos años, ganó algo como 126 millones de dólares. Ventaja para Rubin.

Pero hay que recordar: no se trata de corrupción. Solo sucede que así funciona nuestro mundo. Hay que acostumbrarse.   (...)

Mantenemos silencio durante algunos instantes, mientras pasamos los pequeños arbustos. Entonces Godfrey pregunta: ¿No pasa lo mismo en EE.UU.?
Ni siquiera dudo. No realmente, le digo: no de un modo tan flagrante, y no frecuentemente, ciertamente no todo el tiempo.

Solo que entonces me pongo a pensar, porque esa respuesta resulta ser demasiado resbalosa. No es que EE.UU. carezca de corrupción, agrego, o incluso una corrupción generalizada. Simplemente no es del bajo nivel y del tipo banal como lo que acabamos de vivir, en todo caso no en la mayor parte de los casos.

En EE.UU., la corrupción se concentra en los ámbitos más elevados de la sociedad, y se disfraza, por ejemplo, bajo el manto de “finanzas de campañas electorales”.

Las campañas electorales han llegado a ser tan costosas que los candidatos tienen que salir a mendigar, humildemente, ante cualquiera que esté dispuesto a financiarlos. Y los multimillonarios, millonarios, banqueros y operadores de fondos de alto riesgo y administradores de portafolios y directores ejecutivos y sus lobistas están, por su parte, felices de contribuir.

Lardean a los “representantes del pueblo” con grotescas “contribuciones” después de las cuales esos representantes se muestran demasiado dispuestos a dar un giro y entregar miles de millones de dólares en incentivos tributarios específicamente seleccionados y subsidios estructurados específicamente para ellos, preciosos dólares que ya no se pueden utilizar para financiar escuelas, clínicas o plazas de recreo o para promover el bien público de alguna otra manera.

Y es peor que eso: una vez que se jubilan los congresistas o su personal superior consiguen casi invariablemente puestos de lobistas trabajando para las mismas industrias que antes controlaban, otro incentivo para no molestar a esos intereses adinerados mientras están en la nómina pública.(...)

En Uganda, la corrupción surge frecuentemente de la desesperación. En EE.UU., de un modo más habitual, sus fuentes son la codicia, pura y simple. Y es difícil decidir cuál es más desalentadora, más asquerosa, más repugnante. (...)


“Está bromeando”, interrumpió Godfrey. No: ¡Ni siquiera, se siente embarazado! La educación, entre tanto, se financia con los limitados impuestos locales sobre los bienes raíces, y los ricos se aseguran de que sea así. ¿El resultado? Sus hijos reciben una educación mucho mejor que los que viven en vecindarios más pobres.

Cuando la gente trata de remediar esa injusticia mediante programas de acción afirmativa que por lo menos reconocen la injusticia de la competencia por lograr acceso, por ejemplo a la universidad, los ricos protestan y consiguen jueces que rechacen esos programas por racistas.

Sin embargo, están perfectamente contentos al aprovechar otros programas que aseguran la aceptación de los hijos de ex alumnos, no importa su rendimiento escolar, y nadie dice nada. Todo es perfectamente legal."              (Rebelión, 04/11/2011, 'El arte de la extorsión del Nilo al Potomac', Lawrence Weschler,Tom Dispatch)

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