"Descontando los enormes efectos electorales de la crisis económica, la estrategia política que ha permitido al PP inmunizarse ante la corrupción y hacer suya la autonomía, trasciende la figura de Camps, y se remonta a los albores de los noventa cuando la formación rompió con la línea política que arrastraba desde la transición y se volcó en construir una identidad autonómica propia.
Para ello asumió los grandes símbolos que generaban incomodidad a la izquierda, como la bandera o el nombre mismo del territorio, Comunidad Valenciana.
En este camino identitario, también absorbió movimientos localistas como Unión Valenciana y perfeccionó un arma que el nacionalismo ha utilizado siempre con éxito: el agravio y la creación de un enemigo común, en este caso, el pancatalanismo.
Luego seguirían un sinfín de agravios: desde la autovía que la tercera capital de España no tuvo hasta mitad de los noventa, el AVE que llegó 18 años después que a Sevilla o, ¡gran regalo del cielo!, la polémica de los trasvases.
En una tierra donde el agua representa un arcano tan importante como la lengua en el País Vasco, la posición antitrasvase mantenida por el Gobierno socialista, aparte de desorientar a la izquierda, fue presentada como el ejemplo palmario del agravio al pueblo valenciano.
Todo ello acompañado de la presencia constante del enemigo pancatalanista, siempre beneficiado por Zapatero, uno de cuyos iconos históricos para el PP valenciano ha sido la televisión catalana TV3 (un ejemplo para entenderlo: su programación meteorológica emitida en territorio valenciano, con un mapa de los Países Catalanes donde aparecía el País Valenciano).
Con este tipo de elementos, cuidados, mimados día a día por los medios de comunicación oficiales, el PP ha ido atrayendo una masa electoral fiel y rocosa que, más allá de propuestas programáticas, otorga su confianza a un partido que se presenta como defensor de una identidad poco sutil pero legible, que comparte enemigos comunes y que, en su dialéctica, se enorgullece en voz alta de símbolos o actitudes que a otros, los traidores, los perplejos, los dubitativos, abochornan.
Frente a esta construcción ideológica, el escándalo Gürtel y toda la miseria política que ha destapado apenas han hecho mella, porque golpean fuera de los receptores del dolor, no rompen las cláusulas del contrato de lealtad. (...)
Da igual que sea Camps u otro el candidato. El vencedor es una ideología que se ha vuelto dominante y que, en caso de ataque, apela a la lealtad de sus votantes." (El País, Política, 23/05/2011)
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