"Dejando de lado el caso español, de cuyos corruptores y corrompidos este diario da abundante noticia, voy a centrarme en Francia, el segundo país, según las estadísticas, más corrupto de Europa, cuya peripecia política sigo muy de cerca. Comenzando por el dato más significativo, que a mi juicio es el aumento del número de personas condenadas por corrupción en el ejercicio de una función pública que fue de 69 en 1984, de 133 tres años después y que 10 años más tarde duplicó el número llegando a 286.
A este respecto es importante señalar que los miembros de la sociedad civil condenados, empresarios sobre todo, son mucho más numerosos que los políticos y los altos funcionarios cobijados tras la opacidad de los fondos públicos y protegidos por las inmunidades parlamentarias. Conviene subrayar que las condenas recaen tanto a la derecha como a la izquierda y afectan tanto a políticos de base como a líderes y a personalidades muy celebradas. Anotemos los nombres de François Leotard, Alain Juppé, Robert Pandraud, Roland Dumas, Dominique Strauss-Kahn, Michel Mouillot, Michel Noir, Jean Tiberi, Alain Carignon, Bernard Tapie, Robert Hue y un muy largo y notable etcétera. Con la particularidad de que lo más sorprendente de esta naturalización invasora de la corrupción es que hoy sus más acérrimos defensores no son sus beneficiarios directos, sino todos aquellos que deberían combatirla y que la consideran, al contrario, como un componente fundamental y necesario para el buen funcionamiento de las sociedades actuales.
Esta increíble perversión es consecuencia de una estructura causal cuyos dos ejes centrales son: la mitificación política del dinero que todo lo puede, lo que lo constituye en el verdadero poder; y el lujo, el goce, el disfrute, acompañantes obligados de las posiciones culminantes, tanto en la esfera social como en la política. Quien en las alturas no nada en la abundancia de lo más exquisito no sólo se desconsidera frente a los demás, sino que se degrada a sus propios ojos.
Esto es lo que nos explica que en este punto no haya habido diferencia entre Chirac y Mitterrand, ni siquiera entre el mito que fue De Gaulle y el ejecutor de habilidades que representaba Giscard d'Estaing. Era inevitable que la tan amplia generalización y el definitivo asentamiento de las prácticas corruptas generase modos comprobados de su ejercicio. A esto responde la aparición en los países del Sur de Europa de comportamientos cada vez más declaradamente mafiosos, que han alcanzado carta de naturaleza casi pública." (José Vidal-Beneyto: La corrupción y la 'transición intransitiva'. El Pais, ed. Galicia, Opinión, 10/10/2009, p. 33)
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