24.6.13

¿Por qué en España no se castiga la corrupción en las urnas?

Entre 2000 y 2010 un total de 676 municipios españoles se vieron afectados por diferentes casos de corrupción, un 8,3% del total, según el estudio Aproximación a una geografía de la corrupción urbanística en España (Dialnet), elaborado por profesores de la Universidad de La Laguna.

 Una magnitud del fenómeno que parece ya de por sí preocupante, y eso que en el informe se reflejan sólo los escándalos vinculados a las administraciones locales y en concreto en materia urbanística, dejando al margen otras irregularidades en gobiernos regionales o en la Administración central. Y sin embargo, las consecuencias electorales de los casos de corrupción son cuando menos limitadas.

En las elecciones municipales de 2007 casi un 70% de los candidatos implicados en casos de corrupción consiguió la reelección. En los comicios locales de 2011 el panorama no cambió demasiado: en el 59,5% de los municipios con un alcalde 'tocado' por la corrupción volvió a ganar el mismo partido (en 60 de 106 localidades) y en el 58% de los casos fue reelegido el propio candidato implicado (40 de un total de 69 candidaturas), según datos de la Fundación Alternativas. 

Unos resultados electorales que confirman la relativa tolerancia con que se relacionan los españoles con los problemas de corrupción. En el último barómetro del CIS, correspondiente al mes de abril, un 39,3% de los encuestados citó la corrupción como uno de los grandes problemas del país. Y un 29,4% también señaló como problema a los políticos en general.

 La preocupación de los españoles por la corrupción y por la deriva de la política ha ido creciendo durante la crisis, y ahora ya está cerca de los máximos que marcó a mediados de los noventa, en pleno boom de escándalos en el último gobierno de Felipe González. Pero aunque la corrupción se ve como un problema para el país, el castigo en las urnas parece inexistente. 

 En la ciencia política la paradoja de la corrupción se ha convertido ya en un concepto clásico: mientras que la corrupción en sí misma se considera un comportamiento reprobable y vergonzante, algunos políticos corruptos mantienen intacta (o casi) su popularidad. Un fenómeno que tiene un reflejo fiel en la escena política española.

 ¿Por qué los votantes españoles muestran una preocupante tolerancia con los candidatos implicados en casos de corrupción? ¿Por qué el previsible castigo electoral tiene un alcance más que limitado? Son varias las posibles causas de esta permisividad. Explicaciones que no son excluyentes ni alternativas, sino que se complementan para perfilar los porqués de la manifestación de esa paradoja en la política española.

NO TODAS LAS CORRUPCIONES SON IGUALES.

 Los ciudadanos no tienen la misma percepción en torno a la gravedad de todas las irregularidades cometidas por un político. Diversos estudios internacionales confirman que el votante censura los casos de corrupción que implicaban simplemente un enriquecimiento ilícito del político, pero no si la irregularidad cometida conllevaba algún tipo de beneficio para la comunidad (ya sea mediante la construcción de infraestructuras, la creación de empleo a través de proyectos ilícitos...).

 No es lo mismo, en definitiva, repartir sobresueldos ilegales entre los miembros del partido que recalificar irregularmente un terreno para levantar un polideportivo. Esto es, no hay castigo electoral si la corrupción no tiene ningún coste (o incluso tiene un beneficio indirecto) para el ciudadano. En Brasil incluso se ha popularizado la expresión "rouba mais faz" (roba pero haz).

"No todos los actos de corrupción son percibidos como inequívocamente negativos por el electorado que se supone que tiene que juzgarlos en las elecciones. De hecho, en algunos casos, los votantes incluso podrían beneficiarse de tener un político corrupto en el cargo dado que algunas de sus actividades podrían implicar un incremento a corto plazo de su bienestar", sostienen los profesores Pablo Fernández-Vázquez, Pablo Barberá y Gonzalo Rivero, investigadores del departamento de Ciencia Política de la Universidad de Nueva York, en un reciente estudio [aquí, en inglés].

 Un informe que concluye que en las elecciones municipales españolas de 2011 los candidatos implicados en casos de corrupción sólo tuvieron de media un 2% menos de apoyo que los políticos honestos (lo que desde un punto de estadístico es virtualmente cero). Pero el castigo electoral se eleva hasta más del 4% si el escándalo no implica ningún beneficio para el municipio o incluso perjuicio por afectar a las arcas públicas.

 "No es que los votantes premien a un corrupto porque sea un buen gestor económico", subrayan los investigadores, sino que "el candidato es reelegido porque un amplio espectro del electorado tuvo la oportunidad de disfrutar indirectamente de los beneficios de su conducta ilegal", indican. 

Otro estudio también reciente, éste de los profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona Jordi Muñoz, Eva Anduiza y Aina Gallego [aquí, en inglés], abunda en esta conclusión y apunta que ese efecto positivo de la corrupción para el elector eleva en 14 puntos porcentuales la probabilidad de votar a un político corrupto.

 SI TODOS SON CORRUPTOS, ME QUEDO CON LOS MÍOS.

 "Son todos iguales". Es el estribillo que muchos ciudadanos utilizan para afear a la clase política en su conjunto, para achacar sin matices comportamientos particulares ilegales a los representantes de todos los partidos políticos. 

Esta suerte de cinismo político conlleva una generalización de la sospecha sobre todos los cargos públicos, aplicar una presunción de culpabilidad sin hacer distingos entre trayectorias intachables y largos historiales judiciales. Y este cinismo democrático, además, también se convierte en freno para aplicar un castigo real en las urnas contra candidatos implicados en casos de corrupción.

 Si cunde el convencimiento de que todos los partidos y todos los candidatos comparten actuaciones irregulares, los incentivos que podría tener el electorado para cambiar el voto prácticamente desaparecen. Si todos los candidatos son igualmente corruptos, ¿por qué no seguir votando al partido al que siempre lo hice y con el que me siento más identificado ideológicamente? 

Un efecto que explicaría el interés de los partidos que se ven implicados en una irregularidad en airear y recordar todos los escándalos que han sufrido el resto de formaciones políticas (y tú más, vaya)."       (Expansión, 27/05/2013)

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