Entre 2000 y 2010 un total de 676 municipios españoles se vieron afectados por
diferentes casos de corrupción, un 8,3% del total, según el estudio
Aproximación a una geografía de la corrupción urbanística en España
(Dialnet), elaborado por profesores de la Universidad de La Laguna.
Una
magnitud del fenómeno que parece ya de por sí preocupante, y eso que en
el informe se reflejan sólo los escándalos vinculados a las
administraciones locales y en concreto en materia urbanística, dejando
al margen otras irregularidades en gobiernos regionales o en la
Administración central. Y sin embargo, las consecuencias electorales de
los casos de corrupción son cuando menos limitadas.
En las elecciones municipales de 2007 casi un 70% de los candidatos implicados
en casos de corrupción consiguió la reelección. En los comicios locales
de 2011 el panorama no cambió demasiado: en el 59,5% de los municipios
con un alcalde 'tocado' por la corrupción volvió a ganar el mismo
partido (en 60 de 106 localidades) y en el 58% de los casos fue
reelegido el propio candidato implicado (40 de un total de 69
candidaturas), según datos de la Fundación Alternativas.
Unos resultados
electorales que confirman la relativa tolerancia con que se relacionan
los españoles con los problemas de corrupción.
En el último barómetro del CIS, correspondiente al mes de abril, un
39,3% de los encuestados citó la corrupción como uno de los grandes
problemas del país. Y un 29,4% también señaló como problema a los
políticos en general.
La preocupación de los españoles por la corrupción
y por la deriva de la política ha ido creciendo durante la crisis, y
ahora ya está cerca de los máximos que marcó a mediados de los noventa,
en pleno boom de escándalos en el último gobierno de Felipe González.
Pero aunque la corrupción se ve como un problema para el país, el
castigo en las urnas parece inexistente.
En la ciencia política la paradoja de la corrupción se ha convertido ya
en un concepto clásico: mientras que la corrupción en sí misma se
considera un comportamiento reprobable y vergonzante, algunos políticos
corruptos mantienen intacta (o casi) su popularidad. Un fenómeno que
tiene un reflejo fiel en la escena política española.
¿Por qué los
votantes españoles muestran una preocupante tolerancia con los
candidatos implicados en casos de corrupción? ¿Por qué el previsible
castigo electoral tiene un alcance más que limitado? Son varias las
posibles causas de esta permisividad. Explicaciones que no son
excluyentes ni alternativas, sino que se complementan para perfilar los
porqués de la manifestación de esa paradoja en la política española.
NO TODAS LAS CORRUPCIONES SON IGUALES.
Los ciudadanos no tienen la misma percepción en torno a la gravedad de
todas las irregularidades cometidas por un político. Diversos estudios
internacionales confirman que el votante censura los casos de corrupción
que implicaban simplemente un enriquecimiento ilícito del político,
pero no si la irregularidad cometida conllevaba algún tipo de beneficio
para la comunidad (ya sea mediante la construcción de infraestructuras,
la creación de empleo a través de proyectos ilícitos...).
No es lo
mismo, en definitiva, repartir sobresueldos ilegales entre los miembros
del partido que recalificar irregularmente un terreno para levantar un
polideportivo. Esto es, no hay castigo electoral si la corrupción no
tiene ningún coste (o incluso tiene un beneficio indirecto) para el
ciudadano. En Brasil incluso se ha popularizado la expresión "rouba mais
faz" (roba pero haz).
"No todos los actos de corrupción son percibidos como inequívocamente negativos
por el electorado que se supone que tiene que juzgarlos en las
elecciones. De hecho, en algunos casos, los votantes incluso podrían
beneficiarse de tener un político corrupto en el cargo dado que algunas
de sus actividades podrían implicar un incremento a corto plazo de su
bienestar", sostienen los profesores Pablo Fernández-Vázquez, Pablo
Barberá y Gonzalo Rivero, investigadores del departamento de Ciencia
Política de la Universidad de Nueva York, en un reciente estudio [aquí, en inglés].
Un informe que concluye que en las elecciones municipales españolas de
2011 los candidatos implicados en casos de corrupción sólo tuvieron de
media un 2% menos de apoyo que los políticos honestos (lo que desde un
punto de estadístico es virtualmente cero). Pero el castigo electoral se
eleva hasta más del 4% si el escándalo no implica ningún beneficio para
el municipio o incluso perjuicio por afectar a las arcas públicas.
"No
es que los votantes premien a un corrupto porque sea un buen gestor
económico", subrayan los investigadores, sino que "el candidato es
reelegido porque un amplio espectro del electorado tuvo la oportunidad
de disfrutar indirectamente de los beneficios de su conducta ilegal",
indican.
Otro estudio también reciente, éste de los profesores de la
Universidad Autónoma de Barcelona Jordi Muñoz, Eva Anduiza y Aina
Gallego [aquí, en inglés], abunda en esta conclusión y apunta que ese
efecto positivo de la corrupción para el elector eleva en 14 puntos
porcentuales la probabilidad de votar a un político corrupto.
SI TODOS SON CORRUPTOS, ME QUEDO CON LOS MÍOS.
"Son todos iguales". Es el estribillo que muchos ciudadanos utilizan
para afear a la clase política en su conjunto, para achacar sin matices
comportamientos particulares ilegales a los representantes de todos los
partidos políticos.
Esta suerte de cinismo político conlleva una
generalización de la sospecha sobre todos los cargos públicos, aplicar
una presunción de culpabilidad sin hacer distingos entre trayectorias
intachables y largos historiales judiciales.
Y este cinismo democrático, además, también se convierte en freno para
aplicar un castigo real en las urnas contra candidatos implicados en
casos de corrupción.
Si cunde el convencimiento de que todos los
partidos y todos los candidatos comparten actuaciones irregulares, los
incentivos que podría tener el electorado para cambiar el voto
prácticamente desaparecen. Si todos los candidatos son igualmente
corruptos, ¿por qué no seguir votando al partido al que siempre lo hice y
con el que me siento más identificado ideológicamente?
Un efecto que
explicaría el interés de los partidos que se ven implicados en una
irregularidad en airear y recordar todos los escándalos que han sufrido
el resto de formaciones políticas (y tú más, vaya)." (Expansión, 27/05/2013)
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