"La tragedia del Yakovlev en mayo de 2003, que costó la vida a 75
personas, es uno de los episodios más siniestros y macabros de las
últimas décadas. Y Federico Trillo, uno de los personajes más turbios de
nuestra democracia.
Empecemos por el desastre del avión
estrellado en Turquía. Además de las vidas humanas que destrozó, el caso
tuvo todo lo necesario para llevarse por delante la carrera política y
profesional de sus responsables.
La contratación chapucera de un aparato
desvencijado, en condiciones lamentables de uso y mantenimiento, para
trasladar a militares españoles a una zona de máximo riesgo; una sucia
operación de ocultamiento y de intoxicación informativa para dar
carpetazo al asunto cuanto antes; cadáveres sin identificar o con
identificaciones falsas, enterrados a toda prisa por orden de la
superioridad; el engaño deliberado a las familias de las víctimas, y,
por fin, la ingeniería judicial para que los culpables quedaran impunes.
Si
aquella monstruosidad se dejó pasar sin mayores consecuencias fue, en
primer lugar, porque eran tiempos de mayoría absoluta, la oposición
estaba débil y el Gobierno se había procurado —gracias a Trillo, entre
otros— un control del poder judicial como ningún Gobierno anterior ni
posterior han tenido jamás. Y, en segundo lugar, por la singularísima
personalidad del ministro de Defensa.
En otras democracias
parlamentarias, el suceso y su manejo no solo habrían fulminado al
ministro responsable, sino que habrían puesto en dificultades al propio
jefe del Gobierno. En España, en cualquier otro momento político —en el
actual, sin ir más lejos— no se habría podido mantener al ministro ni
enervar la acción de la justicia. Incluso en aquel tiempo en el que todo
valía, quizá se habría apartado púdicamente al titular de Defensa si su
nombre no fuera Federico Trillo.
¿Haber sido presidente del
Congreso y ministro de Defensa cualifica a una persona para ocupar una
embajada importante? Teóricamente, sí. Pero no nos engañemos: todo el
que ha habitado en la cocina de la política española desde los años
ochenta sabe que Trillo no está hoy en Londres por haber desempeñado
esas altas responsabilidades.
Es al contrario: esos puestos han sido
sucesivas recompensas por su impagable (aunque excepcionalmente bien
pagado) trabajo al servicio de su partido en las cloacas del sistema
judicial.
Trillo fue siempre el enlace especial del PP con el
submundo de los tribunales, el arquitecto de las estrategias
político-jurídicas destinadas tanto a destruir a los adversarios
políticos como a proteger a los suyos de cualquier amenaza.
La
estrategia de este veterano opusdeísta siempre fue la misma. Jugando al
ataque, acosar a los rivales con una catarata de denuncias y acusaciones
fundadas o prefabricadas, recursos, impugnaciones y recusaciones sin
fin, hasta conseguir una sentencia condenatoria o la lapidación pública
del perseguido.
Jugando en defensa, lanzar toneladas de sospechas contra
los jueces que investigaban algún caso relacionado con el PP para
sumirlos en el descrédito profesional. Siempre, hay que admitirlo, con
altísima eficacia.
Vimos a Trillo en los ochenta desactivar el
caso Naseiro (primer tesorero del PP acusado de financiación irregular)
para convertirlo en el caso Manglano (el juez encargado de la
investigación, sometido a una feroz campaña difamatoria).
Lo vimos, durante el periodo de Felipe González, agitando todos los
casos de corrupción que despedazaron a aquel Gobierno: moviendo los
hilos judiciales del caso Filesa, de los fondos reservados, de lo de
Roldán, lo de Juan Guerra, lo de los papeles de Laos… También tratando
de bloquear en los tribunales las decisiones del Gobierno, se tratara de
la expropiación de Rumasa, la ley Corcuera o la primera despenalización
del aborto.
Lo vimos, durante el periodo de Zapatero, en la sala
de máquinas de la ofensiva contra el Estatuto de Cataluña (recusando en
cadena a magistrados del Tribunal Constitucional para alterar la mayoría
en ese órgano), así como contra las leyes emblemáticas del Gobierno: la
de igualdad, la del matrimonio homosexual… y, por supuesto, la segunda
ley del aborto (defendiendo el regreso a la primera, que él mismo había
combatido).
Lo vimos jalear y tirarse paredes con el juez Garzón
cuando este perseguía a los socialistas por los GAL; y años más tarde,
dirigir el comando de demolición del mismo juez Garzón cuando empezó a
investigar en serio el caso Gürtel.
Quien mejor lo explicó fue,
como siempre, Mariano Rajoy, que en 2011 se dirigió a él en público con
palabras que querían ser de gratitud: “Has estado siempre ahí,
ocupándote de temas que no vamos a calificar”. Y a continuación le
entregó la embajada de España en Londres, junto con la matrícula en un
curso intensivo para que al menos aprendiera a chapurrear el inglés.
Todo
lo que ha sido se lo debe a esos “temas que no vamos a calificar”.
Trillo es un intocable, uno de esos tipos a los que no conviene dejar
tirados mientras tengan memoria.
Por eso es especialmente enojosa
para este Gobierno en minoría la reaparición del episodio del Yakovlev
en un informe demoledor del Consejo de Estado que corrobora lo que ya se
sabía: que aquel accidente pudo y debió evitarse sin la incuria y la
venalidad de las autoridades responsables. Que Trillo y sus
colaboradores nos deben 75 vidas y todo el bochorno que vino después.
Es
una ocasión pintiparada para que se active una de las varias mayorías
que conviven en este Congreso caleidoscópico: la de todos contra el PP.
PSOE, Ciudadanos, Podemos, los nacionalistas: todos a una pedirán la
dimisión del embajador, la comparecencia de Cospedal y después la de
Dastis.
No les extrañe que se reclame y se obtenga una comisión de
investigación para revisar todo lo que ocurrió con aquel avión y los
sucesos adyacentes. O que asistamos al insólito espectáculo de la
reprobación parlamentaria de un embajador de España en activo.
Si
fuera cualquier otro, Rajoy encontraría sin gran dificultad una fórmula
para entregar la pieza —la cabeza del embajador— sin perder la cara,
ahorrándose un escándalo en vísperas de Presupuestos. Pero tratándose de
Trillo, es dudoso que tenga libertad para hacerlo sin pactarlo con el
interesado. Y es que no se toca a un intocable salvo que se deje, y aun
así ha de hacerse con extrema precaución." (Ignacio Varela, El confidencial, 03/01/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario